Andrea Marchese volvió al Conservatorio, pero esta vez no lo hizo sola. Llegó acompañada por sus dos hijos, Emma (12) y Mateo (14), y juntos estudian violín. La música siempre estuvo cerca: su esposo es cantante lírico y miembro del Coro Estable de la provincia; y Andrea, de niña, también había estudiado en el Conservatorio. “Mis hijos van a un colegio donde el instrumento es materia obligatoria desde jardín, y vimos que tenían muy buen oído. Un día, mientras los esperaba en el auto, hablando con mi esposo surgió la idea: en vez de esperar afuera, ¿por qué no estudiar con ellos?”.
Así comenzó esta historia compartida. “Siempre hablábamos con mis hijos de lo lindo que sería que tocaran en una orquesta, mientras su padre canta ópera. Cuando se los propusimos, se entusiasmaron muchísimo. Fue muy emocionante esa primera clase juntos los tres”. Emma tiene 12 años. Es cariñosa y expresiva. “Cuando termina de leer su lección de Lenguaje Musical, me da besos en la mitad de la clase. Eso siempre enternece a la docente”, dice. Mateo tiene 14 años y estudia guitarra en el colegio, pero eligió violín para poder ser parte de una orquesta. “La profesora me eligió para tocar como solista en un acto frente a autoridades y alumnos. Fue muy emocionante”, recuerda.
Viven en la zona de avenida Belgrano y América, lejos del Conservatorio. Pero el viaje vale la pena. Estudiar juntos también significa aprender uno del otro: “Como ellos tocan desde jardín, a veces son ellos los que me corrigen. A mí el violín no siempre me suena afinado y ellos se ríen y me hacen bromas. Es hermoso”, cuenta Andrea. Como solo tienen un violín en casa, deben turnarse. “A veces nos peleamos por quién lo agarra primero”, confiesa.
La experiencia de estudiar juntos cambió la dinámica familiar: “Es una aventura hermosa y divertida. Nos vemos desde otro ángulo. Somos compañeros. Nos ayudamos, nos reímos, compartimos clase y momentos de estudio. Es un vínculo distinto, que nos queda para siempre”.























