De a poco llegamos a fin de 2025, un año lleno de vicisitudes pero también de fortalecimientos en la lucha de sobrevivir. El camino humano solo se sostiene por la fe en Jesús que nos da un nuevo contenido, sentido y significado a la vida y acontecimientos de todos los días. Iniciamos unos de los tiempos litúrgicos mas bonitos y contemplativos.

Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, una de las etapas más hermosas y significativas del camino cristiano. Cuatro semanas en las que la Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir al Señor que viene, no sólo en la memoria gozosa de su nacimiento en Belén, sino también en su venida diaria a nuestras vidas y en su retorno glorioso al final de los tiempos.

El Adviento es, por tanto, un tiempo de esperanza activa, de vigilancia y conversión. No se trata de un simple preámbulo a la Navidad, sino de un tiempo de gracia en el que Dios nos despierta del sueño de la rutina y nos llama a vivir con el corazón encendido. En medio de la prisa, del ruido y del consumismo que suelen llenar estas semanas, la liturgia nos invita a detenernos, a hacer silencio, a mirar más allá de lo inmediato y descubrir los signos discretos de la presencia de Cristo entre nosotros.

La Palabra de Dios de hoy nos sitúa ante la urgencia de despertar, de abrir los ojos a lo esencial. Este es el espíritu del Adviento: vivir atentos a la venida del Señor, con fe, con alegría y con esperanza renovada

Esta preparación nos abre la puerta a la llegada de 2026. Desde ahora es conveniente que surja en nosotros ese natural espíritu de examen en cómo fue 2025 en mi relación con Dios, mi familia y mi responsabilidad social. Siempre examinarnos ayuda a fortalecer el camino a futuro, Dios está de nuestra parte.