Hay triunfos que no se escriben en base a belleza, sino que se los construye con temple. Y el de Atlético sobre Godoy Cruz pertenece a ese grupo de victorias que no se explican desde la estética, sino a partir del instinto de supervivencia. Ganó 2-1 el “Decano” y se salvó del descenso en un partido en el que transpiró nervios, en el que derramó tensión; pero sobre todo en el que puso todo su carácter sobre la mesa. Claro, esta vez fue el triunfo del coraje sobre el miedo.
Hugo Colace entendió la escena con pragmatismo. Dejó de lado su gusto por el 4-3-3 que había mostrado en Reserva y abrazó un 4-4-2 clásico, casi escolar, como quien se aferra a una estructura conocida para resistir en medio de la tormenta.
En el medio puso a Guillermo Acosta, a la bandera “decana”, a un jugador que representa el alma del club. Pero además pobló la mitad de la cancha para cortar los circuitos de un Godoy Cruz que está con la soga al cuello y que necesitaba ganar para seguir soñando con la salvación.
El “Tomba” empezó mejor. Fue más claro en la circulación y se animó a presionar alto. Pero ahí apareció la otra clave del partido: la energía del Monumental.
El estadio fue un prácticamente un organismo vivo, respirando al ritmo del equipo. Cada quite, cada despeje, cada carrera fue acompañado por un rugido colectivo. Y cuando el primer gol de Juan Morán (en contra de su propia meta)_llegó, a los 33 minutos de la primera mitad, todos los hinchas que acompañaron al equipo parecieron exhalar el aire que habían contenido durante toda la semana.
Atlético no jugó lindo, y eso está bien. Porque no siempre se puede apostar al lirismo. Cuando el contexto es asfixiante, la táctica se vuelve más emocional que geométrica; más física que estética. En cambio, el equipo mostró otros atributos; de esos que parecen casi obligatorios en este tipo de situaciones. Fue solidario y disciplinado, tapó líneas de pase, dobló en las coberturas y entendió que el primer paso para salvarse era resistir la marea en contra.
En el segundo tiempo, el “Decano” se replegó unos metros, pero nunca perdió el pulso del partido. El 2-0, firmado por Marcelo Ortiz, fue el golpe que selló la noche. Y el descuento de Santino Andino, tras un error de Matías Mansilla, apenas decoró el resultado.
Hinchas y jugadores celebraron aliviados la esperada salvación
El final fue de descarga. Jugadores abrazados, hinchas al borde de las lágrimas y un técnico que también respiró aliviado después de una semana de fuego. Porque cuando el destino se define en tan sólo 90 minutos, las formas dejan de importar.
Atlético seguirá un año más en Primera. Y lo logró sin alardes, pero con una identidad clara: la de un equipo que, aun temblando, nunca dejó de pelear. En ese grito final, entre el alivio y el cansancio, se entendió todo. Sí; no hay táctica más efectiva que la fe.