En 1854, un viajero porteño, el doctor Domingo Navarro Viola visitó nuestra ciudad. Puso por escrito sus impresiones, que publicaría póstumamente "La Revista de Buenos Aires". Consideraba que la plaza Independencia era "de bastante buena vista" y que la Catedral, ya a punto de concluirse, era el templo "quizás de más gusto del interior".

Al oeste, el Cabildo alojaba en el piso alto los Tribunales, la Sala de Representantes y el Parque de municiones, y en el bajo, el cuartel, la cárcel y la Policía. "Su arquitectura, que no pertenece a orden ninguno conocido, no es siquiera de buen gusto. Doce (sic) arcos muy pesados y bajos y una torre elevada con un buen reloj de tres muestras, constituyen su frente", comentaba.

Se detenía en el templo y convento de San Francisco, antes de los jesuitas. Decía que "la iglesia, de una sola nave, es grande, pero de malísima construcción; su techo es de madera ridículamente pintado al interior. Se conservan allí seis cuadros de los jesuitas representando asuntos de la Compañía: no tienen ningún mérito". Agregaba que los frailes habían vendido gran parte del convento "y consagrado su precio a la reedificación del templo, cuya obra se principiará pronto". Con eso se tendrá "un templo decente y se embellecerá una de las principales calles, que pronto estará cubierta de lindas casas en lugar de la antigua cerca".

Destacaba Navarro Viola que la comunidad franciscana, "bastante numerosa", sostenía "un curso de estudios desde primeras letras hasta Teología y Cánones inclusive", aunque "la enseñanza no está en buen pié".