Con seguridad, Andrés Martín no se ofenderá si se lo define como un conejillo de Indias que, sin habérselo propuesto, muestra cómo la Universidad -la UNT, en este caso- puede encastrar todas sus piezas al servicio de la creatividad y la osadía, atravesando los muros que impone la tradicional división entre disciplinas. Cuando se le pregunta cómo es que un filósofo terminó investigando sobre la forma de medir el límite posible de oscurecimiento de los vidrios polarizados en los autos y doctorándose en Medio Ambiente e Iluminación Eficiente, él responde que ha dado ese salto por su interés en los filósofos modernos que se preguntaban por qué conocemos. Explica que cuando nuestros ojos tratan de captar lo que nos rodea, se ponen en movimiento cuestiones de la física, de la fisiología, de la psicología, de la neurología y hasta de la electrónica, si se piensa que nuestra cabeza -perdón, Freud- son "un montón de conexiones eléctricas". "La ciencia viene mostrando que los límites de lo posible se corren cada vez más", afirma Martín, que integra un equipo que ganó un premio internacional sobre seguridad vial por su investigación sobre los polarizados y otro sobre la percepción visual en el deporte.

- ¿Cómo fue ese salto?

- En Filosofía ves cómo algunos concebían que todo partía de los datos que nos muestra el mundo; en cambio, otros como Descartes decían que había algo que sucedía a partir de la mente de los sujetos, que los habilitaba para conocer. Entonces me he puesto a leer cosas de neurociencias, se me ocurrió golpear las puertas del profesor Emilio Décima (ya fallecido) del Laboratorio de Neurociencias de la UNT. Hay disciplinas que han estado accidentalmente enfrentadas. En la neurociencia confluyen la psicología, los psiquiatras. Creo que esa es la gran ventaja que tiene hoy la neurociencia frente a muchas otras áreas disciplinares que están muy estancadas, y que por su endogamia han dejado de ser permeables a la influencia de otras miradas. Hoy en el área de las neurociencias no es raro cruzarse con ingenieros eléctricos, porque en última instancia uno podría reducir lo que tiene en la cabeza a un montón de conexiones eléctricas. En los congresos internacionales uno se encuentra con toda esa fauna disciplinar. En ese salto me ayudaron también Roberto Tagashira, Elisa (Colombo), Carlos (Kirschbaum), que son mis maestros; José Barraza, que fue mi director de tesis doctoral, y que es una usina de ideas.

- Con Barraza están investigando sobre la percepción en los deportistas?

- Con José y con profesores de Educación Física estamos en un proyecto del Ciunt, Estrategias perceptuales en el deporte. Tenemos una hipótesis general: que la información visual que maneja un deportista, y que le permite tomar decisiones, es factible de ser caracterizada. Por lo tanto, eventualmente, se podría entrenar. Por ejemplo, un tenista: cuando le tiran la pelotita, hay una coordinación entre esa información visual que va recibiendo de la pelotita y la posición que debe adoptar el cuerpo para devolver la pelota.

- ¿Cómo les surgió la idea?

- Hay algunos trabajos hechos, aunque no hay nada concreto. Pero la idea nos surgió porque nos dedicamos a la percepción. Nos preguntamos si se manifestará, por ejemplo, alguna diferencia entre la facilidad con que ese tenista percibe ese movimiento y el modo en que alguien que no es deportista percibe ese movimiento. Y en ese sentido podemos hacer una inferencia de cómo esta funcionando ese sistema perceptual.

- ¿Por qué se interesaron en el deporte?

- Los físicos han desarrollado la biofísica. Por ejemplo, a un corredor le miden sus dimensiones y calculan cuales serian las posiciones y los movimientos mas eficientes, y lo entrenan para explotar al máximo esas características de su cuerpo. Los deportólogos, los entrenadores, aprovechan todos estos recursos para sacar lo mejor de sus entrenados. Los centros de alto rendimiento incorporan estas cuestiones en relación a la percepción con el deporte. Todavía estamos en los diseños experimentales. La gente de educación física es la tiene el know how del deporte. Queremos ver si podemos armar una pelota de rugby a la que, cuando alguien la agarre, la computadora sepa que alguien la soltó. En función de eso, presentarle información visual a veces confusa para ver cuáles son las decisiones que toma. Es un desafío, no sólo por el tema, sino también por el trabajo conjunto con la gente de Educación Física.

- Y a los vidrios polarizados, ¿cómo llegaron?

- El tema de mi tesis doctoral fue sobre el movimiento, sobre cómo nuestro cerebro es capaz de darse cuenta de que algo se mueve. Es un desafío, porque a uno no le cuesta nada darse cuenta de que las cosas se están moviendo. Pero la pregunta es cuál es la información de base que nos permite darnos cuenta de eso. En el medio de eso, me voy a hacer una revisión técnica de un auto que tenía un vidrio polarizado. Y justo un compañero del Técnico estaba de director del taller de inspección técnica. Y me dice: te hago una pregunta, ¿se podrá medir lo de los vidrios? Porque sabés que no tenemos ningún instrumento para hacerlo. Y les decimos: "no, eso es muy oscuro"; "no, tiene que sacarlo". Y viene otro y le permitimos que lo deje. No tenían herramientas para decidir.

- ¿No hay una norma?

- Están prohibidos, pero no porque haya un conocimiento de la peligrosidad que implica oscurecerlos. Está prohibido porque está prohibido alterar de cualquier modo un vidrio de seguridad. Eso es lo que dice la ley. Precisamente, el premio que obtuvimos en el Congreso Iberoamericano de Seguridad Vial fue por una evaluación de lo que dice la ley y la posterior sugerencia de una normativa. La que tenemos hoy la heredamos de una normativa norteamericana que ya es vieja. Lo que proponemos es discutir el criterio para determinar cuál debe ser el máximo oscurecimiento. Eso debe hacerse sobre una base perceptual. Por ejemplo, si uno quiere poder reconocer los rostros de las personas que están en el vehículo. Eso es medible perceptualmente. Eso se puede medir y se puede hacer una curva de normalidad del nivel de oscurecimiento que permitiría reconocer los rostros. Si uno lo adopta como criterio, tiene que hacer las mediciones y con eso llega a una conclusión de cual es el máximo permitido en base al criterio de reconocimiento de rostro. El proyecto lleva casi cuatro años, pero arrancó mucho antes. A raíz de ese trabajo, uno se envalentona y se dice: si llegamos hasta acá, porqué no armamos un aparato que mida lo que queremos que mida, la transmitancia.

- ¿Cómo aportan a la normativa vial?

- Intentamos, a partir del enfoque teórico, aportar a la interpretación de la accidentología. ¿Cómo? Aplicando la misma lógica que el beber. Hay estadísticas que muestran que cuando uno está ebrio, choca. Pero ese no es el fundamento para prohibirte beber, sino que está demostrado que cuando uno toma, sus reflejos disminuyen. Eso está demostrado psicofísicamente. Han hecho experimentos: te dan de tomar y te piden que aprietes el botón; y miden el tiempo, y se dan cuenta que a ciertos valores de alcohol tu reacción demora más que cuando no has tomado nada. Aplicando ese mismo enfoque, nos hemos dicho: si medimos la visibilidad -y lo que estamos midiendo es la funcionalidad de la visión-, a partir de eso podemos decir "es peligroso". Tenemos la curva de normalidad de los observadores: el criterio para establecer si ese vidrio oscuro es peligroso para el conductor se basa en ese rango. Creo que ese es nuestro aporte a la discusión. Hay que aplicar criterios, y de eso se trata el trabajo en el que trabajamos con Javier Santillán, Pablo Barrionuevo y Gustavo Jiménez. Competirá este mes por el premio Innovar, en Tecnópolis.