San Miguel de Tucumán es una ciudad de contrastes. A simple vista, su paisaje urbano revela una superposición de épocas, estilos y decisiones políticas que marcaron el rumbo de su arquitectura. Buena parte de ese perfil se explica por la huella que dejaron los estilos neoclásico e italianizante, que entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX dieron forma a templos, viviendas y edificios públicos. Sobre este tema brindó una conferencia en la Sociedad Italiana el arquitecto Lucas Guzmán, docente de la UNT y un apasionado de la historia y la conservación del patrimonio. En esta charla con LA GACETA retomó esa línea argumental y reflexiona sobre esa impronta arquitectónica, muchas veces olvidada, que todavía puede leerse en las calles del casco histórico y, sobre todo, en el perímetro de las “cuatro avenidas”.
- ¿Cómo definirías el perfil arquitectónico de la ciudad?
- El paisaje es heterogéneo y fragmentado. Gran parte del acervo patrimonial se perdió, especialmente cuando la visión de modernidad se impuso sobre la preservación. Hubo una tendencia a demoler lo antiguo en lugar de conservarlo, y recién a partir de la década de 1940 comenzaron a aplicarse leyes de protección patrimonial. Aun así, sobreviven ejemplos valiosos que permiten entender cómo fue evolucionando la ciudad.
- ¿Y en lo que hace a estilos?
- Tucumán tiene algunas referencias de raíz francesa, pero la impronta dominante es italiana. Esa marca se observa con fuerza en la arquitectura religiosa y en numerosas viviendas particulares, especialmente dentro de las cuatro avenidas. Allí encontramos desde “casas chorizo” hasta residencias de mayor envergadura con una clara raíz italianizante.
-¿Cuándo comienza a instalarse esa impronta en la Argentina y en Tucumán en particular?
- El proceso arranca hacia mediados del siglo XIX, con las primeras oleadas inmigratorias italianas. No se trata todavía del gran flujo de fines de siglo, sino de artesanos y constructores que llegaron desde 1850 en adelante. Eran los llamados “tanos constructores”: albañiles y maestros de obra que conocían la tradición arquitectónica de su país y la aplicaban aquí, muchas veces de manera empírica. A ellos se debe lo que algunos autores denominaron arquitectura italianizante. Esa influencia se extendió por todo el país.
Urbanismo: más peatones y menos autos en la ciudad- ¿Cuáles son los principales rasgos de esta arquitectura?
- Tiene distintos momentos. Una primera etapa se vincula al neoclasicismo, que llegó a la Argentina hacia 1820, coincidiendo con los procesos de independencia. No fue solo una moda, ya que la arquitectura neoclásica representaba valores de república y democracia, en contraposición con la imagen colonial ligada a la dependencia de España. En Tucumán y en otras ciudades ese lenguaje se expresó en columnatas, frisos, frontis y el uso de órdenes clásicos. Con el tiempo, el estilo se volvió más libre: incorporó molduras, balaustradas, colores intensos y azoteas planas que reemplazaron las tradicionales tejas coloniales.
- ¿Cuál fue el resultado?
- Fachadas con ornamentación clásica, techos ocultos por parapetos o balaustradas, colores vivos -naranjas, verdes, ocres- y una marcada simetría en las composiciones. El uso del color fue clave, ya que mientras la colonia era blanca, el italianizante buscó romper con ese pasado y diferenciarse.
- ¿Qué ejemplos tucumanos pueden reconocerse hoy como italianizantes?
- Son varios y algunos muy representativos. En el ámbito religioso, la iglesia de San Francisco es un paradigma del italianizante en templos, mientras que la Catedral también conserva esa huella. En cuanto a residencias, la Casa Padilla es un ejemplo emblemático, así como el Museo Histórico Nicolás Avellaneda. En cuanto a las “casas chorizo”, derivan de la tipología colonial “a patios”, pero adaptadas a los nuevos lotes urbanos, largos y angostos. Al dividirse los solares originales se generaron frentes estrechos y profundos, lo que dio lugar a esta tipología. El pasillo lateral y los patios sucesivos organizaban la vida familiar, con un repertorio formal tomado de la tradición italiana.
- ¿Qué mensaje transmitía esa arquitectura para quienes la habitaban?
- La arquitectura nunca es solo funcional, siempre comunica una visión del mundo. En este caso, las casas italianizantes representaban progreso, modernidad y ruptura con lo colonial. A la vez, respondían a las condiciones de vida de la época: techos altos para ventilar, patios que organizaban la vida doméstica, espacios luminosos antes de la llegada de la electricidad. El confort estaba dado por esa relación con el patio, que funcionaba como microcosmos de la vida familiar.
- ¿Hubo diferencias entre Tucumán y otras ciudades argentinas en cuanto a esta influencia italiana?
- En lo esencial, no. Lo que ocurrió en Tucumán se repitió en Rosario, Santa Fe, Buenos Aires y muchas otras ciudades, con “casas chorizo” y palacetes italianizantes que marcaron la identidad urbana. Lo que distingue a Tucumán es la convivencia de esa herencia con otros estilos que fueron llegando: el academicismo francés, el art nouveau, el art decó y el neocolonial. Cada estilo respondió a un momento histórico y a un sector social determinado. El italianizante fue la arquitectura de una sociedad que se pensaba moderna e independiente. Luego, el francés se vinculó a la alta burguesía que aspiraba a parecerse a París, mientras que el neocolonial, a comienzos del siglo XX, expresó un nacionalismo que buscaba recuperar las raíces hispánicas.
- Si alguien quisiera descubrir hoy las huellas neoclásicas e italianizantes en Tucumán, ¿qué recorrido le recomendarías?
- Le diría que empiece por el corazón de la ciudad. Frente a la plaza Independencia están la Catedral y San Francisco; luego, recorrer las casas históricas: la Casa Padilla, con su clara filiación al repertorio italiano, y la Avellaneda. También puede prestar atención a las fachadas de muchas viviendas particulares para descubrir columnas, arcos, molduras y balaustradas que remiten a ese legado.
Una huella persistente
La arquitectura italianizante no fue un mero estilo decorativo, porque significó un cambio de paradigma, una forma de proyectar la ciudad y de expresar la identidad de una sociedad que quería dejar atrás el pasado colonial y mostrarse moderna, republicana y democrática.
“Si uno aprende a leer el lenguaje arquitectónico -resume Guzmán- entiende cómo pensaban las ciudades y sus habitantes en cada época. El italianizante nos habla de inmigración, de progreso y de un Tucumán que buscaba definirse en medio de grandes transformaciones”.
El especialista
Nacido en Salta, Lucas Guzmán Coraita cursó sus estudios en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (UNT). Allí se desempeña como docente en la cátedra de Historia I. Es integrante de Icomos, una asociación civil internacional con medio siglo de vida dedicada a la conservación de monumentos y sitios patrimoniales.