Cardenales de todo el mundo viajaron al Vaticano para participar del cónclave que a partir del miércoles elegirá al sucesor del papa Francisco. Pero, ¿qué es exactamente un cardenal?

La palabra cardenal proviene del latín 'cardinalis' (fundamental) y designa a un alto dignatario de la Iglesia católica elegido por el papa para ayudarle en su gobierno.

Los principales dicasterios (el equivalente en la Santa Sede de los ministerios gubernamentales) están dirigidos en su mayoría por cardenales.

Su título exacto es cardenal de la Santa Iglesia Romana.

Reunidos en el Colegio Cardenalicio, presidido por el cardenal decano (actualmente el italiano Giovanni Battista Re, de 91 años) forman la cúpula de la Iglesia católica.

Al ser un título y no una función, muchos de ellos son obispos de diócesis de todo el mundo, mientras que otros ocupan cargos en la curia, el gobierno del Vaticano.

Hay 252 cardenales, pero sólo los menores de 80 años tienen derecho a votar por un nuevo papa en el cónclave. Son los llamados cardenales electores y, en la actualidad, su número asciende a 133, después de que dos desistieran de participar por temas de salud.

El cónclave, que se celebra a puerta cerrada en la famosa Capilla Sixtina, sigue normas y procedimientos ceremoniales estrictos.

Los cardenales no son nombrados, sino “creados” por decreto papal.

El término proviene de la época romana e implica que el beneficiario es elevado de rango por sus cualidades, pero no designado para ningún puesto u oficio vacante.

El sucesor de Francisco: llegaron todos los purpurados

Según las normas vaticanas, el pontífice puede crear cardenales entre aquellos hombres “que destaquen notablemente por su doctrina, costumbres, piedad y prudencia en la gestión de asuntos”.

Los cardenales (también conocidos como purpurados) visten de color rojo, que solía ser el símbolo del Senado romano, un emblema de poder, prestigio y autoridad que representa la sangre de Cristo.

También llevan un anillo, tradicionalmente un zafiro, así como una cruz pectoral, un báculo y una mitra.

Opiniones políticas

La creación de cardenales refleja las opiniones políticas del pontífice, que normalmente utiliza su poder para dar forma a la selección de su propio sucesor.

Durante su pontificado, Francisco se esforzó en designar más cardenales procedentes de las “periferias” del mundo católico, lugares anteriormente ignorados por Roma.

Los cardenales, que tienen el tratamiento de “eminencia”, son los segundos después del papa en la jerarquía de la Iglesia y pueden oficiar en todas las iglesias fuera de Roma.

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Los también llamados “príncipes de la Iglesia” pueden ser enterrados en los templos.

El Concilio Vaticano II redujo considerablemente los privilegios concedidos a los prelados de mayor rango de la Iglesia, que antes solían reservar un compartimento entero cuando viajaban en tren y disponer de un salón del trono en su residencia.

Francisco fue más allá y decidió en 2023 que los cardenales ya no podrían disfrutar de apartamentos en el Vaticano sin pagar ningún tipo de alquiler.

Dos años antes, redujo incluso sus salarios para ayudar a mitigar los daños causados por la pandemia de coronavirus en las finanzas de la Santa Sede. (AFP)

Manual instructivo

Cómo se elegirá al nuevo Papa

Durante el cónclave del miércoles, los cardenales electores se reunirán a puerta cerrada en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor del papa Francisco. Así se desarrollará la elección, regida por la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996.

Preparativos

Los 133 cardenales electores se trasladan a la residencia de Santa Marta en el Vaticano, donde se alojarán durante todo el cónclave.

En la mañana del primer día, los purpurados participan en una misa solemne en la basílica de San Pedro.

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Por la tarde, ataviados con el hábito coral, se reúnen en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico y, en procesión hacia la Capilla Sixtina, invocan la asistencia del Espíritu Santo.

Bajo la bóveda pintada por Miguel Ángel, los cardenales prestan juramento con la mano sobre el Evangelio.

Según un ritual heredado de la Edad Media, el maestro de ceremonias pronuncia la frase “extra omnes” (todos fuera). Las personas que no participan en la elección abandonan la sala y, a continuación, se cierran las puertas. El objetivo es que los cardenales eviten las influencias exteriores.

La elección

Por sorteo, tres cardenales son designados “escrutadores”, otros tres “infirmarii” como encargados de recoger el voto de los purpurados enfermos y tres más como revisores para comprobar el recuento.

Sentados juntos, los cardenales reciben papeletas rectangulares con la inscripción “Eligo in Summum Pontificem” (”Elijo como Sumo Pontífice”) en la parte superior, con un espacio en blanco debajo.

Los votantes escriben el nombre de su candidato a mano, “con caligrafía lo más irreconocible posible”, y doblan la papeleta. En teoría, está prohibido votarse a uno mismo.

Cada cardenal se dirige por turnos al altar, sosteniendo su papeleta en el aire para que sea bien visible y pronuncia en voz alta el siguiente juramento en latín: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.

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Deposita su papeleta en un plato y la desliza en la urna frente a los escrutadores, se inclina ante el altar y vuelve a su sitio.

Los cardenales que, por su estado de salud o edad avanzada, no pueden acercarse al altar, entregan su voto a un escrutador, que lo deposita en la urna en su lugar.

El escrutinio

Una vez recogidas todas las papeletas, un escrutador agita la urna para mezclarlas, las transfiere a un segundo recipiente y luego otro los cuenta.

Dos escrutadores anotan los nombres, mientras que un tercero los lee en voz alta y perfora las papeletas con una aguja en el punto en el que se encuentra la palabra “Eligo”. Los revisores verifican a continuación que no se cometieron errores.

Si ningún cardenal obtuvo dos tercios de votos, los electores proceden a una nueva votación. Salvo el primer día, se prevén dos por la mañana y dos por la tarde hasta la proclamación de un papa.

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Las papeletas y las notas tomadas por los cardenales se queman en una estufa cada dos rondas de votación. La chimenea, visible por los fieles desde la plaza de San Pedro, expulsa humo negro si no se logró escoger a ningún papa y una fumata blanca en caso de una elección.

Tras tres días sin lograrse el nombramiento de un pontífice, la votación se suspende para un día de oración.

Recorrido histórico: entre palomas, muertes y encierro

Los cardenales que elijan al sucesor del papa Francisco tendrán una tarea más fácil que muchos de sus predecesores, que soportaron condiciones espartanas y a veces estuvieron encerrados tanto tiempo que algunos murieron. Y algunas de las elecciones más notables fueron:  

La paloma decide

En el año 236, la comunidad cristiana de Roma debatía sobre posibles candidatos a papa, cuando una paloma blanca se posó sobre la cabeza de un espectador, Fabián.

“En ese momento, todo el mundo, como movido por una única inspiración divina, clamó con entusiasmo y de todo corazón que Fabián era digno”, según Eusebio, un historiador de la Iglesia de la época. Pero esta bendición acabó mal. El emperador romano Decio lo persiguió y ejecutó 14 años después.

Corrupción

Una de las elecciones más infames tuvo lugar en 532, tras la muerte de Bonifacio II, con “sobornos a gran escala de funcionarios reales y senadores influyentes”, escribe P.G. Maxwell-Stuart, en “Chronicle of the Popes” (”Crónica de los papas”).

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Al final, el escogido fue un sacerdote ordinario, Mercurio, quien fue el primer papa en cambiar su nombre de nacimiento por el de Juan II. En 1059, Nicolás II dio a los cardenales el poder exclusivo de escoger al pontífice.

Encerrados

La idea de encerrar a los cardenales para acelerar la elección remonta al siglo XIII. La palabra cónclave proviene de la expresión en latín ‘cum clave’, que se significa “bajo llave”.

En 1241, visto que la elección se alargaba, el jefe del gobierno de Roma encerró a los cardenales en un edificio en ruinas y se negó a limpiar los lavabos o permitir que los médicos atendiesen a los enfermos.

Según cuenta Frederic Baumgartner en su “A History of the Papal Elections” (”Historia de las elecciones papales”), los cardenales sólo llegaron a una decisión cuando uno de ellos murió y los romanos amenazaron con exhumar su cadáver. Después de 70 días, se pusieron de acuerdo y Goffredo Castiglioni se convirtió en Celestino IV.

A dieta

En respuesta al caos que condujo a su elección, Gregorio X cambió las reglas: exigió que los cardenales se reunieran 10 días después de la muerte del papa y ordenó que la comida se racionara progresivamente.

Si no había ninguna decisión en tres días, las comidas contarían con un solo plato principal, de los dos tradicionales en Italia. A los cinco días, sólo tendrían pan, agua y vino, según el libro “Conclave” de John Allen.

Papa reticente

No todos los cardenales se muestran entusiastas con la perspectiva de convertirse en cabeza de la Iglesia. Las primeras palabras de Albino Luciani, cuando se convirtió en Juan Pablo I en 1978, fueron: “¡Que Dios les perdone por lo que han hecho!”.

Murió 33 días después.

Cada vez más corto

El último cónclave largo fue en 1831, cuando se necesitaron más de 50 días para escoger a Gregorio XVI. Desde entonces, han durado menos de una semana.

El más largo del siglo XX fue en 1922, cuando se escogió a Pío XI en cinco días (14 rondas de votación).

Las últimas elecciones se cerraron en dos días: Benedicto XVI necesitó cuatro rondas de votación en 2005 y Francisco, cinco rondas en 2013.

Habemus papam: los primeros minutos del nuevo pontífice

El cardenal elegido deberá responder a dos preguntas del decano: “¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?”, y “¿Cómo quieres ser llamado?”. Si responde sí a la primera, se convierte en papa y obispo de Roma.
Uno por uno, los cardenales expresan un gesto de respeto y obediencia al nuevo papa, antes del anuncio a los fieles.

Primer contacto: la bendición inicial para los fieles

Desde el balcón de la basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono anuncia “Habemus papam”. En este caso, la voz que se escuchará será la del francés Dominique Mamberti, prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica.
A continuación, aparece el nuevo pontífice e imparte su bendición “urbi et orbi” (A la ciudad y al mundo).