Gustavo Moyano (46 años), es profesor de improvisación, composición y arreglos en el Conservatorio Provincial de Música. Llegó al conservatorio siendo adolescente. “Yo a la música me acerco a los 12 años, cuando mi ‘viejo’ ve una guitarra en mi casa y me obliga a aprender. A mí me interesaban más los deportes”. Todo cambió a los 14: “ Yo seguía mucho a Soda Stereo y esa fue la banda que me abrió la cabeza. A partir de ahí decido dedicarme a la música”. Su maestro fue Lucho Hoyos. “Él me llevó a conocer un montón de música que no conocía antes. Ahí me recomienda comenzar a estudiar, ya sea en el conservatorio o en la escuela de música”. Terminada la secundaria, intentó estudiar Derecho: “Me iba muy bien, pero descubrí que no era lo mío. En esos años te decían que de la música no se podía vivir. Fue un momento de decisión muy importante”.
Entró al Conservatorio en el edificio de la calle San Martín. “Recuerdo cómo se convertía en un espacio de encuentro. Tocábamos en los pasillos. Aprendíamos uno del otro. Eso es imborrable”. Años después, volvió como docente. “Ser alumno y luego profesor es parte de mi biografía musical”. Hoy enseña en grupos y observa algo que lo sigue emocionando: la solidaridad. “Vi alumnos quedarse al lado del otro hasta que el otro pudiera aprender. Grandes músicos acompañando a quienes recién empiezan. Eso me da felicidad”.
Sobre el futuro, no duda: “Yo vivo completamente de la docencia y la música. Y lo hago en el lugar donde estudié. El Conservatorio es parte de mi historia”.
Lucía Inés Décima (49 años), es profesora superior de piano. Es docente de Piano e Historia de la Música en el Conservatorio Provincial de Música.
Lucía dice que su historia es apasionante. Su camino estuvo sostenido por su familia: “Los pilares fueron mis padres, el doctor Pedro Atilio Décima y la profesora María del Pilar Muro”. También por su tía, Marta Décima de Porello, profesora de piano y ex regente del Conservatorio. “Mi padre era un melómano del jazz. Las Décima somos cuatro hermanas: todas asistimos al Conservatorio cuando quedaba en calle San Martín”. Empezó a estudiar a los 10 años. Recuerda la formación de entonces: “Teníamos un año de preparatorio de lectura. Recién después pasábamos al instrumento. Ese tránsito lo viví con mi abuela, que nos llevaba y se quedaba ahí tejiendo”. Su primera maestra fue Thelma Díaz Mosna. “Me acerqué al piano en la casa de mi tía. Después mis padres compraron uno Zimmermann para las cuatro. Ahora está en Tafí Viejo, es una reliquia familiar”.
El conservatorio está en su memoria como un territorio vivo. “El estudio de un instrumento demanda mucho tiempo, mucho ensimismamiento, mucha soledad. Tuve episodios de haber vuelto y dejado. Para mí fue una entrega espiritual, emocional, pasional. Yo nací para esto, no para otra cosa”. En su trayectoria la marcaron sus maestros: Oscar Buriek, Paola Moreno, y también los vínculos que permanecen: “Tengo compañeros de mi época que hoy son colegas. Hay mucha admiración por el trabajo del otro. No concibo la competencia”.
El mundo cambió, dice. Las formas de estudiar también. “Yo como vivía lejos y ya siendo más grande, me manejaba en ómnibus. Me ahorraba el cospel de uno de los dos colectivos que me tomaba y así juntaba peso por peso para poder comprarme un CD. Así que ahora tengo mi biblioteca llena. Antes uno se enfrentaba a la partitura e imaginaba una obra. Hoy buscan la interpretación en YouTube y corren el riesgo de imitar”.
En su aula, intenta abrir camino: “Si yo les doy un texto a dos personas, cada una lo explicará con sus palabras. Pero si les doy una partitura, no pueden tocar cualquier cosa: tienen que responder a lo que está escrito. Poder decodificar ese lenguaje ya es un privilegio. Y es por ahí, siempre donde hay que seguir”.