Hay historias que empiezan lejos de los salones diplomáticos donde se firman los acuerdos de paz. La de Dua Lipa es una de ellas, y hoy es un icono mundial del pop. En Argentina llenó dos estadios en Buenos Aires, y creo que mucha gente, incluso quienes la admiran, no conoce que su historia nació en una casa de refugiados kosovares en Londres. Hija de Dukagjin y Anesa, huidos en los 90 de una guerra que incendió los Balcanes. Treinta años después, esa niña, hija de exiliados, pisó el mismo Buenos Aires adonde tantos compatriotas suyos intentaron rehacer sus vidas. El 21 de noviembre se cumplieron tres décadas de la firma del Acuerdo de Dayton, aquel pacto que en 1995 puso fin a esa guerra, que fue la desintegración de la antigua Yugoslavia. Hoy, al recordar este conflicto, me vienen a la memoria imágenes más cercanas: las de los 90 en Buenos Aires, adonde yo residía entonces, cuando los ecos de los Balcanes también resonaban en nuestras calles. Porque en aquellos años era frecuente encontrar refugiados de esa guerra que llegaban hasta la Argentina. Los veíamos en las esquinas de Palermo, hombres, mujeres y niños que habían huido, y que, con un cartel colgado del cuello que decía “Refugiado de Kosovo” o “Familia bosnia”, pedían ayuda o vendían alguna baratija. Eran seres desplazados a quienes Argentina les abría sus brazos. No fue un flujo masivo, pero sí lo bastante visible como para recordarnos que la tragedia europea tenía un rostro concreto en nuestras calles. Treinta años después, y mientras otros conflictos asolan el mundo (Ucrania, Medio Oriente), se conmemora la paz firmada en Dayton (Ohio, EE.UU.), que ponía fin a un cruel conflicto de tres años y medio. Los refugiados que trajeron el dolor del exilio fueron el reflejo de una guerra que nos enseñó que el odio étnico, una vez desatado, no conoce fronteras, y tal vez esa sea su mayor enseñanza. La paz no se firma en un papel, sino que se cultiva en el alma de los pueblos: en la empatía con el otro, en el recuerdo de los que se fueron y en la voz de los que creen en la reconciliación. Arturo Pérez-Reverte, escritor español, fue corresponsal en la Guerra de los Balcanes, y él dijo así: “La guerra es tan brutal que nada la resiste. Es un ácido que todo lo corroe y te borra todas las palabras, aun las más grandes”. Más allá de la tragedia militar, lo que se destruyó en esos años fue un modelo de convivencia porque, por ejemplo, la ciudad de Sarajevo no era solo la capital de Bosnia y Herzegovina, sino que era el corazón de un país (“la Jerusalén de los Balcanes”) donde convivían musulmanes, serbios ortodoxos, croatas, católicos y judíos como ejemplo de integración. Todos padecieron juntos el horror esos 1.425 días que duró el sitio. Pero resistieron, y fue un símbolo moral de que la civilización puede mantenerse incluso en medio de la barbarie. Se firmó el Acuerdo de Dayton y el mundo siguió su curso. Los hijos del exilio crecieron lejos de los disparos y hoy caminan por escenarios globales, entre ellos la cantante Dua Lipa, que este fin de semana llenó dos estadios de River. Y mientras ella hizo bailar a un público entero, uno se pregunta: allá, en los Balcanes, ¿la paz será duradera o es precaria? Las heridas de Bosnia, las tensiones entre Serbia y Kosovo, las desconfianzas políticas y étnicas aún laten bajo la superficie. Ojalá que la diversidad, lejos de dividir, pueda ser la forma más alta de humanidad y que el Acuerdo de Dayton no haya sido solo la firma de una tregua. ¡Por la paz mundial!

Juan L. Marcotullio

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