Tras haber recargado las pilas con el resultado de las elecciones, el presidente Javier Milei ahora ha recibido una segunda cucharada de tónico fortificante con el “marco” para llegar, en los tiempos y el orden que definirá la administración de Donald Trump y no la Argentina, a un “acuerdo” en temas comerciales con los Estados Unidos. Desde el marketing y desde este segundo hito de cambio de vientos que ahora le sonríen, para el Presidente se trató de una “tremenda” noticia, es decir algo tan enorme que valía la pena celebrar, aunque todavía ese proceso tiene mucho camino por recorrer y él será protagonista fundamental.
No por pincharle ningún globo a los exitistas de siempre, hay que puntualizar que la “declaración conjunta” de los dos países, que se originó de la Casa Blanca el jueves por la tarde, no constituye aún un acuerdo comercial, sino que se trata del establecimiento de pautas de contexto para avanzar hacia un conjunto de nuevas reglas de ese carácter y ni siquiera hacia un “Tratado” pleno, ya que esta palabra pondría el tema en la órbita de los Congresos, lo que se quiere probablemente evitar por los ruidos que harían demócratas y kirchneristas en cada caso.
Más allá de las pautas sobre el comercio y de los tiempos, que de aquí en más quedarán en manos exclusivas de los Estados Unidos en cuanto a su instrumentación sector por sector y en los anuncios del caso, el “acuerdo” se trata de un gesto diplomático de altísima relevancia que significa, además, una declaración de valores compartidos sobre el rol del Estado, la iniciativa privada y la apertura, todos temas de cercanía ideológica que explican bastante bien los por qué de tamaña mano del presidente Trump hacia la Argentina el país que, por su afinidad con Milei, él prefiere en el Cono Sur para frenar el sobrevuelo de China.
El texto revela una convergencia evidente entre modelos de gobierno que privilegian el mercado como principio ordenador, desplazando el rol del Estado como garante de equidad. El comunicado habla de "valores democráticos compartidos” y de “una visión común de libre empresa" lo que, debido a la evidente asimetría de poder entre ambos países, pone a la reciprocidad entre paréntesis y convierte el caso en un foco de análisis sobre sus implicancias y ellas son, nada más ni nada menos, que circunstancias de tipo político.
La primera pregunta a responder es si se trata de un compromiso sincero entre naciones que comparten una visión ideológica o si es una transacción que refleja dependencia, donde hay uno que dicta las reglas, mientras el otro se adapta. Desde lo estrictamente económico, es evidente que entre ambos países hay grandes diferencias, entre ellas el poder del dólar como moneda de referencia global frente a la debilidad del peso y a eso, hay que sumarle la comparación entre el liderazgo geopolítico de los EEUU frente a un país maltrecho como es la Argentina, con un manejo de las relaciones exteriores bastante pendular que sobrevive como puede, con alta dependencia de la deuda y, sobre todo, del financiamiento externo.
Pese a que la movida no tiene demasiado de liberal, ya que será la administración Trump la que le ponga puntos y comas a los temas y sobre todo dirá desde cuándo se empezará a aplicar cada uno. Es la prerrogativa del poderoso. Es obvio que la balanza siempre se inclinará hacia aquellas cuestiones que más le interesan al más grande como son la propiedad intelectual (patentes), que se otorgue acceso preferencial a exportaciones de ese origen, entre ellas las del rubro carne (vacuna, ahora y otras, más lácteos, en un año), que se eliminen las barreras no arancelarias y varias más.
El tema de la reciprocidad está en el candelero, ya que una primera observación indica que hay demasiadas asimetrías y que son bien explícitas entre los dos países. Algunos cálculos indican que las eventuales ventajas de los Estados Unidos si todo avanza como se prevé podrían ser de 6 a 1 en relación a concesiones a la inversa. Así, la Argentina sólo podría mojar el pancito con la eventual quita de aranceles al acero, al aluminio, a la carne y quizás a los cítricos, que no es poco. Por la noticia, los mercados volaron el viernes al compás de las acciones de los sectores involucrados y el escenario de mejora financiera se siguió consolidando, algo muy favorable ahora que se empezará a testear si hay voluntad de financiamiento, ya que el riesgo-país sigue declinando.
Y si de los mercados se habla, otro funcionario que tampoco ha hecho gala de demasiado liberalismo en la semana fue el ministro de Economía, Luis Caputo, quien no dejó pasar un día sin explicar por qué a su juicio no hay margen para dejar que el dólar flote. Si quería convencer a los operadores de mercado con argumentos técnicos derivados de la extrema volatilidad que tiene la demanda de pesos, la poca profundidad del mercado cambiario y hasta de eventuales cimbronazos de la política, todos riesgos objetivos y que él prefiere un régimen más seguro como el de las bandas, probablemente lo ha hecho, pero sólo hablar de “control” invalida la libertad de mercados, más allá de que se puede pensar que se retrasará la recomposición de las Reservas y que no quiere correr el riesgo de salir a comprar para que se le escape el tipo de cambio.
Este punto de las Reservas tiene en alerta al FMI, como el de los resultados legislativos puede ser lo que espera Trump para empezar el goteo de concesiones. En esa tarea está el nuevo ministro del Interior, Diego Santilli, con la supervisión directa del nuevo Jefe de Gabinete, Manuel Adorni, que es como decir Karina Milei. La tarea es la de acercar gobernadores para que instruyan a sus legisladores para que voten el Presupuesto 2026 y la reforma laboral en primera instancia, que sería del tipo de “lo que se pueda conseguir” para viabilizarla, eterno argumento para dejar las cosas a mitad de camino sin comprarse problemas.
Luego, vendrá el capítulo tributario de esperanza para los más chicos sobre todo y finalmente, la trilogía va quedar renga porque de la Reforma Previsional no se habla. Aviso: si no se hace una reforma de este tipo en un año par (tal como debería hacerse con la Coparticipación), eso va a ser imposible de conseguir en un año electoral que son los impares. Es una pena porque estas cuatro leyes deberían funcionar como un bandoneón, estirándose o cerrándose bajo una misma y coherente melodía. Pero parece que eso no va a suceder y que todo quedará –una vez más- en promesas. Y al respecto, los gobernadores contactados dicen por ahora en sordina que se les pide acompañamiento, pero que no se les ofrece nada. Como “controller” de todo esto, ya se verá si hay dilaciones qué opina la Administración Trump al respecto.
Da la impresión que la convergencia de ambos países es del lado argentino una cuestión táctica de sumo pragmatismo, derivada de sus necesidades de inversión y de validación por un grande y que, a la vez, del otro lado hay una movida estratégica estadounidense que involucra la geopolítica en la región, a partir de la apoyatura en recursos que se le brinda al pariente pobre. Como fuere, el punto al que se ha llegado no puede dejar de ser considerado como una ventana de oportunidades, ya que la Argentina busca estabilidad y acceder a los mercados para empezar a salir de sus recurrentes crisis y los Estados Unidos son el socio más poderoso para ese fin.
Por último, está la naturaleza política del acuerdo (ya sea de sometimiento por necesidad o de paridad por ideología), cuestión que se va a terminar definiendo por dos factores: las cláusulas específicas o la “letra chica” que deberá determinar el poderoso Trump y la timidez que tendrá que dejar del lado el gobierno argentino para obtener concesiones reales.
Tan desigual alianza no es intrínsecamente mala, pero requiere de una diplomacia excepcional para asegurar que el interés “recíproco" no sea sólo una frase de la Casa Blanca, sino una realidad que se refleje lo más contante y sonante que se pueda en las cuentas de la Argentina. Y como el tema diplomacia-país es también una colección de zigzagueos y fracasos, el bravo partido que viene parece que va depender casi exclusivamente de la habilidad política y de la seducción del presidente Milei (y de las Fuerzas del Cielo para que ayuden a David frente a Goliat), frente a un pulpo de los negocios como es su par estadounidense, a quien no le gusta perder ni a las bolitas.