Hasta hace solo unos años, Nvidia era sinónimo exclusivo de videojuegos. Los fanáticos de este mercado conocían el potencial de sus chips aceleradores de gráficos, los cuales convertían las computadoras en centros de entretenimiento capaces de superar cualquier consola de juegos. Luego, la marca se consolidó como un valor crucial para el mercado de las criptomonedas; especialmente para aquellos que invertían en su minería, el proceso de validar y registrar transacciones en la cadena de bloques (blockchain) utilizando la potencia de cálculo de hardware especializado. Las tarjetas de video de Nvidia, con su arquitectura de procesamiento, resultaron fundamentales para realizar las operaciones criptográficas repetitivas y necesarias para validar transacciones y sostener estas complejas redes de monedas virtuales.

La compañía, fundada a principios de los 90, comprendió el potencial de la computación acelerada basada en gráficos y desarrolló una tecnología que, con el tiempo, crearía un valioso mercado para la próxima era de la informática. Hoy, sus tarjetas son consideradas el motor de la computación paralela moderna. Su aplicación ya no se limita a los juegos, sino que abarca el diseño profesional y la ciencia, con aportes esenciales en la renderización 3D, las simulaciones complejas en la computación de alto rendimiento y, como se mencionó, la validación de transacciones de criptomonedas.

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Pero como si todo ese potencial fuera poco, las tarjetas de Nvidia se convirtieron en el cerebro de la Inteligencia Artificial (IA). El auge de esta tecnología, que vivimos desde fines de 2022, aceleró un cambio de paradigma que venía madurando. Durante décadas, Intel fue el líder indiscutible en el campo informático, y sus chips definían la computación personal, sirviendo como el motor central para la mayoría de las tareas de cálculo serial en PC y servidores. Sin embargo, la llegada de la era de la IA revolucionó el panorama: la arquitectura de las tarjetas de Nvidia, con su capacidad de procesamiento paralelo masivo, demostró ser la más eficiente para el entrenamiento de modelos, la computación de alto rendimiento y el machine learning.

Este cambio estratégico se produjo casi en un abrir y cerrar de ojos. La IA catapultó la valoración de Nvidia a niveles récord, superando incluso a gigantes tecnológicos históricos como Microsoft o Apple y la semana pasada, la empresa liderada por Jensen Huang alcanzó los U$S 5 billones (o U$S 5 trillones, en la nomenclatura anglosajona) de capitalización bursátil. Hoy es la empresa más importante del mundo tecnológico y la más valiosa del índice Nasdaq.

Motor de los sistemas de IA

Esta nueva era validó la visión de Huang, quien había invertido miles de millones para adaptar las Unidades de Procesamiento Gráfico (GPU) como el motor de los sistemas de IA. La recompensa fue más que evidente: en pocos meses, Nvidia se convirtió en la columna vertebral de esta revolución, controlando más del 80% del mercado de chips esenciales para construir y operar la IA. Esto obliga a los mayores gigantes tecnológicos a competir ferozmente por conseguir su hardware para alimentar sus centros de datos masivos. Nvidia es, literalmente, el “lugar” donde la IA se hace inteligente, donde existe, donde se mejora y donde genera todas las expectativas que hacen crecer su valor de mercado.

Al parecer, lo mejor aún está por venir. La empresa es hoy una insignia de Estados Unidos y un bastión de batalla comercial con China. Donald Trump aprovecha la necesidad de las empresas asiáticas por comprar los chips de Nvidia para poder desplegar su estrategia nacional de IA, y todo parece indicar que la compañía comenzaría a vender nuevamente sus productos a Pekín. Las expectativas de este acuerdo dispararon las acciones de la empresa y la convirtieron en el nuevo hito bursátil del que todos hablan. Sin embargo, los temores de una posible burbuja persisten.

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El entusiasmo por la IA contrasta con una realidad más compleja: existe una “paradoja de la IA generativa”, donde las inversiones empresariales están creciendo a un ritmo acelerado mientras que los beneficios tangibles para las empresas tardan en materializarse. Así lo revela un reciente informe de la consultora McKinsey & Company, que sorprendió con una estadística que cuestiona los valores astronómicos que hoy se barajan entre las empresas de IA: casi ocho de cada diez empresas han informado que utilizan IA generativa, pero el mismo número ha declarado que “no han tenido un impacto significativo en los resultados”.

Nvidia es el resultado de una visión estratégica a largo plazo que supo anticipar el potencial de la nueva era de la computación, transformando un hardware diseñado para gráficos en el componente central de la era de la IA. Sin embargo, la paradoja de la IA enciende una alerta que por ahora puede estar subestimada por la riqueza que representan sus acciones. Mientras las inversiones y la capitalización de mercado crecen a ritmos exponenciales, los beneficios empresariales tangibles aún tardan en materializarse. Por eso, más allá del crecimiento financiero, lo que resta saber es si la expectativa se convertirá en verdadera riqueza para las empresas y gobiernos que hoy apuestan por una economía impulsada por la IA. Solo de esa manera, la IA será un verdadero factor de desarrollo y no una nueva pesadilla bursátil. Mientras tanto, Nvidia ya es un ícono de la transformación, sin precedentes, de la que estamos siendo testigos.