Al hablar sobre el camino recorrido por el Centro de Referencia para la Investigación, Promoción y Asistencia de la Cultura (Cerpacu), su fundadora, la profesora Josefina Racedo, enfrenta un desafío. Reflexionar sobre los 40 años de vida de la institución no sólo implica una mirada retrospectiva, sino también evaluar qué significó su creación dentro de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y el contexto en el que se puso en marcha.
La historia del Cerpacu comienza en un momento particular, cuando la vuelta a la democracia se vivía como una primavera, un renacimiento. Era un tiempo de aire fresco, de posibilidades, pero también de memoria reciente y dolorosa. Racedo recuerda aquel período con claridad: “después de tanto tiempo de oscuridad, regresar no fue simplemente volver a la universidad. Para muchos de nosotros era un compromiso con lo que había que reconstruir”.
Su experiencia personal refleja esa tensión. En 1976, junto con decenas de colegas, Racedo fue expulsada de la universidad, prohibiéndole incluso pisar la vereda de la institución. Durante los años siguientes, su vida académica se transformó en una búsqueda silenciosa, una manera de mantener viva la vocación por la investigación y la enseñanza a pesar de la represión.
Ya de vuelta en la UNT, cuando se abrió la posibilidad de organizar un programa de rescate y revalorización del patrimonio cultural en la renovada Secretaría de Extensión Universitaria, Racedo tomó la iniciativa. Con el apoyo de figuras como Ricardo Somaini y Teresita Bernasconi, el programa se consolidó y en 1985 dio nacimiento al Cerpacu, con un primer objetivo que se mantendría durante cuatro décadas: acercar, rescatar y revalorizar.
En acción
Rescatar significaba, para Racedo, poner a la vista aquello que existía pero estaba invisible, especialmente la producción cultural de comunidades campesinas. Había siglos de desdén hacia estos saberes, y el Centro buscaba darles voz y espacio para compartir sus tesoros. Paralelamente, se trabajaba en definir el destino de esas investigaciones, que eran rigurosas, pero no estrictamente académicas. Buscaban una metodología nueva, flexible y participativa.
Hablando de las jornadas con docentes -tanto urbanos como rurales- que se organizaban en aquellos años 80, Racedo recuerda la escena: “los maestros se colgaban de las ventanas de los salones, ansiosos por aprender la modalidad de trabajo grupal. Buscaban otro aire, otra respiración para sus alumnos”.
El equipo fundador se enriqueció con la llegada de colegas como Isabel Requejo y María Estela Taboada, quienes provenían de Letras pero tenían experiencia en el campo real. La combinación de psicología social y enfoque humanista permitió al Cerpacu explorar territorios y vidas con profundidad.
Su expansión no tardó en llegar. Jujuy, la Quebrada y Purmamarca se convirtieron en escenarios clave. Racedo incluso cruzó a Bolivia para reconectar lazos culturales cortados por la historia. Y, al mismo tiempo, el Cerpacu abría puertas. Campesinos y jóvenes de sectores históricamente marginados podían acceder a la educación superior, un gesto que rompía la idea de la universidad como isla.
El Cerpacu cumple 40 años, y lo celebra con una fiesta cultural en Filosofía y LetrasA diferencia de los proyectos del Conicet, el Cerpacu no siempre contó con becas ni subsidios. Atravesó períodos críticos, como el menemismo, la crisis de 2001 y la inestabilidad de gobiernos locales. Fueron tiempos en los que la supervivencia de la institución estuvo en juego. También debieron mudarse desde el lugar que tenían en el edificio céntrico donde funciona el Centro Cultural Virla a la Facultad de Filosofía y Letras. “Pero nunca hemos cedido -subraya Racedo-; sostener un proyecto, un objetivo, fue siempre nuestra manera de resistir”.
Con los hacedores
La promoción artística fue un eje central. Jóvenes folcloristas encontraron en el Cerpacu un espacio para expresarse. Grandes artistas argentinos, desde Iglesias Brickles hasta Diana Dowek; desde Ana Candioti a Calixto Mamaní, fueron convocados para exponer sus obras.
En 1987, Racedo logró que la cantante mapuche Aimé Painé se presentara en Tucumán. Su sola presencia era un acto de resistencia cultural. “Ver caminar por las calles de Tucumán a una mujer vestida con atuendos mapuche era sorprendente”, recuerda. Más adelante fue Luisa Calcumil otra figura que generó un impacto.
Expansiones
El compromiso del Cerpacu con la educación se plasmó en la creación de materias optativas como Identidad cultural, lenguaje y educación (2000), donde los estudiantes reflexionaban sobre su identidad personal y profesional. También se impulsaron publicaciones colectivas, rompiendo con la idea de que los libros eran sólo para académicos.
Esa conexión continuó, por ejemplo, a través de “Jóvenes con Proyectos”, en Radio Universidad. En 1991, al organizar el inolvidable homenaje a Atahualpa Yupanqui, se abrió un diálogo directo entre el artista y los jóvenes. Experiencias como esta quedaron en la memoria colectiva.
Durante estas cuatro décadas, el Cerpacu enfrentó cambios tecnológicos y sociales. Racedo reflexiona sobre cómo las comunidades campesinas e indígenas incorporan o resisten nuevas herramientas, manteniendo organizaciones heredadas de generaciones anteriores, mientras lidian con desafíos de identidad y representación. Las escuelas secundarias y la presencia de docentes que no logran conectar con sus alumnos ilustran cómo las tensiones contemporáneas no han hecho más que reafirmar la importancia del trabajo comunitario y de la educación participativa.
Hoy, el Cerpacu mantiene sus ejes históricos: proyectos de salud mental en pueblos originarios, alfabetización popular y recuperación de patrimonio cultural. Equipos liderados por la actual directora de la institución, Zulma Segura, trabajan manteniendo la filosofía de construcción colectiva de saberes.
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Según Racedo, el legado del Cerpacu está en la memoria y en el corazón de las miles de personas con las que trabajaron. “Lo más valioso -advierte- es que hemos logrado que la gente conozca su historia, su identidad, sus valores, y que la universidad deje de ser una isla para convertirse en un espacio de diálogo, resistencia y creatividad”.
Festejo en la Facultad de Filosofía y Letras
El Anfiteatro 2 de la Facultad, en el parque 9 de Julio, albergará hoy la celebración del Cerpacu. Antes se descubrirá una placa en la institución. “Vamos a encontrarnos para festejar con música y baile, desde las 15 hasta las 20 -anticipó la directora, Zulma Segura-. Estamos de fiesta porque son 40 años de una tarea científica ininterrumpida con la comunidad, bajo el lema ‘investigar para aprender y devolver el conocimiento enriquecido al pueblo’”.