Frente a la complejidad del mundo actual, los mensajes contradictorios y la ansiedad generalizada, se ha potenciado una necesidad psicológica de comprender. A partir de ello, y gracias a la facilidad de comunicación -especialmente en redes sociales-han proliferado múltiples teorías conspirativas, para todos los gustos, que ofrecen una ilusión de control sobre una realidad inasible. Existen unos cuadros conocidos como “dibujos de puntos numerados”. Al unir los números en orden (1, 2, 3, …), se revela una imagen, como la de un animal. Esa figura surge al seguir la secuencia preestablecida y descartar el resto. Pero si se altera el orden, pueden aparecer otras imágenes, prácticamente cualquier cosa. Si hacemos una analogía con la realidad, podríamos imaginar un universo infinito de puntos, donde cada uno representa hechos, datos o sucesos reales. Vistos en conjunto, se asemejan a piezas dispersas de un rompecabezas sin imagen de referencia. Sobre un mismo tema, pueden generarse innumerables teorías al conectar los puntos de distintas maneras. Muchas resultan convincentes, precisamente porque se construyen con elementos reales. No hay invención ni falsedad en los datos, pero sólo una teoría puede ser verdadera. La mente humana, inclinada a detectar patrones, tiende a unir puntos de forma arbitraria, generando realidades que, aunque coherentes, suelen ser ilusorias. Existen millones de combinaciones posibles, muchas entre sí incompatibles. Pero una vez que alguien adopta su teoría favorita -la más impactante, la que mejor encaja con sus emociones- calma su ansiedad. Y el sesgo de confirmación, amplificado por los algoritmos, refuerza esa elección, haciéndola omnipresente. Así nacen muchas teorías conspirativas: no de la mentira, sino del arte de conectar verdades selectivamente para construir un relato seductor, aunque insostenible.
Jorge Ballario
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