El pasado 3 de noviembre, el jefe de Policía provincial pronunció, delante del Gobernador Jaldo y la Plana Mayor de la Fuerza, unas proféticas palabras: “vamos a hacer sentir al personal policial en todo Tucumán”; y un par de semanas después, eso efectivamente ocurrió… pero no de la manera en que se esperaba. Las denuncias anónimas contra la Jefatura de la URN, por uso de personal penitenciario y policial con fines personales, y de varios comisarios por pedidos de coimas, colocó a la fuerza (de mal modo) en boca de todo el mundo. Pero estos hechos no movieron el amperímetro de la opinión pública, acostumbrada (y hastiada) de casos de corrupción mucho más resonantes. Y en lo que hace a la construcción de una vivienda particular con la participación de detenidos carcelarios, no sorprende a nadie. Pero la baja de la fuerza, de los jefes de la Regional y las sanciones colaterales nos permiten una reflexión: si se supone que llegar a ocupar las nombradas jefaturas exigen cierto mérito y aptitudes personales, entonces ¿por qué estos jefes tirarían por la borda la carrera y su buen nombre por estas nimiedades? ¿Acaso sus sueldos son tan bajos que no les permiten cubrir una simple mano de obra de la construcción? ¿O realmente su conducta no amerita el cargo que ocupan? Y si es así ¿por qué fueron nombrados? Con toda seguridad hay muchísimos hombres y mujeres en la fuerza policial que tienen valores destacados, pero ¿por qué resaltan estos hechos mayormente en el personal jerárquico? Como suele suceder, entonces pagan justos por pecadores y la mancha se extiende a todos por igual, justificando la mala imagen de la fuerza en la ciudadanía. Y no alcanza con que se diga que los culpables fueron rápidamente sancionados, porque el daño ya está hecho. Como pregunta final: ¿qué nos espera a los tucumanos cuando la escasa integridad moral de estos servidores públicos esté frente al inmenso poder económico del narcotráfico y su capacidad para comprar cualquier voluntad que tenga por delante?
Ricardo Rearte
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