Sentarse sin hacer nada parece sencillo, pero para muchas personas es una tarea incómoda, casi angustiante. A veces el cuerpo está listo para dormir, desconectar o simplemente pausar, pero la mente sigue encendida, repasando pendientes, responsabilidades o aquello que “deberíamos estar haciendo”. En una sociedad que mide el éxito en función de la productividad, la idea de detenerse se vuelve un conflicto interno.

“Esto crea lo que yo llamo ansiedad por la productividad, una sensación de malestar o culpa cuando no estás haciendo algo activamente, trabajando o mejorando”, explica la psicóloga Sumalatha Vasudeva, del Hospital Gleneagles BGS en Bengaluru (India). Para la especialista, la productividad dejó de ser un concepto laboral y pasó a convertirse en un indicador emocional: muchas personas sienten que valen más en función de cuánto producen. Por eso, descansar se vive como sinónimo de inacción o fracaso.

El problema no es solo cultural. También es emocional. “Muchas personas se mantienen tan ocupadas durante el día que nunca piensan ni sienten. Pero en cuanto se detienen, todo queda en silencio y empiezan a aparecer pensamientos, preocupaciones y emociones inconclusas”, explica el psiquiatra Rahul Chandhok, del Hospital Artemis en Gurugram (India).

Entonces, en lugar de alivio, lo que emerge es inquietud. El descanso se vuelve un territorio donde aparecen dudas, angustias postergadas o temas no resueltos.

Qué factores dificultan el verdadero descanso

Según los especialistas, varias dinámicas actuales interfieren con la capacidad de pausar:

Estrés crónico: el cerebro queda en alerta incluso cuando el cuerpo descansa.

Perfeccionismo: detenerse se interpreta como “no rendir lo suficiente”.

Identidad basada en el hacer: algunas personas sienten que no valen si no producen.

Comparación constante: las redes sociales amplifican la sensación de atraso o insuficiencia.

En países como Argentina -con una fuerte cultura del esfuerzo- esta lógica se profundiza: si no estás haciendo algo, parece que estás perdiendo el tiempo.

La falsa idea de que las pantallas son descanso

Muchos confunden el reposo con mirar series, scrollear en el celular o perderse en redes sociales. Pero los expertos advierten que eso no es descanso real. “Es otra forma de agotamiento mental disfrazada de entretenimiento”, dice Chandhok.

Para la Dra. Vasudeva, el verdadero descanso implica reducir estímulos, no reemplazarlos por otros. Por eso, después de horas frente a una pantalla, es común sentirse igual de cansado, irritable o vacío.

Lejos de ser una pérdida de tiempo, el descanso es una herramienta esencial para recuperar energía, concentración y creatividad. “Descansar no es debilidad: es equilibrio”, sostiene Chandhok.

Los especialistas recomiendan:

- Redefinir el concepto de descanso: no es inacción, es recuperación.

- Hacer pausas breves durante el día: incluso cinco minutos ayudan.

- Reducir pantallas antes de dormir.

- Practicar respiración, silencio, naturaleza o meditación.

- Establecer límites claros entre tiempo productivo y tiempo disponible.

- Mover el cuerpo para liberar tensión acumulada.

“La pausa es una habilidad, y como cualquier habilidad, puede aprenderse”, resume Vasudeva.

Un mundo que no frena, una pausa que se vuelve urgente

En un contexto donde la velocidad es la norma y la exigencia parece no tener techo, aprender a detenerse puede ser un acto de autocuidado y salud mental. Descansar no es un lujo ni una recompensa: es una necesidad biológica y emocional.

Y, quizá, también un acto de resistencia frente a un mundo que nunca deja de pedir más.