Junto a la baja en la tasa de natalidad también apareció un aspecto relacionado a la conformación familiar y es el retraso en el inicio de la paternidad y la maternidad. Mientras que en los años 70 la edad promedio para la llegada del primer hijo eran los 24 años, hoy en día este promedio se retrasó y llegó a superar los 30 años.

Qué dice la psicología sobre las madres sobreprotectoras

El tecnólogo y escritor argentino Santiago Bilinkis, planteó en un episodio de su podcast –”¿Por qué ya nadie quiere tener hijos? Una decisión que cambie el mundo”–, la posibilidad de estar criando una generación con una bajísima tolerancia a la frustración.

Ser hijo único y tener baja tolerancia a la frustración

Según el analista y comentarista de diversos programas de streaming, el retraso en la edad inicial de paternidad implica también un menor tiempo disponible para tener un segundo hijo. Es decir, mientras más demora una persona en tener un hijo, menos margen tendrá para tener otros. Esto hizo que también las conformaciones familiares cambiaran y que muchos más núcleos vivieran con un solo hijo.

“Imaginá que estás sentado a la mesa y queda la última porción de pizza. Si creciste con hermanos, sabés exactamente lo que viene. Pero para una generación de hijos únicos, esa porción de pizza siempre les perteneció”, ejemplifica BIlinkis. En consecuencia, sostiene que los hijos únicos tienen menos oportunidades de negociar para resolver conflictos.

Esto, para Bilinkis, desencadenaría una menor tolerancia a la frustración. Lo que él denomina crianza hiperindividualista “contribuye a un sentimiento de derecho adquirido: una sensación de que el mundo les debe algo solo por existir”, señala.

Qué dice la ciencia sobre los hijos únicos

Investigaciones actuales coinciden en que hay que desestigmatizar el fenómeno de los hijos únicos. Aunque hay un popular –y mal llamado– “síndrome de hijo único”, los estudios indican que no hay demasiadas características que permitan describir a la generalidad de personas que no tienen hermanos. De hecho, no se trata de una condición clínica reconocida, por lo que no es correcto hablar de un síndrome en sí.

La psicóloga clínica Linda Blair indica que los hijos únicos sí tienen algunas desventajas en común respecto a quienes tienen hermanos. Señala la falta “inteligencia de calle”, es decir, de capacidad para anticiparse a lo que una persona hará; o la falta de comodidad en el caos.

Pero insiste en que se trata de características generales y que también tienen sus ventajas como la excelencia lingüística. “Esto ocurre por el aporte lingüístico de los padres (...) que es necesario para el desarrollo del cerebro en los primeros 24 a 26 meses de vida”, explica. Más allá de eso, los estudios científicos coinciden en que el impacto de ser hijo único, en términos cognitivos o de sociabilidad, puede no ser significativo.

También concluyen que el tipo de personalidad que desarrolla un ser humano tiene más que ver con su contexto de crecimiento y condiciones socioeconómicas familiares que con la cantidad o ausencia de hermanos.