Se conserva un nítido daguerrotipo del general José María de la Oyuela, que fue gobernador rosista de San Juan en 1842-43. Impone su mirada amenazante, en el rostro que enmarca una tupida cabellera oscura engominada, con patillas unidas al bigotazo. Quien mira ese retrato no puede dudar que Oyuela -veterano de las Invasiones Inglesas y de la Guerra de la Independencia- era un hombre con quien nadie jugaba.

Había pasado varios años en esta provincia, como oficial del ejército de los gobernadores Bernabé Aráoz y Alejandro Heredia, y se había casado con una tucumana, Cleofé Laspiur. Aquí había nacido su hija Isabel, apodada "Chavela", que, fallecida la madre, vivía en Tucumán con sus tías Laspiur. En 1841, en carta al gobernador Celedonio Gutiérrez, se lo recordaba: "Usted sabe, amigo mío, que me ligan a Tucumán fuertes y apreciables cadenas: tengo allí a mi muy amada Isabel y a sus tías que estimo por mil motivos, y aunque el destino me ha separado de ellas, mi alma las tiene siempre presentes".

El general dice no

Los días tucumanos de Chavela transcurrían alegres, y mucho más alegres se hicieron el día en que se enamoró de Pastor Rodríguez. El joven era hijo de un personaje de la ciudad, don Hermenegildo Rodríguez, propietario de la única farmacia que existía entonces y guerrero de la independencia. Vino como boticario del ejército de Belgrano y decidió quedarse entre nosotros cuando se casó con una tucumana, María del Tránsito García Cárdenas. El novio de Chavela, Pastor, era el mayor de sus seis hijos (y el menor, Hermenegildo, sería con el tiempo padre político del fundador de LA GACETA, don Alberto García Hamilton).

Desde cualquier punto de vista, se trataba de un excelente candidato. Pero de pronto llegó de San Juan el general José María de la Oyuela. Sin preámbulos, notificó a Chavela que debía olvidar su noviazgo, ya que él tenía elegido a otro para yerno. Son de imaginar las tormentosas escenas que siguieron en la casa de las despavoridas tías Laspiur, con la chica llorando sin consuelo y el general obstinado en imponer su voluntad.

Chavela va al juez

Pero si Chavela quería mucho al padre, también estaba dispuesta a resolver ella misma sobre su destino. Cuando tuvo claro que el general no cambiaría de opinión, optó por pedir a la Justicia la autorización que le negaba. Así, el 24 de noviembre de 1843, el defensor de Menores, don Agustín Muñoz, elevó el caso al gobernador Celedonio Gutiérrez. "Hace algunos años -expresaba Muñoz- que, inducida mi protegida por una inclinación natural que profesa al joven don Pastor Rodríguez, le prometió casarse con él, habiendo desechado en todo este tiempo algunos enlaces que se le presentaron". Pero, agregaba el defensor, "cuando pensaba menos, arribó a esta ciudad su señor padre, con el firme designio de hacerle contraer otro enlace, que a su corazón repugna invenciblemente".

Y, decía Muñoz, "a pesar de todo el padre insiste en violentar una voluntad que le es natural, y no hay lágrimas, razones ni empeños que puedan persuadirle de lo contrario". Por eso, y "para evitar a éste la última violencia y el remordimiento de haberla cometido, ha creído necesario sustraerse a su autoridad y ponerse bajo la protección de las leyes y de Vuestra Excelencia".

Debaten los diputados

Ninguna gracia debió hacerle al gobernador este pleito familiar, donde estaba involucrado un personaje como Oyuela. De todos modos, el ministro de Gobierno, doctor Adeodato de Gondra, resolvió citar al indignado general para que expusiera sus razones. Y, mientras tanto, mandó que Chavela fuera depositada en casa del jefe de Policía, acompañada por alguna parienta o por "cualquiera señora de respeto".

Cuando el gobernador elevó el asunto a resolución de la Sala de Representantes, el furibundo Oyuela había salido de la provincia rumbo a San Juan. Acababa de terminar su gobernación y tenía demasiados problemas que atender: el principal, rehacer la fortuna que había perdido años antes, cuando la invasión del "unitario" Acha terminó con su hacienda. Y descontaba que la autoridad tucumana arreglaría el incidente con Chavela a su satisfacción.

La Sala de Representantes lo debatió largamente. En la sesión del 10 de febrero de 1844, el ministro Gondra expuso su informe. Según el acta, uno de los diputados, luego de de un extenso discurso sobre "la inviolabilidad de las leyes que favorecen la patria potestad", propuso que el expediente se devolviera al Gobierno, "para que cumpla con lo que ellas disponen a favor de los padres de familia".

Chavela se casa

Gondra replicó que el gobierno no ignoraba esas leyes, pero había un problema en el trámite procesal, ya que "esta joven entabla el juicio de disenso en circunstancias de hallarse ausente su padre". El tema pasó a la sesión siguiente, del 13 de febrero. La Sala se lavó las manos. Luego de "un debate sostenido en pro y en contra", terminó autorizando al Poder Ejecutivo "para que con arreglo a los antecedentes y conocimientos que tiene sobre el actual estado del asunto de la joven doña Isabel Oyuela, se expida como juzgue conveniente".

No conocemos el texto de la resolución del gobernador, si la hubo. Pero consta que pocos días después, el 24 de febrero de 1844, en la Catedral, se casaron Pastor Rodríguez con Isabel Oyuela. Nada había podido hacer el general, que en esos momentos marchaba de San Juan a Buenos Aires con un arreo de hacienda. Un viaje con mala suerte, por lo demás, ya que el 21 de mayo, al llegar a Salto, los indios se apoderaron del ganado, y él se libró del cautiverio o de la muerte porque esa noche había decidido dormir en el pueblo.

En cuanto a Pastor y Chavela, tuvieron una sola hija, Erminia, quien se casó en 1868 con el escribano Emilio Sal, un tucumano destacado que fue ministro, senador nacional e intendente municipal de esta ciudad.

Una obra de 1903

Este romance con final feliz solía contarse, una y otra vez, en las conversaciones familiares del siglo XIX, y cada narrador le agregaba algún detalle. El rosarino Jorge Söhle quiso ponerlo por escrito en el libro "Chavela (novela histórica argentina)", que editó en 1903.

Es muy probable que su madre, Felisa Rueda Frías de Söhle, santiagueña residente en Tucumán, le acercase los detalles de aquella historia que conocía como testigo. Söhle cambió algo los nombres. Mantuvo el de Chavela, pero le dio por padre a un Policarpo Oyuela y a una señora Laspiur que murió en el parto. Y en cuanto a Rodríguez, lo llamó Pedro en lugar de Pastor.

En la intriga del libro, el competidor desairado de Rodríguez se llama Francisco Chatres, nombre sin duda de ficción. Viendo que fracasa su acoso a la joven, va a buscar a Oyuela y lo presiona -con unos pagarés que tiene en su poder- para que vuelva a Tucumán y obligue a su hija a aceptarlo. Mientras, el joven Rodríguez ha partido en misión secreta al Litoral, como emisario de los antirrosistas. Pero puede volver a tiempo para desbaratar la intriga de Chatres y del padre de Chavela, quien finalmente se declara vencido.

¿Cosas de la novela?

No conocemos que exista un retrato de Chavela. Escribe Söhle que "no tenía un solo defecto"; que "era perfecto su físico y su hermosura se realzaba con el aire digno y modesto de su porte". Alta, tenía un rostro ovalado y lleno, y peinaba en "bandeaux" su cabellera oscura y ondulada. Se detiene en sus "magníficos y soñadores ojos garzos, rasgados, orlados de tupida pestaña larga y rizada"; en su nariz "pequeña, fina y un algo arremangada".

Pareciera que la felicidad hogareña se interrumpió pronto. Las últimas páginas del libro pintan a Rodríguez llorando, con la cabeza entre las manos, mientras se oye el llanto de su hijita recién nacida, cuyo alumbramiento había costado la vida de Chavela. Pudiera ser un recurso literario (no hemos hallado el acta de defunción), pero es difícil que el autor prefiriera matar a la protagonista para cerrar una historia que, al fin y al cabo, era real en esencia.