"En Boston, si encontrás un bostoniano puro te dan un premio", bromea Silvina Mizrahi. Así grafica ella cómo ni la ciudad más "británica" de los Estados Unidos, aquella que tan bien pintó Henry James ("The bostonians", llevada al cine por James Ivory), ha escapado a la fiebre latina que le está cambiando el rostro al país del norte.
Por esas cosas del amor (está casada con el médico e investigador tucumano Raúl Mostoslavsky, que enseña e investiga en Harvard), Mizrahi llegó hace 10 años a Boston con su carpeta de obra (escultura es lo suyo) en la valija. "Sabía que había que caminar las galerías de arte con mi portafolio. Y alguien me sugirió que me presentara como voluntaria en el Museo de Bellas Artes", recuerda. Finalmente ingresó al área educativa del Museum of Fine Arts (MFA), el segundo más grande de los Estados Unidos por su colección permanente, después del neoyorquino Museo Nacional.
Llegó como voluntaria y se fue quedando, ya como coordinadora del departamento educativo y como guía en idioma español. Este año, por esa tarea, el diario bostoniano "El Planeta" la distinguió como una de las 100 personas más influyentes entre la comunidad latina de Boston: para la elaboración de ese ranking vota la gente de la comunidad. El premio se llama "Dejando huellas". En el caso de Silvina, la huella es la tarea que realiza apoyando este momento de "orgullo de ser latino" que se respira en Estados Unidos.
- Acabás de ganar un premio que otorga el diario latino "El Planeta"...
- Hace siete años ese diario estipuló un premio a las que se consideran las 100 personas más influyentes en la comunidad latina de Boston. Las personas elegidas son aquellas que ellos consideran han dejado huellas en esa comunidad, que es muy fuerte en Boston. Hace 10 años, los grupos latinos que venían al museo no eran tan frecuentes. Pero hace cinco años empezó un cambio: hay desesperación de los padres por tener a sus hijos en escuelas bilingües en las que se hable español. Es algo que no he visto nunca antes.
- Hasta hace una década, la literatura de autores de origen latino mostraba esa negación de la identidad.
- Eso es muy interesante. Al museo van alumnitos de jardín, de primero, de segundo, de tercer grado. Y hay un énfasis en que aprendan español. Pero estos chicos vienen de casas de padres que cuando llegaron al país se dijeron: "acá no se habla más español". La generación que había llegado 10, 15 años atrás, se olvidó de las raíces. Y una de las tareas que estamos tratando de desarrollar en el museo es, justamente, que ellos se encuentren con lo que ellos son de verdad. Son hijos de padres latinos pero están aprendiendo el español en la escuela porque sus padres no lo hablaban ni siquiera entre ellos.
- ¿Ese cambio es impulsado por políticas públicas o por la sinergia propia de la comunidad?
- Hoy la población latina alcanza casi al 60%. Y hay una movida cultural muy fuerte, no sólo en Boston. Hay un orgullo de ser diferentes. Hoy, hasta los americanos que no son latinos sienten una suerte de vergüenza de no hablar español.
- Contame algunas de las estrategias que usás en el Museo...
- Por ejemplo, en una escuela pública bilingüe (inglés-español) que queda en una zona que era bastante marginal, la directora, que se había venido de Cuba, se desafió hacer una escuela para la comunidad. Esos chicos tienen cinco visitas anuales al museo: vienen de familias muy difíciles, y consideran que la escuela es el lugar que les va a dar a estos chicos rigor y contención. Son chiquitos y vienen al museo y ya aprenden técnicas de claroscuro y de retrato. Pero no es por una mera cuestión técnica. Ellos eligen un antepasado, traen la foto de esa persona, escriben algo sobre esa persona y después hacen el retrato en tamaño natural. Luego hacemos la muestra en el museo. Y la verdad, es impresionante: la gente llora cuando ve que los chicos exponen: "bueno, esta es mi abuela Matilda, vive en Panamá, y no la veo desde que nací, pero me cuentan que le gustaría contarme cuentos de noche". O "este es mi abuelo, y le gustan los frijoles". O "este es mi abuelo al que le gusta el violín y sueña con comprarse su casita, en algún lugar perdido en Centroamérica". Otro años hacemos máscaras: no tiene que ver tanto con los antepasados directos, sino con las culturas precolombinas, vemos qué función jugaban las máscaras en las culturas precolombinas y las comparamos con la egipcia. El museo había empezado como un centro cultural, ayudado por Harvard y el MIT. Y se evaluó que faltaba contar parte de la historia. Así se abrió el ala de la antigua América: las culturas maya, azteca... El abordaje a lo educativo es muy fuerte, el ala nueva, que costó cientos de millones de dólares, se hizo gracias a donaciones.
Para conocer
- ¿Qué particularidades tiene el MFA?
- Como pasa en todo el país, el museo es un organismo viviente, en el que los padres hacen la membresía anual y participan de numerosas actividades, con incentivos como, por ejemplo, de que si sos socio del zoológico tenés beneficio para ir al museo. En cuanto al MFA, es un Museo de Bellas Artes, armado a manera de enciclopedia, toda la historia puede ser estudiada en el museo: tenemos la galería de la Mesopotamia, la de Grecia, la de Egipto. Muchos de los grupos que asisten al museo lo hacen para ver allí algo de lo que están estudiando en la currícula. Tiene importantes piezas de Egipto porque como Harvard y el museo ayudaron en su momento en las excavaciones de Egipto, el gobierno de Egipto mandó algunas piezas al museo. Es así que allí tenemos algunas de las colecciones más grandes de la pirámide de Gizeh.
- ¿No son las piezas que reclama Egipto? - No, en este caso fueron fruto de un convenio que se firmó en el siglo XIX. Pero sí hay situaciones en las que no se conoce el origen de las obras, en particular a partir del Holocausto, cuando muchas de estas obras pasaron a otras manos. Para eso, el Museo tiene un programa especial de revisión sistemática del origen de las obras europeas del siglo pasado. Entre uno de los tantos ejemplos, hay una obra de Kokoscka que está siendo reclamada por el hijo de alguien que dice que su padre fue el propietario, y que él no la donó al museo. Por otra parte, ante esta modalidad de que otros países están reclamando las obras, se ha estipulado un sistema de intercambios.
- ¿ Qué museo te gustaría ver en Tucumán que no hayas visitado?
- Tengo que admitir que el año pasado estuve exhibiendo en el Timoteo Navarro, y ha sido una experiencia increíble, con un montaje de la muestra muy profesional. Además, invitaron a chicos de escuelas. Algo parecido a lo que yo hago en Boston. Cuando yo era chica, el museo no era un lugar que te invitara a entrar. Lo que sí me parece es que los chicos deberían tener más posibilidades de caminar sus propias raíces; de recorrer la historia viviente divirtiéndose. Raúl, mi esposo, fue al Museo del Lillo, y le ha gustado mucho. Me debo esa visita.
- Aparece esto de que la ciudad no es sólo un espacio, sino, además, las opciones para disfrutarlo...
- Tal cual. El otro día estábamos caminando por la plaza Urquiza. Y Raúl me decía, "¿ves esto? Bailando tango, patinando, gente tomando mate. Esto somos nosotros", y era la plaza del pueblo. Como empezaron los pueblos, en la plaza. Como el personaje de la película "Cinema Paradiso", que decía: "la plaza es mía, la plaza es mía".