Frente a los escandalosos casos de corrupción que vinculan a la clase política en la Argentina de hoy, que ya se plantea como un mal deplorable y horroroso, mucha gente se siente con la energía y la fuerza de superarla definitivamente. Y como se la asume como algo detestable, podemos ser optimistas para que volvamos a tener un Estado profesional y honesto, orgullo de todos y anticipo de la gran nación que podemos llegar a recuperar y volver a ser como hace poco más de un siglo. Permanentemente nos vamos enterando de hechos donde corrupción, narcotráfico, complacencia con algunos miembros de las fuerzas de seguridad, no dejan de sorprender y ser repudiados por la sociedad. La corrupción del poder político deteriora la democracia, desprestigia a los políticos, genera frustración, escepticismo y falta de confianza en el poder. La democracia supone que los ciudadanos eligen delegados para que cuiden el interés común. Si el delegado cuida en cambio sus propios intereses privados, está falsificando los fundamentos mismos del sistema. Con la corrupción aumenta la desigualdad social, porque la aprovechan los que están situados en las altas esferas políticas. Y los que los votan son esclavos de la dadiva y del miserable plan que les quita dignidad. Decía Locke: “ un rey tiene dos alternativas fiscales. O exprime a su pueblo y así obtiene recursos, o lo deja florecer en libertad y después cobra menos en proporción, pero más en términos generales”. El mejor resultado se logra con funcionarios éticos, empresarios competitivos, un buen sistema de educación y estabilidad institucional. Cuando el rol que cada uno espera del otro en una sociedad se cumple, reina la confianza recíproca, y la sociedad funciona mejor. Pero todo este camino debe incluir una Justicia independiente, idónea y eficaz, y por otro lado una profunda desregulación y transparencia en la actividad económica. Hoy es imprescindible actuar como ciudadanos, movilizar a la opinión pública para modificar estructuras, producir un verdadero y profundo cambio cultural, y controlar para evitar la corrupción, no sólo intentar castigarla. La sociedad, a través de sus representantes idóneos y honestos, es la que debe salvar a la Patria.

José Manuel García González

josemgarciagonzalez@yahoo.com.ar