Corría 1817 cuando el general Tomás de Iriarte (1794-1876) llegó a Tucumán. En sus "Memorias" describe nuestra capital. "La ciudad es pequeña pero agradablemente situada; está circundada de árboles frutales de diferentes especies", dice. Después de algunas referencias equivocadas (como que está "al margen del arroyo Quebrada de Calchaquí", que es sede de un obispado, y que su industria principal es la minería), expresa que "contiene tres monasterios" y que "los habitantes poseen en general regulares fortunas".
El clima "es el más saludable" de toda la jurisdicción. "Los árboles de la provincia de Tucumán son gigantescos y dan excelentes y abundantes maderas de construcción. El suelo es muy feraz. La provincia contiene 50.000 habitantes".
De llegada se presentó al jefe del Ejército, general Manuel Belgrano, quien, dice, "me hospedó en su casa, inmediata a la ciudadela donde estaba acuartelado el ejército". Sobre éste, dice que su fuerza total era de 2.500 hombres: "maniobraban regularmente y reinaba entre ellos la más severa disciplina; el equipo era pobre pero bien tenido; se dejaba ver el aseo y un sistema regular de economía". El coronel Francisco Fernández de la Cruz era jefe del Estado Mayor: "este cuerpo era puramente práctico, y no había un solo oficial científico". Los oficiales no tenían muchos conocimientos. "Eran practicones sin escuela, pero podían desempeñar bien el servicio de campaña".
Apuntaba que en la maestranza de Tucumán se construían "buenas hojas de espada, de excelente temple". Belgrano le hizo hacer una, montada "con esmero", y se la regaló con su nombre grabado.