El lenguaje popular denomina "avenegra" a quien realiza, sin título alguno, gestiones de procurador en los Tribunales. Recluta su clientela, por lo general, entre la gente del campo, aprovechando su falta de información. En su número 5, de 1925, la revista local "La Cumbre" dedicó un intencionado artículo a ese personaje.

Lo evoca en la calle, junto a su víctima. Asombra, "con su charla borbotona, al inevitable cliente rural que lo acompaña, y que ha bajado del campo, algo confuso y tímido, en espera de noticias del viejo pleito dormido y enredado". Entran "a la confitería del popular Cabezón Sarmiento, a tomar una copita". Eso, además, permite al "avenegra" vigilar si hay "algún litigante afligido para servirle de testigo falso".

La conversación sigue. El "avenegra" repite "el cuento aprendido de memoria por lo antiguo, de las felónicas incidencias de ?la parte contraria?; de la coima que le piden los jueces para fallar el asunto en favor de sus intereses; del enorme gasto de papel sellado; del ardor que siente en los sesos por el exceso de estudio a que lo ha obligado un caso tan difícil".

Y termina "con el consabido ?pechazo? para ?gastos de expensas?, prometiéndole que después de la Feria saldrá la ansiada sentencia". El cliente "le escucha azorado por tan sabihonda enciclopedia jurídica, sin sospechar, entretanto, que tan solo ha escuchado el mismo cuento de todos los tiempos". La entrevista se interrumpe porque el "avenegra" es llamado de otra mesa.

Entonces, el ingenuo paga la cuenta de lo consumido, "concibiendo la esperanza de su tan soñada reivindicación".