Son las 20.30 del viernes y hay una cola de 80 metros en la 9 de Julio primera cuadra. Estamos todos dándole la espalda a la plaza Independencia y mirando de frente la puerta del Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro, esperando que se abra. “Perdón, ¿qué hay ahora?”, le pregunta desconcertado el kiosquero que está justo al frente, a uno de los chicos que abandonó la fila para comprar agua. “Es un desfile con un espectáculo de danza”, le explica. Se trata, más precisamente, de “Cuerpos en obra”, la experiencia performática de la Compañía de Danza Contemporánea del Ente Cultural y los Talleres de la Tecnicatura Universitaria en Diseño de Indumentaria y Textil (FAU-UNT). En la previa, la experiencia prometía mezclar moda, danza, arquitectura y música.
A las 21, las puertas se abren. Adentro, el museo está ambientado con luces bajas y coloridas. Aún así puede verse como se ha montado una pasarela extraña, intrigante, cuadrada. Imagínese el recorrido de cuatro calles alrededor de una manzana. El público estará enfrentado de un lado y del otro de las callecitas. Mirándose entre sí y a los que desfilen. Desparramados en la pasarela, pero ya en posición, esperan 17 bailarines.
El espectáculo comienza con el sonido de lo que parecen ser insectos tomados con el más sensible de los micrófonos. Los cuerpos tirados en el piso -algunos en posición fetal- empiezan a moverse, a cobrar vida. Están vestidos con las prendas creadas por los estudiantes de Diseño de Indumentaria y Textil (FAU-UNT). La música llega desde el centro del salón, en una especie de andamio levantado para un DJ que no dejará de trabajar por la próxima hora y media. El diseño sonoro de Ale Tom es lo que pone a andar los cuerpos que, una vez incorporados, empiezan a desfilar. El tempo es el de latidos constantes que aceleran y bajan el ritmo indistintamente. Funciona hasta en algunos espectadores que se mueven al compás de esos latidos.
La caminata clásica del desfile no dura mucho. Empiezan a correr, se arrastran, se trepan a las columnas, a ellos mismos, se cuelgan, se chocan, se rozan. Los bailarines se detienen en algunas de las callecitas y comienzan una performance como esta que repetirán para los cuatro costados. Ni la repetición ni la rigidez del cuadrado hacen que el desfile nos encierre. Incluso sabiendo que hasta físicamente nos será imposible salir siquiera para ir al baño. Estamos encerrados por cuatro “escenarios” cuyo tránsito es constante. Aún así, nadie quiere salir. Somos muy libres en este cuadrado.
En una de las pasadas, casi a oscuras, la más alta de las bailarinas aparece luciendo una especie de canguro con una capucha enorme y luminosa. Tiene encastrada una lámpara circular como las que se usa para iluminar nuestras caras para alguna foto o video. Su cara está atrás, en el medio de esa redondela de luz. En este caso, ilumina la cara de los modelos que se la cruzan. Parece una imagen futurista. Por su lento caminar, parece una ameba modelando por la galaxia.
Niño, deja ya de jugar con la danza
“A veces la danza es lejana, soberbia; nuestro trabajo es romper con esa distancia", dijo hace unos días y en una entrevista con LA GACETA, Martín Piliponsky, director de la Compañía de Danza Contemporánea del Ente Cultural, encargada de la puesta. No puedo pensar en otra cosa que en esa frase cuando, durante el desfile, veo a un niño de tres o cuatro años muy inquieto. Está cruzando la calle del escenario que me tocó al frente, escapando del cuidado de sus padres, e intentando imitar los movimientos de los bailarines luego de cada performance. Como cuando salíamos de ver las películas de superhéroes y empezábamos a emular los tiros, golpes o proezas que estos hacían. O como cuando veíamos partidos de fútbol y con la primera pelota que encontrábamos, tratábamos de replicar ese remate que vimos en la cancha o hasta en la tele. Así, pero con la danza. Primero lo hace genuinamente. Luego el niño se ha dado cuenta que tiene a su propio público festejándole y comienza a exagerar. Quiere sus aplausos. Luego ya es alcanzado por los padres que, como último intento para que el nene no interrumpa el paso del desfile, recibe un celular y se aplaca. Pero ya hemos visto todo. Ya sabemos que quizás nuestros hijos o sobrinos quieran jugar al fútbol porque ven mucho fútbol, pero habrá que ponerlos a ver danza un ratito ver qué pasa.
Vuelvo a ver a los adultos del desfile y me surgen pensamientos impuros. No porque haya habido una pasada con pocas ropas, no. Impuros en este sentido: me surge alabar el espectáculo diciendo que “parece de algo de otro país. De Estados Unidos o Europa”. Los intento callar, no es el halago adecuado pienso. Me repito para adentro que el espectáculo es gratuito, que el equipo que lo puso frente a nosotros tiene casi 80 personas, contando 45 estudiantes, 18 bailarines, docentes de los tres niveles de la tecnicatura, además de la música. El espectáculo es de Tucumán, hecho por mayoría de tucumanos. La ropa también: el equipo docente de la Tecnicatura en Diseño de Indumentaria está integrado por Alejandra Mizrahi, Guadalupe Rearte, Victoria Castillo, Fernanda Villagra Serra, María del Milagro Guaymas Ocampo, Sofía Fuhr, Belén Páez, Delfina Amenábar y Camila Pereyra.
También es cierto que Piliponsky (además de bailarín, es arquitecto) nació en Tucumán y se formó en Estados Unidos y buena parte de Europa. A su vez giró por todo toda América, partes de África y Asia enseñando improvisación danzística. Entonces también creo que además de sentirme más cerca de la danza, siento que he visto sus influencias. He probado algo de sus viajes y aventuras. Y que no soy un impuro por ello.
Al final del desfile, y después de un apagón, se cuelan en las calles de la pasarela el resto de esas 80 personas del equipo que desfilan ahora para los aplausos. Un final original para una experiencia redonda, pero que nos permitió ver varias otras formas geométricas: el triángulo que formaron el diseño, la arquitectura y el baile; el cuadrado en el que estábamos situados y la ve corta que intentaba hacer el niño con sus brazos, cuando imitaba a los bailarines.