Cabo Verde vive días inolvidables. Mientras disputa un amistoso ante Irán como parte de su preparación internacional, el pequeño archipiélago africano celebra una clasificación histórica: por primera vez jugará un Mundial. El logro, sellado tras vencer 3-0 a Eswatini en el Estadio Nacional, marca un antes y un después para un país de apenas medio millón de habitantes y para su selección, los "Tiburones Azules".
La conquista deportiva encierra una dimensión simbólica que va más allá de los números. Cabo Verde se convirtió en líder absoluto del Grupo D de las Eliminatorias Africanas, sumando 23 puntos y dejando atrás a seleccionados con mayor tradición y estructura. Su recorrido incluyó partidos que redefinieron su destino, como el vibrante 3-3 frente a Libia que mantuvo con vida la ilusión mundialista. Pero fue el triunfo ante Camerún, una potencia del continente, el que transformó la esperanza en convicción.
Aquel día, con el Estadio Nacional colmado, Dailon Livramento anotó el gol más trascendente de la historia reciente del país. Nacido en Róterdam e hijo de la diáspora caboverdiana, Livramento se convirtió en el puente entre generaciones dispersas por el mundo. Su tanto frente a Camerún se interpretó como un gesto de pertenencia y como una señal de que el proyecto futbolístico del archipiélago había alcanzado madurez competitiva.
El de Livramento no es el único caso que refleja ese vínculo global. Roberto Lopes, más conocido como "Pico", nació en Irlanda y llegó a vestir la camiseta de Cabo Verde gracias a un peculiar contacto vía LinkedIn. Su historia muestra cómo la identidad caboverdiana atraviesa continentes y cómo el fútbol funciona como un espacio de reencuentro con las raíces familiares.
El arquitecto de este proceso es Pedro Leitão Brito, “Bubista”, un entrenador que entendió desde el inicio que la selección debía reconstruir su confianza para competir con ambición. En los días posteriores al triunfo ante Camerún, su mensaje sintetizó el espíritu del equipo: “Durante mucho tiempo sentimos que éramos pequeños, pero demostramos que podemos enfrentarnos a cualquiera, incluso a quienes cuentan con mejores condiciones que nosotros”. Para él, esta clasificación es tanto un desafío como una oportunidad histórica: competir en Norteamérica en 2026 será un acto de reivindicación nacional.
La pasión futbolera en Cabo Verde es un fenómeno cultural. El deporte atraviesa la vida cotidiana, se celebra en plazas, escuelas y bares, y funciona como un espejo de la identidad colectiva. La invasión del campo tras la victoria frente a Eswatini puso en escena una alegría desbordante, pero también un comportamiento ejemplar: ante la recomendación de las autoridades, los hinchas se limitaron a festejar desde las tribunas, dejando la celebración en el césped para jugadores y cuerpo técnico.
La gesta mundialista llega, además, en un momento de enorme carga simbólica: el archipiélago conmemora el 50.º aniversario de su independencia de Portugal. Que Cabo Verde sea hoy la federación más joven en llegar a un Mundial—su primera campaña clasificatoria fue recién en el año 2000— potencia la trascendencia de este capítulo deportivo. Con 4.033 kilómetros de superficie, será la segunda nación más pequeña en disputar una Copa del Mundo, solo detrás de Islandia, que debutó en Rusia 2018.
Mientras ajusta detalles en su preparación con compromisos internacionales como el duelo ante Irán, Cabo Verde ya sabe que su nombre quedará grabado en la historia del fútbol. Lo que antes parecía un sueño improbable se transformó en una realidad que entusiasma a todo un país: los "Tiburones Azules" llegaron para hacer historia.