La escritora Edle Julve (San Miguel de Tucumán, 1985) se ha consolidado como una de las voces más singulares de la ciencia ficción argentina contemporánea. Profesora de Historia y violoncelista, irrumpió en el género con El Efecto Pigmalión (2021), primera entrega de la Trilogía de La Federación, una saga que combina futurismo, ética, política y memoria desde una perspectiva profundamente arraigada en el norte argentino. Ese universo se amplió con La Ascensión (2024) y La Caí-da (2025), y continuó creciendo en sus novelas en inglés The Harvest y Chain of Souls, donde explora nuevos dilemas vinculados a la identidad, la tecnología y el poder.

Su acercamiento a la literatura comenzó en la adolescencia, alentada por su profesor de secundaria, José María Vera, y desde entonces no ha dejado de escribir. En 2020 publicó su primer cuento, “Recuperando la Humanidad”, incluido en la antología Coplas Intergalácticas y otros yuyos (Kala Ediciones), que reunió a autores del norte argentino. En 2023 lanzó su primera novela corta en inglés, The Harvest, seguida por su versión en español al año siguiente, y publicó también Chain of Souls (2024), donde profundiza en la relación entre conciencia, herencia genética y poder. Ese mismo año integró la Antología Sci-Fi del Nuevo Mundo, junto a otros autores del NOA.

En esta entrevista, Julve reconstruye el origen de su mundo narrativo —un hallazgo fortuito en 2006, una reescritura en plena pandemia y la presencia decisiva de Tucumán— y reflexiona sobre la influencia de su formación histórica, el desafío de sostener un universo a caballo entre Argentina y Canadá y el lugar del norte argentino en la ciencia ficción contemporánea. Con lucidez y precisión, la autora cuenta cómo surgieron sus personajes, qué dilemas éticos atraviesan la trilogía y qué significa haber creado la primera saga de ciencia ficción del NOA. También adelanta sus proyectos futuros y abre el debate sobre el destino de la sci-fi escrita desde el interior del país.

Pensada para lectores, investigadores y amantes del género, esta conversación con  LAGACETA ofrece una mirada profunda a una obra que entrelaza territorio, memoria y futurismo de un modo único en el panorama literario actual.

1. Cuál fue el primer chispazo que dio origen al universo de La Federación? ¿Hubo una escena, una pregunta o una inquietud que disparó todo?

La chispa inicial apareció en 2006, de la forma más sencilla y azarosa: un fascículo de Nueva Aventura, aquella colección que entregaba La Gaceta por esos años. En uno de esos números seguí la historia de Morgan, un detective que resolvía casos, y me fascinó ese tono policial. Cuando descubrí que su arco no tenía continuidad en otros fascículos, me quedé con ganas de más. Así nació Max, una detective que resolvía casos —sí, lo admito, nada demasiado original en ese momento, pero fue el germen.

Después la vida hizo lo suyo: estudiar, empece el conservatorio, luego trabajar… y la historia quedó en pausa. Quince años más tarde, en plena pandemia, encontré aquellos textos guardados en los archivos de la computadora. Algo en ese hallazgo me llamó, y decidí reescribirlo todo desde una mirada más madura. Ahí fue cuando comenzó a tomar forma el universo que hoy conocemos como La Federación.

2.¿Cuándo descubriste que la historia no sería una novela única sino una trilogía?

Me di cuenta de que no sería una sola novela cuando terminé el primer libro y sentí, casi de inmediato, que el universo pedía más. Había historia para rato, conflictos sin resolver y personajes que necesitaban espacio. Pero también hubo algo más: en ese momento yo todavía no sabía cómo planificar una novela de manera integral. Mi idea inicial era escribir una historia breve, de unos 18 capítulos… y terminó creciendo hasta los 44.

Con el tiempo entendí que esa falta de experiencia no fue un obstáculo, sino una puerta. A veces no saber cómo se supone que “debe” hacerse algo permite que la historia encuentre su propio camino. Octavia Butler (1947-2006), escritora afroamericana contaba que escribió su primera novela llena de dudas e intuiciones, sin manuales ni certezas, y creo que algo de eso me pasó a mí. La trilogía nació tanto por necesidad narrativa como por esa libertad involuntaria que da la inexperiencia.

El mundo de La Federación se expandió más rápido que mis mapas, y lejos de ser un problema, fue una revelación: a veces las mejores historias aparecen cuando una se permite avanzar sin tener todas las respuestas.

3.¿Qué elemento del paisaje, la cultura o la memoria de Tucumán sentís que impregna más fuerte a la saga?

Siempre sentí que La Federación está atravesada por la identidad tucumana, y si tuviera que elegir un punto de mayor influencia, sería El Bajo. Hay algo en su estética —esa mezcla de historia, caos, comercio y energía urbana— que siempre me fascinó. Cada vez que camino por esa zona siento que las calles guardan historias listas para ser contadas. Quise honrar ese pulso incorporándolo a la saga.

También aparecen otros lugares que forman parte de mi memoria afectiva y urbana: el hospital Padilla, el Centro de Salud, la Plaza Independencia, el Mercado del Norte, la Casa de Gobierno, los bares clásicos como Candy Bar. Son espacios que tienen una identidad muy fuerte, reconocible. Me interesaba que la trilogía dialogara con esa geografía, que mostrara que Tucumán también puede ser escenario de futurismos, tensiones sociales y mundos complejos.

En definitiva, tenía un deseo de darle visibilidad a ese Tucumán dónde crecí y espero haberlo conseguido de alguna manera.

4. ¿Cómo influyó tu formación en Historia en la construcción del mundo futurista de La Federación?

Mi formación en Historia influyó muchísimo y en lo que una profesora en el I.E.S. Prof. Marchetti nos dijo una vez: la historia se repite, es un ciclo. No solo en los grandes procesos sociales, sino también en las familias y en las decisiones individuales. Ese eco constante me ayudó a pensar La Federación como un futuro que, en el fondo, sigue arrastrando viejas lógicas humanas.

También me marcó esta tensión entre el individuo que cree que puede cambiar el mundo y las estructuras que terminan moldeando —o distorsionando— esas intenciones. En la saga, muchos personajes parten de ideales nobles, pero sus acciones van decantando hacia zonas grises, decisiones moralmente ambiguas tomadas “por el bien común”. Y justamente ese “bien común” es algo que se redefine y se cuestiona con el paso del tiempo.

Creo que mi mirada histórica me permitió construir un mundo futurista donde nada surge de la nada: todo tiene antecedentes, consecuencias y ciclos que vuelven. La Federación es un futuro, sí, pero uno lleno de repeticiones muy humanas.

5.¿Qué cambió en tu escritura o en el tono de la trilogía al escribir entre dos territorios tan distintos como Tucumán y Canadá?

Vivir casi cuatro años en Canadá transformó mi escritura de una manera que no esperaba. Pasé de la calidez y el caos afectivo de Tucumán a un entorno completamente distinto: inviernos largos y crudos, una sociedad muy volcada al trabajo, al consumo y a la productividad como medida de valor. Esa distancia —climática, cultural y emocional— endureció naturalmente el tono de la segunda y la tercera entrega, que escribí y terminé en Toronto en 2024.

La Federación se volvió más áspera, más introspectiva, más crítica. Creo que fue mi forma de procesar esa sensación de desarraigo. Escribir se convirtió en un refugio, una forma de escapar de un contexto que, por momentos, me resultaba brutal. Esa tensión entre dos mundos tan diferentes terminó filtrándose en la trilogía: la densidad canadiense y mi vida en el norte argentino conviviendo en un mismo universo.

6.¿Hubo momentos en que la distancia física de tu lugar de origen te permitió ver tu propio universo narrativo con más claridad?

Completamente. La distancia física actuó casi como un lente: al alejarme de Tucumán, empecé a ver mi propio universo narrativo con otra nitidez. Estar lejos me llevó a aferrarme más a mis recuerdos, a mi ciudad, a lo que recordaba de ella,su ritmo y su forma particular de mirar el mundo. Y eso me hizo entender algo fundamental: la ciencia ficción escrita desde Tucumán, desde Argentina, desde América Latina, tiene otra sensibilidad, otra urgencia, otros dolores y otras preguntas.

Esa distancia me permitió reconocer el valor de esa mirada. Mientras la sci-fi norteamericana suele estar asociada a ciertas estéticas y preocupaciones de su sociedad, nuestra realidad en la región marca una relación muy distinta con el futuro. Y creo que eso merece ser mostrado. Alejarme de mi lugar de origen no me desconectó de él; al contrario, me ayudó a comprender cómo mi propia geografía interior podía transformar y enriquecer el género.

7.¿Qué desafíos implicó sostener un mismo universo narrativo a lo largo de cuatro años y en dos países?

El mayor desafío fue mantener vivas las voces de los personajes. Sostener un mismo universo durante cuatro años —y en dos países tan distintos— implicó cuidar la coherencia de sus trayectorias, su evolución emocional y, sobre todo, resistir la tentación de “redimirlos” cuando la historia pedía que permanecieran en sus zonas grises. Fue un ejercicio de constancia: volver siempre a quiénes eran y por qué actuaban como lo hacían.

Pero hubo otro desafío, más íntimo. Ese cambio de vida tan brusco me puso a prueba en lo personal, y La Federación se convirtió en mi refugio emocional mientras vivía en Canadá. A veces escribir no era solo continuar una trama, sino una manera de no quebrarme ante la distancia, la soledad y el desarraigo. Sostener el universo narrativo también significó sostenerme a mí misma en un período de transformación profunda.

8.Tus libros, intuyo, combinan tecnología, ética y memoria. ¿Qué dilema ético contemporáneo sentís que atraviesa más fuertemente tu trilogía?

Uno de los dilemas éticos que atraviesa con más fuerza la trilogía es la pregunta por la identidad: qué significa realmente ser uno mismo y cómo se construye esa identidad en medio de mandatos sociales, presiones familiares y expectativas que a veces pesan más que nuestros propios deseos.

La saga explora cómo esos mandatos —los de la familia, la sociedad, incluso los de las instituciones que prometen un “bien común”— pueden empujar a los personajes hacia decisiones que contradicen sus ideales iniciales. Y ahí aparece el dilema central: nuestras luchas y nuestros principios no siempre se resuelven del modo en que imaginamos. A veces se desfiguran, a veces se sacrifican, y a veces nos obligan a enfrentarnos a versiones de nosotros mismos que no queríamos ver.

En ese cruce entre identidad, lealtad y tecnología es donde la trilogía encuentra su tensión ética más fuerte.

8.La saga tiene un fuerte componente de ciencia ficción social. ¿Qué te interesa explorar del vínculo entre futuro, política y comunidad?

Lo que más me interesa explorar es la ilusión de que podemos cambiar las estructuras sin que esas mismas estructuras nos cambien a nosotros. En La Federación, el personaje principal, Maximiliana Casas cree que es posible hacer el bien desde la política sin sacrificar sus principios, pero cuando se acerca al poder descubren que nada es tan limpio ni tan impoluto. Ese choque entre ideales, comunidad y futuro es el corazón social de la trilogía.

9.¿Qué rol juega la identidad—personal y colectiva—en la Federación que creaste?

La identidad, tanto personal como colectiva, es uno de los ejes centrales de La Federación. La saga trabaja lo macro—política, economía, tensiones sociales—pero también lo íntimo: las dinámicas familiares, las lealtades heredadas y la manera en que todo eso moldea quiénes somos. Me interesa mostrar cómo esas dos capas se influyen mutuamente, cómo lo estructural define lo personal y cómo lo personal, a veces, también desafía lo colectivo.

10.Sos violoncelista además de escritora. ¿La música influyó de algún modo en el ritmo o la construcción de atmósferas de la trilogía?

Aunque la música dentro de la historia funciona más como un elemento ambiental, mi relación con ella sí influyó en el proceso creativo. Siempre escribo acompañada de una banda sonora, y eso termina marcando el ritmo, la energía y hasta la atmósfera de ciertas escenas. Para La Federación volví una y otra vez a Elliot Goldenthal y su composición para Alien 3 (1992), que tiene esa mezcla de tensión y melancolía que necesitaba. También escuché mucho a Tyler Bates, especialmente la banda sonora de John Wick (2014), además de Schubert, Tchaikovski y música barroca. Esa mezcla fue el pulso que me sostuvo mientras escribía.

11.¿Recordás el consejo o gesto de tu profesor José María Vera que realmente te empujó a escribir?

Sí, lo recuerdo perfectamente. Durante la secundaria, en el Colegio Nuestra Señora del Luján, tuve la enorme suerte de tener a José María Vera como profesor de literatura. Le decían el “Loco Vera”, y con razón: sus clases eran originales, intensas, llenas de propuestas poco convencionales que nos sacaban de la pasividad.

Lo más importante que hizo por mí fue animarnos a participar en un concurso de poesía. Para mí, ese gesto fue un antes y un después. Me hizo sentir que escribir no era un sueño lejano, sino algo posible, algo que podía intentar. Ese empujón marcó mi camino, y siempre le estaré profundamente agradecida.

12. ¿Cómo convive en tu obra la precisión histórica con la imaginación futurista?

En La Federación busqué que la imaginación futurista no borrara la huella histórica, sino que dialogara con ella. Me interesaba mostrar cómo se hace política en Tucumán, con su identidad particular, sus modos de negociación, sus tensiones y sus lealtades. También tomé mucho de nuestra tradición histórica: los caudillos, las alianzas cambiantes, las guerras internas y las resistencias que marcaron a la Argentina.

Esa precisión histórica funciona como una base emocional y conceptual para el futuro que imagino. Las tecnologías avanzan, los escenarios se transforman, pero las lógicas de poder, de conflicto y de pertenencia siguen teniendo raíces muy reconocibles.

13. ¿Sentís que en el norte argentino existe una voz propia dentro de la ciencia ficción contemporánea?

Creo que en el norte argentino todavía no existe un movimiento consolidado de ciencia ficción, al menos no en el sentido de una corriente definida o reconocible. Hay autores valiosos —como Rafael Caro, Marco Caorlin o Celeste Carabajal, con quien participé en la antología de Ciencia Ficción, Coplas Intergalácticas y otros yuyos (2020)—, pero el género sigue siendo poco explorado y, muchas veces, poco comprendido.

Justamente por eso lo veo como una gran oportunidad: la posibilidad de contar lo nuestro desde otra perspectiva, de imaginar futuros que partan de nuestras realidades, nuestras tensiones y nuestras memorias. Siento que el norte tiene una voz propia en potencia, una sensibilidad particular que puede enriquecer mucho la ciencia ficción contemporánea.

14. ¿Qué significa para vos que esta sea la primera trilogía de sci-fi del norte del país?

Para mí es un enorme logro, pero también una responsabilidad. Que La Federación sea la primera trilogía de sci-fi del norte del país me llena de orgullo, y espero sinceramente que funcione como un puntapié para que más escritores de la región se animen a explorar el género. La ciencia ficción ofrece un abanico inmenso de posibilidades narrativas, y me gustaría que esta trilogía deje la puerta abierta.

15. ¿Qué diálogos te interesan entre la ciencia ficción argentina y la latinoamericana? ¿Y con la anglosajona, donde también publicaste?

Creo que la ciencia ficción latinoamericana tiene una fuerza particular porque nace de realidades muy diversas y complejas. Contar el futuro desde nuestra propia historia genera escenarios tan originales como los de la tradición anglosajona o europea. Y ese diálogo me interesa justamente por contraste: ellos trabajan desde un contexto industrial y cultural muy distinto, mientras que nosotros lo hacemos desde nuestras tensiones sociales y nuestra memoria política. En ese cruce pueden aparecer lecturas nuevas y muy enriquecedoras.

16- Después de cerrar una trilogía tan compleja, ¿qué proyectos te atraen ahora?

Después de una trilogía tan extensa y exigente, sentí la necesidad de cambiar de escala. Ahora me atrae el formato novelette: historias más breves, con pocos personajes, tramas concentradas y una resolución ágil que puedo trabajar en pocos meses. Me gusta ese desafío de síntesis, un poco en la línea de lo que hacía Philip K. Dick: ideas potentes en espacios narrativos más reducidos, pero igual de intensos.

17. ¿Pensás volver al universo de la Federación o este es un cierre definitivo?

Mi hermana, que es mi fan número uno, y siempre me pide una precuela porque la historia comienza in media res. Y la verdad es que la idea me tienta. Pero necesito dejar que el universo descanse un poco: escribir la trilogía fue un viaje emocional y psicológico muy intenso.

Además, ya hay parte de ese universo que seguí explorando desde otros ángulos: las novelas que escribí en inglés “The Harvest” y “Chain of Souls” trabajan aspectos distintos del mismo mundo, como si fueran ventanas paralelas hacia las tensiones y dilemas que la trilogía no llegó a abordar. Por eso no siento que haya cerrado la puerta del todo.

No descarto volver —quizás con esa precuela—, pero solo después de tomar distancia y recuperar aire para regresar a La Federación con una mirada fresca.

18. ¿Cómo imaginás el futuro de la ciencia ficción escrita desde el interior del país?

Soy muy optimista. Creo que la ciencia ficción escrita desde el interior del país va a seguir creciendo y tarde o temprano va a consolidarse. Lo fundamental es darle visibilidad para que más escritores se animen a explorar un género que ofrece posibilidades enormes. Cuando más voces diversas se sumen, más potente y original será el futuro de nuestra sci-fi.

19.  Hace unos días escuchaba una una entrevista a Rodrigo Fresán y él señalaba, quizá como algo negativo, que las viejas generaciones leían lo mismo de niños y de adolescentes; en cambio ahora hay libros específicos para la infancia y también hay una producción muy grande de literatura orientada al lector adolescente. Fresán señalaba como que algo se había roto ahí. Quería saber si estás de acuerdo con la observación y si esto te parece mal.

Sinceramente, creo que hoy las infancias ocupan un lugar mucho más visible y significativo a nivel social. Lo infantil dejó de ser un territorio accesorio y pasó a tener un nicho cultural y comercial perfectamente delimitado. Ese desarrollo de categorías —literatura infantil, juvenil, young adult, etc.— responde tanto a una sensibilidad más afinada sobre las etapas del crecimiento como a una oportunidad de mercado que muchas editoriales han sabido aprovechar.

Pero que existan etiquetas no implica necesariamente limitaciones. Siempre habrá niños que lean obras que “no les corresponderían” por edad, así como adultos que encuentran enorme placer en libros pensados para lectores jóvenes. En ese sentido, no veo una ruptura negativa sino un reacomodamiento del ecosistema lector: más diversidad, más puertas de entrada, más caminos posibles para que un lector encuentre su voz en las distintas etapas de su vida.