Por Jorge Daniel Brahim
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
¿Cuánto tiene el Botana de hoy del Botana de ayer —el egresado del Colegio del Salvador, luego de su paso por la Universidad de Buenos Aires, y que está a punto de ir a estudiar a la Universidad de Lovaina, en 1962—?
-Mucho. Estoy rodeado de colegas académicos que son “conversos”. Muchos que pasaron del comunismo al liberalismo, por ejemplo. Por eso no soy un actor social que atraiga tanto porque lo que atrae es el cambio, la transformación. Desde muy chico, desde que tengo conciencia cívica, me considero un demócrata. Para mí el ideal sigue siendo el de una democracia pluralista, constitucional, que incluye una alta participación popular y un Estado de Derecho que garantice los derechos humanos. Lo que ha cambiado en mí, con las lecturas y la experiencia, es la justificación de esa democracia con nuevos aportes.
-La tradición republicana —que usó como título en uno de sus libros— aparece como una invariancia a lo largo de toda su obra, junto a su particular mirada del centrismo en lo político.
-Esa convicción profunda la tuve desde mi primera formación: la trilogía de ideas y valores que promueven la igualdad, la justicia y la libertad, de consuno con instituciones consolidadas, participación cívica y el imperio de la ley, fueron mi línea directriz que no abandoné nunca. Respecto del centrismo, Felipe González distingue el centro político de la centralidad. Lo que tenemos que defender es la centralidad, el efecto centrípeto de la política para evitar la construcción de una polarización entre hegemonías, o proyectos frustrados de hegemonía, que son otras de las invariancias nocivas del país.
-Otra instancia que parece repetirse sin solución de continuidad es la falta de tolerancia política, a pesar de los cambios de signos de los gobiernos.
-Lamentablemente es así. Cada tanto me pregunto de dónde viene ese comportamiento profundamente antiliberal que es la intolerancia argentina. Siempre hubo capas de intolerancia en nuestra Historia. Sólo un ejemplo, durante el primer peronismo la intolerancia llevó a una guerra civil. Además, es evidente que la experiencia actual no tiene nada que ver con la tolerancia liberal.
-¿Qué supone la predilección que Javier Milei tiene por Carlos Menem entre los presidentes contemporáneos argentinos?
-Milei es un presidente totalmente enfocado en la economía. Por lo tanto ve en sus logros económico una meta no tan sólo a emular sino a superar. En sus elogios a Menem creo que hay una ausencia muy grande porque el éxito económico de la gestión de Menem no se concibe sin Cavallo. En su momento lo reconocía como el mejor ministro de economía, pero ante ciertos cuestionamientos —que fueron siempre constructivos— ese reconocimiento desapareció.
-En La experiencia democrática, su último libro, distingue el liberalismo clásico, llamado por usted “de contorno”, del liberalismo programático. ¿Qué diferencia a uno de otro y dónde puede situarse a Milei?
-Milei, en cuanto a su política económica, es un representante argentino de lo que yo llamo liberalismo derogatorio. Milei viene de la lectura de algunos textos de la Escuela austríaca. Con Roberto Cortés Conde hablamos de la defensa del equilibrio fiscal hace más de 40 años. Mi formación en ese aspecto viene de la tradición francesa. La idea del liberalismo derogatorio, que tiene mucho que ver con Hayek —un teórico económico exquisito—, es que hay que limpiar de “impurezas” a la sociedad, de privilegios, y conformar un Estado mínimo dedicado a la seguridad y a la defensa. Y luego confiar en la espontaneidad humana para que ella misma, a través del mercado, resuelva los problemas. El liberalismo programático es el liberalismo argentino. Allí aparece la trilogía Mitre, Sarmiento, Alberdi. Es un liberalismo constructor del Estado —el Estado hace la unidad nacional—, que instaura bienes públicos para asegurar el progreso y la movilidad social. El primer bien público que establece Mitre, aparte de la seguridad, son los colegios nacionales. Alberdi ya en las Bases concede un bien público que es la asignación fiscal para asegurar la educación primaria en las provincias. A medida que evolucionamos desde siglo XIX al XX se van sumando bienes públicos. Empezamos con seguridad y defensa, luego educación y después salud, la protección de la niñez y la vejez. Hoy el Estado de Bienestar está en crisis a nivel global porque requiere de una sociedad dinámica que produzca hijos. Vivimos en sociedades congeladas, en las que se prolonga la vida mientras cae la tasa de natalidad, lo que pone en crisis la financiación de las jubilaciones. El desafío es combinar el liberalismo programático que consolide bienes públicos con el liberalismo derogatorio, que elimine privilegios y acomodos, impulsando una economía de mercado eficaz. Lo que está haciendo la Argentina de hoy es aplicar salvajemente un liberalismo derogatorio que no quiere los bienes públicos. La reducción total de la complejidad social a la preeminencia exclusiva del mercado es tan utópica como la pretensión de reducir la diversidad de la sociedad a la unidad total del Estado.
-En su último libro cita una frase de Spinoza: “Para que exista libertad necesitamos república, para que exista república necesitamos Estado”.
-Es que no puede ser de otro modo. Para que prevalezca la libertad es indispensable vivir en un Estado republicano. Por otra parte, ese fue el modelo creador argentino. Yo defiendo al mercado, pero también la vigencia de los bienes públicos que garantiza el Estado.
-¿Cómo interpreta la creciente desilusión, sobre todo de los jóvenes, con la democracia que, luego de 40 años, no está a la altura de las expectativas o necesidades?
-Creo que en la Argentina en gran medida se debe al populismo, que es la contracara de la democracia. El populismo logró corromper la democracia y generar un descreimiento muy peligroso. La pregunta es si la sociedad, en aras de consolidar la seguridad física y monetaria, estará dispuesta a tolerar una erosión democrática y un gobierno corrupto. Para nuestro pesar la corrupción brota de las entrañas mismas de la sociedad argentina y termina evidenciada por la dirigencia. A nivel global vivimos una mutación científico-tecnológica junto con una mutación de valores. En Estados Unidos los demócratas tomaron un multiculturalismo excesivo —el de feministas, grupos identitarios— que fue resquebrajando consensos fundamentales necesarios para el funcionamiento de la democracia republicana. La reacción de Trump se nutrió de esos excesos.
-¿Cómo se entiende la mezcla que se produce en el discurso mileísta entre la ideología libertaria derogatoria -que no cree en las fronteras ni el Estado- y la ideología ultraconservadora y nacionalista?
-Es una mixtura entre lo conservador y lo libertario. En todo fenómeno histórico hay mixturas. La ausencia de fronteras para el mercado convive con fronteras ideológicas. En Europa se ve bien la reacción contra las economías estancadas y un multiculturalismo excesivo. En el caso de Trump hay una reacción interclasista e interidentitaria. En todo esto creo que inciden efectos de largo plazo de la pandemia. La retracción en el espacio público, el cambio de perfiles laborales para los jóvenes, el cambio de hábitos. Lo que está en crisis en el mundo es la representación política. En la Argentina, Milei está armando un sistema de representación con el mismo criterio con el que lo hizo el peronismo en 1946. Pescando en todas las fuerzas políticas. La sociedad argentina claramente quiere vivir sin inflación aunque viva en una comunidad más desigualitaria, y eso lo termina naturalizando.
-Para ir finalizando, en su discurso de la cena anual de Adepa resaltó el papel que jugaron los diarios en la construcción de la Argentina y el hecho de que nuestros primeros presidentes constitucionales fueron periodistas y directores de diarios.
-No se entiende la Argentina sin la función de la prensa escrita. Tenemos la figura algo mítica de Mariano Moreno con La Gazeta de Buenos Ayres y en la década posterior un florecimiento notable del periodismo. Siempre me conmovió la trascendencia del periodismo del interior en la formación de los pueblos. Los cuatro mojones de esos pueblos eran el ferrocarril, el telégrafo, la escuela y el diario. El otro aspecto, que se da mucho en el interior, es que la tradición liberal argentina está indisolublemente unida al periodismo. Bartolomé Mitre, quien nos da la fundamentación de la historiografía argentina, por otro lado es el fundador de un diario. Sarmiento, cuando terminaba su gestión en la Casa Rosada, se cruzaba a El Nacional para escribir y debatir, entre otros con Mitre, acerca de las cosas que ocurrían en el país. Esta es una tradición que se disipa en el siglo XX en cuanto al engarce entre el político-hombre de estado y el ejercicio del periodismo. En la región hay figuras notables como Julio María Sanguinetti, quien siempre se presenta a sí mismo como político y periodista. Pero ya hay pocos políticos ilustrados.
-Entre los referentes de la “nueva política”, a nivel global, vemos muchos líderes anti-ilustrados que embisten contra el periodismo, la academia, la ciencia, los especialistas.
-Un Sarmiento redivivo diría que es un renacimiento de la barbarie frente a la civilización. Aún hay ejemplos en Uruguay, donde el oficialismo y la principal oposición están empatados en la Cámara de Diputados y hay dos legisladores que son outsiders y definen las votaciones. Ambos representan la nueva política. Uno de ellos es un antivacunas que se encadenaba en el monumento de Artigas en la Plaza Independencia. Lo que se repliega es la centralidad. Esta implica fuerzas centrípetas que coinciden en un núcleo de valores que hay que preservar. Felipe González, por ejemplo, decía que la macroeconomía no es derecha ni de izquierda.
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PERFIL
Natalio Botana es profesor emérito en la Universidad Di Tella, doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Lovaina y doctor honoris causa por las universidades nacionales de Salta, Rosario y Cuyo. Es miembro de número de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Es autor de libros fundamentales de la tradición historiográfica argentina. Obtuvo la Beca Guggenheim, el Premio Consagración Nacional en Historia y Ciencias Sociales, el Konex de Platino y la Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo. Ha sido Visiting Fellow en el St. Anthony´s College de la Universidad de Oxford y Profesor Visitante en el Instituto Ortega y Gasset de Madrid.