El general Tomás de Iriarte, en sus "Memorias", dedica varias páginas a la relación que trabó con el general Manuel Belgrano a su paso por Tucumán. Cuenta que, cuando empezó la revolución, el abogado Belgrano era "en extremo delicado en su porte" y con "hábitos diametralmente opuestos a los de un soldado",

Pero cuando dio comienzo su carrera militar, "sus costumbres cambiaron, haciendo una rápida transición de la molicie a la austeridad de un soldado". No había aprendido "los principios de la guerra en la edad juvenil, pero se dedicó con empeño, desde el principio de la revolución, al estudio de la ciencia de la guerra". Añade Iriarte: "yo creo sin embargo que carecía de disposición para sobresalir en este ramo. Su trato era muy fino; estuvo algunos años en España, y al principio de la revolución fue comisionado a Londres".

A juicio del memorialista, un defecto de Belgrano era el rigor excesivo con que trataba a los oficiales. A la menor falla los enviaba al calabozo. "Belgrano se apercibió sin duda del mal efecto que produjo en mi ánimo, y un día me dijo: ?amigo Iriarte, yo conozco bien a nuestros paisanos, créame usted, pero sin este rigor que a mi corazón y mis principios repugna, no se podrían hacer buenos soldados de los americanos; es preciso que pase todavía mucho tiempo para que el punto de honor sea el móvil de sus acciones, las masas están muy atrasadas, no tenemos costumbres".

Reflexiona Iriarte: "Belgrano tenía razón, pero yo nunca aprobaré su sistema: era demasiado tirante; más bien diré, destruía el germen del honor, que es el mayor estimulante para los que siguen la carrera de las armas".