“En la línea 19 tenemos 15 coches 0 Km en servicio. Estimamos que la demora promedio es de 15 minutos. Pero los colectivos van vacíos. Ni siquiera se llenan en horarios pico. Esto es algo más profundo; es un cambio en la forma de moverse de las personas”. Maxi Villagra, empresario de las líneas 19 y 11 de transporte público.

En el sistema de transporte público urbano hay enojo, frustración y pánico. Enojo de los usuarios que se ven obligados a resignarse a los problemas de un sistema que arrastra años de crisis al que el Estado, que es el que lo regula, no sabe cómo enderezar. Frustración de los que están obligados a usarlo -la gente menos pudiente, los trabajadores, los estudiantes, los jubilados- y pánico de los empresarios, que a los ojos de la gente son los malos de la película: administran un negocio que depende del Estado y que siempre ha parecido que aunque funciona mal a ellos les va bien, ya que son expertos en negociar con el Estado. Pero ahora se da el fenómeno de que no basta con los subsidios ni con la probable suba de tarifa: los pasajeros se están yendo a Uber, sobre todo a Ubermoto, sin tomar conciencia de que es el servicio más peligroso del transporte urbano. Ya hay accidentes de Ubermoto con pasajeros pero no hay estadísticas para tener una dimensión del fenómeno.

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Sin cubiertas en el 45

Enojos y emergencias hubo siempre. En los “Recuerdos fotográficos” de estas semanas hemos señalado dos momentos de gran impacto con el servicio. Uno fue hace 80 años. El 45 fue un año espantoso en el transporte de la aldea tucumana. Terminaba la Segunda Guerra y aunque el país se iba a beneficiar como proveedor de un mundo devastado, en ese entonces había escasez de caucho y de neumáticos. Los pocos que se conseguían llegaban de contrabando de Brasil y estaban carísimos.

El Gobierno nacional había prometido normalizar el problema de las cubiertas pero la mitad de la flota de ómnibus estaba parada, sin ruedas. La otra mitad brindaba servicio con retrasos en las frecuencias y la gente esperaba enojada en las paradas y viajaba amontonada. Y había molestia porque además se les había concedido un aumento del 50% del valor del pasaje a cambio de que regularicen horarios y frecuencias, pero no podían: no había neumáticos.

Encima, ese año les llegó el cambio de mano en el sentido del tránsito y los concesionarios de ómnibus no pudieron cambiar las puertas de los colectivos, que estaban del lado izquierdo, de modo que la gente tenía que subir y bajar del vehículo en medio de la calle. Este año 45, quizá, se transformaron en los malos de la película.

Los bloqueos

El otro “Recuerdo fotográfico” se publicó el lunes pasado y mostraba la monstruosa protesta de choferes que habían atravesado en octubre de 1970 los transportes a lo largo de ocho cuadras de la calle 24 de Septiembre, desde el puente Central Córdoba hasta la Catedral. Todo el centro estuvo paralizado un jueves desde el mediodía hasta entrada la tarde, cuando se acordó un aumento salarial para los colectiveros.

Bloqueos de ese tipo en el microcentro hubo varios, como el de octubre de 2020, en que sorpresivamente trabaron las calles con 100 ómnibus en reclamo por dos meses de atraso en los sueldos mientras los empresarios peregrinaban para ver si los gobiernos provincial y nacional mandaban los subsidios y mientras la Municipalidad, como una convidada de piedra, mandaba estériles multas a las empresas por los colectivos usados como elementos de presión.

Lo que quieren los usuarios

Todo eso parece haber dejado de importar, porque se avizora ese cambio cultural que señala el empresario Maxi Villagra. Ya no se trata de crisis como la que sufrieron en los 90, cuando aparecieron los remises y los autos pirata, que competían por el cospel y que ganaron la contienda en el interior provincial, donde la movilidad de la gente quedó totalmente precarizada, en manos de los transportes rurales y con áreas sin ningún servicio.

Ahora los Uber, que entraron en la gente por el lado de la rapidez y la comodidad, se están comiendo a todos: a ómnibus y a taxis. Los empresarios de colectivos dicen que han perdido el 30% de los pasajeros. ¿Qué grupo social se les fue? Ellos hicieron un relevamiento en redes sociales para saber qué está pasando, cuál es el motivo por el que la gente usa Ubermoto. Y esta fue la respuesta: 1) Me busca en la puerta de casa y me deja en la puerta del lugar donde voy. 2) La velocidad del viaje: en colectivo, 24 minutos, y el mismo en Uber se hace en 10. 3) Seguridad. La gente no tiene que estar en la parada en zonas no céntricas, periféricas, donde se suele caminar un par de cuadras o más para ir a esperar el colectivo y hay alta exposición a asaltos.

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Contundente. Eso, contra la burocracia, las esperas y la incomodidad. No parece importar si Uber no da servicio en zonas muy peligrosas o muy alejadas o en el interior o si hay riesgo de accidentes en las motos. ¿Quién va a pensar que se puede accidentar incluso cuando ve que las motos encabezan por lejos las estadísticas de siniestros viales?

Dicho esto, las autoridades van por detrás de todo. No saben qué hacer con la ola Uber que va creciendo en todas partes y encima negocian divididas con los empresarios, que están pidiendo aumento de tarifas y cambio de sistema. Están divididas porque no saben cómo hacerse cargo de los subsidios -la Nación no quiere; la Provincia dice que ya se hizo cargo por demás y la Municipalidad, que no parecía tener interés, ha tenido que enfrentar el tema por obligación, después de la protesta de hace una semana.

Siempre en emergencia

La cuestión es que hay un cambio cultural. No basta con la encuestita por redes sociales. ¿Ese cambio afecta sólo a los colectivos del sistema público capitalino? ¿Al Munibús municipal de Yerba Buena o al de Tafí Viejo no los afecta? ¿Cómo va a ser el futuro transporte en Tucumán? Habrá toc-toc, esos motocarros con techito que llevan gente en Perú? O variaremos hacia minibuses, ómnibus eléctricos, tranvías, subterráneos o hasta trenes urbanos? Por ahora, sólo discutimos sobre emergencias, mientras la realidad va cambiando por sí sola.