El martes pasado, la enfermedad se llevó la vida de la arquitecta Liliana Meyer, ante la consternación de su familia, sus amigos y la comunidad de historiadores. Había cumplido 59 años el 23 de octubre y era graduada en la Facultad de Arquitectura de la UNT.

De su padre, el doctor Teodoro Meyer, uno de los grandes botánicos argentinos, había heredado la vocación de investigadora, y la enfocó sobre el viejo Tucumán. Se dedicó con ahinco a la historia urbana y la extrajo de sus fuentes directas en el Archivo Histórico de la Provincia, cuyo personal integraba desde 1989.

La inteligente interpretación de antiguos papeles la llevó a no pocos descubrimientos y rectificaciones. En LA GACETA publicó originales trabajos. Recordamos a "Tiendas, cuartos, casas de renta", "Los altos del Obispo Molina", "San Francisco", "La esquina de Villafañe", "La casa de Alberdi", por ejemplo. Después vinieron excelentes libros. Primero "La Catedral y el Cabildo de San Miguel de Tucumán", en 2008, y el año pasado, "San Miguel de Tucumán en la época colonial (1685-1910)". Había participado, además, en el ambicioso "Inventario del Patrimonio Urbano, Arquitectónico y Artístico de Tucumán", desarrollado entre 1986 y 1990 y aún inédito. Documentos administrativos, protocolos de escribanos, expedientes judiciales, comprobantes de contaduría, ninguna sección del Archivo escapó a su laboriosa investigación.

La arquitecta Meyer era una mujer de gracia física y la adornaban bellas condiciones familiares y personales. Su muerte deja un claro entre los estudiosos de la historia y una gran pena entre quienes apreciaron su trato distinguido y cordial y su generosa disposición de madre y de amiga.