En un gimnasio de Balcarce al 300, los cuerpos se elevan y giran alrededor del caño. La fuerza con la que trepan se mezcla con la delicadeza de las manos que dibujan en el aire, con sus pies en puntas en cada figura. Sí, como si fueran bailarinas clásicas que acompañan todos estos movimientos con algunas melodías como “Total Eclipse of the Heart” que suenan de fondo. El pole dance, nacido de prácticas milenarias, atravesó siglos de transformaciones hasta convertirse en disciplina deportiva, expresión artística y, sobre todo, en una forma de redescubrir el propio cuerpo.
Raíces milenarias
El pole dance, como hoy lo conocemos, tiene ancestros mucho más lejanos de lo que la mayoría imagina. En India, hacia los siglos XII y XIII, los luchadores practicaban Mallakhamb, una disciplina que combinaba posturas de yoga y acrobacias en un poste de madera para entrenar fuerza, equilibrio y agilidad. En China, desde la dinastía Qin-Han (alrededor del siglo III a.C.), los artistas circenses ya trepaban y descendían por mástiles recubiertos de goma, mostrando un control físico sorprendente.
Estas prácticas, ligadas al rito, al entrenamiento y al espectáculo, constituyen el trasfondo cultural de lo que siglos después se transformaría en el pole dance moderno.
En Estados Unidos, entre las décadas de 1920 y 1950, el pole comenzó a aparecer en ferias ambulantes, con bailarinas que mezclaban danza oriental y burlesque en los célebres espectáculos “Hoochie Coochie”. En los años 70 y 80 se consolidó en clubes nocturnos y cabarets, asociado al erotismo. Pero en los 90 se produjo un quiebre. Fawnia Dietrich, una bailarina canadiense en Las Vegas, empezó a enseñarlo como forma artística y de entrenamiento físico, lejos de los estigmas.
Una conocida modelo tucumana "la rompe" en Instagram con el "pole dance"Con el nuevo milenio, el pole se diversificó. Así, en pole fitness se trabaja fuerza y técnica; en pole coreográfico se funden danza y acrobacia; en pole exótico la sensualidad ocupa el centro de la escena. En 2005, Amsterdam fue sede de la primera competencia internacional, ganada por la británica Elena Gibson, quien incorporó movimientos de ballet. Desde entonces, las federaciones se multiplicaron y el sueño olímpico comenzó a sonar más cerca. Incluso la International Pole Sports Federation ya cuenta con avales de la Agencia Mundial Antidopaje y busca su ingreso oficial a los Juegos.
Una disciplina que conquista
“Yo empecé a los 50. Este deporte fue mi primer amor”, dice con una sonrisa Analía Valdés (60), quien hoy se prepara para su primera competencia. “El pole te enseña a quererte tal cual sos: con celulitis, gorda, flaca, como sea. Hay que sacarse la idea de que es ‘bailar en el caño’. Es un deporte, y es para todas las edades”, remarca.
El profesor Tomás Hirth (23) descubrió la disciplina tras abandonar el tenis. “Lo primero que me sorprendió fue lo completo que es. Te exige fuerza, elasticidad, técnica y también resistencia a la frustración. A nivel artístico, lo más difícil es transmitir una historia y conectar con el público”, indicó.
Para Julia Franco (40), que venía del mundo de las acrobacias aéreas, el pole se convirtió en un refugio. “Me dio confianza y me ayudó a abrazar mi imagen, a no sentirme juzgada. No discrimina edad ni físico. Es cuestión de animarse, dejar los tabúes y descubrir una actividad hermosa”, dijo.
Pole Dance: el cuerpo perfecto se logra de la manera más sensualMaría José Vilte (21) aún recuerda su primera clase. “Llegué en calzas largas y todas estaban en short. Fue un choque cultural. Después me lastimé y pensé en dejarlo, pero seguí. Hoy me hace sentir poderosa porque lo más fuerte que se vive en esta disciplina es lo emocional, lo que te ayuda a superar miedos y límites”, remarcó.
El profesor Hernán González, referente local y principal instructor de este grupo, reafirmó todo lo que sus alumnas y colega, habían expresado con entusiasmo. “El pole tiene muchas ramas: polarte, polsport, polteatro, flypole. Mejora la fuerza, la coordinación y la autoestima. Pero sobre todo te enseña a aceptarte tal cual sos. Este año organizamos el “Noroeste Pole Championship” en el teatro Rosita Ávila, con categorías desde infantiles hasta Master 60, que fue todo un éxito y contó con decenas de atletas participantes. Eso muestra lo amplio y diverso que es”, comentó.
Entre la fuerza y la delicadeza
En cada ensayo, los alumnos se funden en un vaivén entre lo físico y lo estético: la piel contra el metal, los músculos tensos, pero también la gracia de una mano que se abre en abanico, un pie que se estira en punta, una melodía suave que acompaña. La misma escena que siglos atrás buscaba la perfección en templos indios o carpas circenses, hoy late en una sala tucumana.
Más que un deporte, parece una filosofía corporal, definen los protagonistas.
A pesar de que el pole dance aún carga con estigmas, quienes lo practican lo reivindican como un espacio de libertad. Un lugar donde se entrena la fuerza física y, al mismo tiempo, la aceptación del cuerpo propio. Donde la técnica convive con la narrativa artística y la competencia con la autosuperación.
Quizás por eso su expansión no se detiene. Desde el mallakhamb hasta el teatro Rosita Ávila, el caño no es sólo un objeto metálico, sino un puente entre culturas, épocas y personas.
Como dice González: “El mayor desafío es aceptar la frustración como parte del proceso. El pole, al final, no sólo te enseña a trepar, te enseña a abrazar quién sos y a seguir intentando”.