Hemos extractado otras veces, para esta columna, parte del ilustrativo material que ofrecen las "Memorias" del doctor Juan H. Scrivener, médico inglés que visitó Tucumán en 1826. Lo acompañaban Sir Edmundo Temple, el barón Czeltritz y el general-doctor Diego Paroissien. Hoy rescatamos párrafos referidos al calzado de los hombres de campo de nuestra provincia, en aquellos tiempos.
"Vimos -narra Scrivener- algunas botas livianas de verano llamadas botas de potro; es decir, las botas hechas con el cuero de potrillo, que son originarias del país y que pueden confeccionarse sin necesidad de emplear un botero o un zapatero". Esto, "porque su manufactura no necesita ni una sola puntada, pues la pierna, pie y suela salen de un solo pedazo y calzan admirablemente".
Pasaba a continuación a describir en detalle el armado de esas botas de potro que constituían una prenda muy común del paisano en Tucumán. "Son hechas de la siguiente manera: se cortan las patas traseras de un caballo, justo sobre las bases: una vez efectuado esto, se raspa el cuero con un cuchillo muy afilado, removiendo toda partícula de pellejo que pueda haberse adherido por dentro".
Tras la referida operación, seguía explicando el doctor Scrivener, "se cuelga el cuero a secar, y durante este procedimiento se lo calza dos o tres veces, para que tome su forma, tamaño y figura. La parte superior se vuelve la boca de la bota, y la parte redondeada del garrón es el talón. El pie termina sobre el vaso, donde es cortado según el largo necesario. Toda la operación puede llevarse a cabo, quedando lista para el uso, en el curso de un mes".