Luego de su fallecimiento en los suburbios de París, el 19 de junio de 1884, los restos de Juan Bautista Alberdi, considerado uno de los librepensadores más influyentes del siglo XIX, soportaron un extenso periplo a lo largo de más de 100 años. Descansó en dos lugares distintos en Francia: primero en la iglesia San Juan Bautista y unos meses después su féretro fue llevado al cementerio de Neuilly, ubicado en el área metropolitana de la capital francesa.
Su cadáver fue repatriado a la Argentina en junio de 1889 y, solemne acto público mediante, se ubicó su ataúd en un mausoleo de la familia Ledesma en el cementerio de La Recoleta, según narró en una crónica de 2024 Jorge Olmos Sgrosso, en base a investigaciones del historiador Carlos Páez de la Torre (h). “Pero en 1902, cuando el olvido parecía haber caído sobre los restos mortales del tucumano, fue otra vez trasladado, dentro de la misma necrópolis: pasó a un mausoleo construido especialmente para él, donde podría ser recordado y hasta algunas veces quizás, honrado”, describía la nota.
El féretro de Alberdi ya acumulaba cuatro migraciones.
Del niño Juan Bautista al hombre AlberdiEn 1991, mediante una ley promulgada por el entonces presidente Carlos Menem, se dispuso el traslado del autor de “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, a Tucumán, su terruño natal.
La provincia se encontraba intervenida hacía tiempo y faltaba poco para las elecciones.
“Su cuerpo fue colocado a escasos metros de lo que había sido su casa natal, de la que nada queda. La vivienda fue derrumbada y remodelada en varias ocasiones”, agregaba la nota de Olmos Sgrosso. Allí sólo quedó una placa recordatoria, de 30 por 40 cm, y para leerla hay que ingresar a una pizzería.
La sexta mudanza del ataúd del prócer ocurrió en 1997, durante la gestión de Antonio Bussi, quien en un silencioso movimiento lo llevó a unos metros de donde se encontraba: a la Casa de Gobierno. Primero estuvo en la esquina de un pasillo y luego lo ubicaron en un mausoleo en el hall central del Palacio gubernamental, donde permanece hasta hoy, oculto para la mayoría de los tucumanos, los argentinos y los turistas en general.
Proyecto fracasado
Para el bicentenario del nacimiento de Alberdi, en 2010, se propuso su traslado al cementerio del Oeste. Iba a ser el séptimo viaje de féretro. Durante cinco años nadie dijo ni hizo nada respecto de esta idea. En 2015, el ex gobernador Juan Manzur se acordó: “Los restos de los difuntos deben yacer en los lugares que como sociedad hemos acostumbrado para ello”. Pero la Legislatura se anticipó y sancionó una ley que establecía su traslado al antiguo y emblemático edificio legislativo, ubicado en avenida Sarmiento al 600, a mitad de cuadra, entre el teatro San Martín y el lujoso Hotel Savoy (luego casino y hoy abandonado), en un monumento que sería el Museo del Bicentenario. Manzur recogió el guante y lo sumó a su larga lista de anuncios que nunca se concretaron.
La idea era que fuera un museo abierto al público, en un edificio imponente, hermoso y emblemático para la arquitectura tucumana, repleto de elementos de la historia provincial, y que el mausoleo de Alberdi fuera el principal atractivo y ocupara la centralidad de este nuevo espacio cultural.
Pasó a ser otra más de las decenas de leyes que se aprobaron, se promulgaron y nunca se aplicaron.
Hoy ese edificio histórico se ocupa con oficinas de empleados legislativos. Otra vez la atestada burocracia administrativa le ganó la pulseada al gran Alberdi y a nuestra propia historia.