Desde el primer día de clases hasta el nacimiento de un hijo o un accidente, hay recuerdos que permanecen intactos, grabados en la mente como si el tiempo no pasara. En cambio, los detalles cotidianos se desvanecen con facilidad. ¿Por qué algunas experiencias se vuelven imborrables? Un nuevo estudio científico aporta respuestas reveladoras y abre el camino a terapias innovadoras que podrían cambiar la forma en que tratamos los recuerdos emocionales.

Un equipo internacional de investigadores, liderado por Yuan Chang Leong y Jadyn Park en la Universidad de Chicago, publicó en la revista Nature Human Behaviour un trabajo que revela cómo las emociones intensas generan una coordinación especial entre varias redes del cerebro, lo que permite que ciertos recuerdos se fijen con fuerza y perduren durante toda la vida.

Según explicó Leong a Medical Xpress, “las experiencias emocionales suelen ser ‘pegajosas’; perduran en nuestra memoria y moldean cómo interpretamos el pasado, nos relacionamos con el presente y anticipamos el futuro”.

Aunque la ciencia ya sabía que las emociones refuerzan la memoria, el mecanismo exacto detrás de ese proceso seguía siendo un enigma. Para resolverlo, los investigadores analizaron datos de experimentos previos en los que voluntarios veían películas o escuchaban historias mientras se registraba su actividad cerebral con resonancia magnética funcional (fMRI). Luego, se les pedía que relataran los detalles de lo que habían visto o escuchado.

El equipo cruzó información de múltiples fuentes: las reacciones conductuales, las respuestas fisiológicas (como el tamaño de la pupila) y evaluaciones realizadas con modelos de inteligencia artificial que medían el nivel de excitación emocional de cada momento.

Cuando las emociones dirigen la “orquesta cerebral”

El descubrimiento clave fue que, en los momentos de mayor carga emocional, el cerebro muestra una coordinación mucho más intensa entre distintas redes neuronales, en comparación con los momentos neutros. Es decir, la memoria emocional no depende solo de una zona específica, sino de una sinfonía de regiones que trabajan al unísono.

Leong lo ilustró con una metáfora elocuente: “[La memoria emocional] es más parecida a una orquesta, donde diferentes secciones colaboran para crear una actuación unificada, y la excitación emocional actúa como un director que coordina su actividad”. Así, las emociones funcionan como un “pegamento” que une las distintas áreas del cerebro, consolidando la experiencia de manera más duradera y vívida.

Una puerta abierta a tratamientos del futuro

Más allá de su valor teórico, el hallazgo tiene implicancias clínicas profundas. Comprender cómo se sincronizan las redes cerebrales durante las emociones intensas podría servir para desarrollar intervenciones que modulen los recuerdos, ya sea fortaleciendo los positivos o debilitando los que causan sufrimiento.

“Nuestro estudio podría allanar el camino para investigaciones centradas en cómo las experiencias emocionales configuran nuestras historias de vida, y ayudar a diseñar intervenciones que actúen directamente sobre estas redes cerebrales funcionales”, afirmó Park.

Entre las herramientas más prometedoras se mencionan la neuroestimulación y ciertos fármacos capaces de alterar la organización funcional del cerebro, para reducir el peso de los recuerdos traumáticos o, por el contrario, potenciar los constructivos. Además, los métodos empleados —incluidos los modelos computacionales— podrían aplicarse al estudio de otros tipos de memoria, como los recuerdos autobiográficos profundos.

Ciencia, emoción y esperanza

De cara al futuro, los autores sostienen que modular la comunicación entre las distintas áreas cerebrales podría permitir diseñar terapias más precisas contra traumas, fobias o trastornos de estrés postraumático. La posibilidad de intervenir en la forma en que el cerebro recuerda los acontecimientos del pasado representa una nueva frontera entre la neurociencia y la salud mental.

En síntesis, la ciencia confirma que los recuerdos más duraderos no quedan grabados por azar: su persistencia se debe a una compleja sincronía entre emoción y memoria. Como una orquesta dirigida por los sentimientos, el cerebro selecciona, amplifica y preserva aquello que más nos marca. Y comprender cómo logra hacerlo puede ser la clave para sanar el pasado y construir un futuro más libre de los recuerdos que duelen.