¿Qué es el infierno? (de origen chino)
El joven novicio preguntó al maestro:
-¿Cómo cree mi maestro que es el infierno?
-El infierno es una gran montaña de arroz humeante y aromático. En torno a ella hay multitud de hombres y mujeres que tienen los brazos muy cortos y unos palillos demasiado largos para poder llevarse la comida a la boca.
-¿Y cómo será entonces el cielo, maestro?
-El cielo es una gran montaña de arroz humeante y aromático. En torno a ella hay multitud de hombres y mujeres que tienen los brazos muy cortos y unos palillos demasiado largos, pero han comprendido que para alimentarse tienen que usar los palillos para darse de comer los unos a los otros.
¿Qué es la verdad? (de origen indio)
El rey estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre las que destacaba su preocupación por que los hombres no consiguieran ser mejores. Para buscar respuesta a este último
interrogante, llamó a su presencia a un ermitaño que vivía apartado en el bosque dedicándose a la meditación. Por su fama de sabio y ecuánime fue llevado a palacio donde el rey le dijo: "muchos hablan de tu conocimiento del hombre. Me han dicho que apenas hablas, que no buscas reconocimiento ni persigues el placer, que nada posees salvo tu sabiduría".
"Eso dicen, señor", contestó el ermitaño quitándole importancia.
"De la gente es de quien quiero preguntarte" , dijo el rey. "¿Cómo podría yo conseguir que sean mejores?"
"Sobre esto puedo decir --contestó el ermitaño-- que las leyes que emanan de tu poder no son suficientes en modo alguno para hacerlos mejores. El hombre ha de cultivar actitudes y practicar formas de actuación para alcanzar una verdad que es de superior nivel y llegar a la comprensión clarividente. Y esta verdad de orden superior no tiene apenas nada que ver con la verdad de la ley".
El monarca, sorprendido, quedó enmudecido. Luego reaccionó: "Lo que sí puedo asegurarte, ermitaño, es que con mi poder por lo menos puedo conseguir que todo el que esté en la ciudad diga la verdad".
El sabio sólo respondió con una leve sonrisa, y el rey ensoberbecido mandó construir un patíbulo en la plaza de la ciudad y puso vigilantes en la puerta de la ciudad que controlaban a todo el que entraba. Un heraldo anunció al pueblo: "Todo el quiera entrar en la ciudad será antes interrogado. Si dice la verdad, se le franqueará el paso, pero si miente, será ahorcado en la plaza".
Tras pasar la noche meditando en su bosque, el ermitaño, se encaminó lentamente a la ciudad y cuando llegó a sus puertas el vigilante le preguntó: "¿A dónde vas?". Con grave serenidad el sabio dijo: "Voy a la plaza para que me ahorquéis". El capitán afirmó: "Como no hay motivo, no será así". "Al parecer afirmas que he mentido y por tanto tienes que mandar ahorcarme". "Pero si te ahorcamos" --repuso el oficial-- "habremos conseguido que lo que has dicho sea cierto y, entonces en lugar de ahorcarte por mentir, te estaremos ajusticiando por decir la verdad". "¡Correcto!" --dijo el ermitaño sin inmutarse--. "Ahora podéis ir al rey a decirle que ya conoce la verdad... ¡su verdad!".
Ansiedad (de origen zen, japonés)
Un hombre no conocía la madera de sándalo, pero había escuchado mucho sobre sus excelencias. Nació así en él un fuerte deseo por conocer esa clase de madera tan ponderada y entonces decidió escribir a sus mejores amigos para pedirles un pedazo de esa clase de madera. De este modo, escribió numerosas cartas a sus amigos y en todas ellas hacía la misma petición: "Por favor, enviadme madera de sándalo". Un día, de repente, descubrió que el lápiz con el que llevaba meses escribiendo aquellas cartas era precisamente de olorosa madera de sándalo.
La hoja de jade (taoísta)
Había un hombre que pasó tres años esculpiendo un trozo de jade para darle forma de hoja. Presentó su obra maestra al príncipe, que quedó muy impresionado y lo contrató. La hoja parecía tan real que si se la ponía entre hojas de verdad no se la podía distinguir. Todo el mundo señalaba que era una obra de arte muy hermosa. Sin embargo, cuando Lie Tze tuvo noticia de ello, dijo humorísticamente: "Si la naturaleza necesitara tres años para hacer una hoja, tendríamos problemas".
El Mago (sufí)
Había una vez un mago que construyó una casa cerca de un pueblo grande y próspero. Un día invitó a toda la gente del pueblo a cenar en su casa. "Antes de cenar --dijo-, tenemos algunos entretenimientos". La idea agradó a todos y el mago hizo un show de primera clase, durante el cual sacaba conejos de chisteras, banderas que aparecían en el aire y cosas que se convertían unas en otras. La gente estaba fascinada. El mago preguntó: "¿Quieren cenar ahora o quieren más entretenimiento?". Todos pidieron más trucos pues nunca habían visto algo así. Así el mago se convirtió en una paloma, después en un halcón y después en un dragón. La gente enloquecía de excitación. Les preguntó nuevamente y pidieron más, y más recibieron. Entonces les preguntó si querían comer y dijeron que sí.
El mago entonces les hizo sentir que estaban comiendo distrayéndolos con cantidad de trucos a través de sus poderes. La cena imaginaria y los trucos continuaron toda la noche. Cuando estaba amaneciendo algunos dijeron: -Debemos ir a trabajar. Entonces hizo que imaginaran que iban a sus casa y se preparaban para ir a trabajar y realmente hacían sus actividades habituales. Y de este modo, siempre que alguien decía que tenía que hacer algo el mago lo hacía pensar que lo hacía y después regresaba a la cena. Con el tiempo el mago había tejido tal encantamiento sobre la gente del pueblo que todos trabajaban para él mientras que creían que continuaban con sus vidas de siempre. Cuando se sentían inquietos él los hacía pensar que estaban nuevamente cenando en su casa y esto les daba placer y los hacía olvidar. ¿Y qué sucedió con el mago y la gente del pueblo?
Esto no se puede decir; es algo de lo que no se puede hablar, porque él sigue ocupado en lo mismo, y casi toda la gente está aún bajo su hechizo.
Granadas para curar (sufí)
Un estudiante fue con un maestro para aprender el arte de curar.
Vieron venir a un paciente y el maestro dijo": Este hombre necesita granadas para curar". El estudiante recibió al paciente y le dijo: "Tiene usted que tomar granadas, es todo lo que necesita". El hombre se fue protestando y probablemente no consideró en serio el consejo.
El estudiante corrió a su maestro y preguntó qué es lo que había fallado. El maestro no dijo nada y esperó a que de nuevo se dieran las circunstancias. Pasó un tiempo y el maestro dijo de otro paciente: "Ese hombre necesita granadas para curar, pero esta vez seré yo quién actúe. Lo recibió y se sentaron, hablaron de su familia, de su trabajo, de su situación, dificultades e ilusiones.
El maestro con aire pensativo dijo como para sí mismo: "Necesitarías algún fruto de cáscara dura, anaranjada, y que en su interior contenga granos jugosos de color granate. El paciente interrumpió exclamando: "¡Granadas!, ¿y eso es lo que podría mejorarme?". El paciente curó y el estudiante tuvo una ocasión más para aprender que el remedio es la mitad de la cura, la otra mitad es la respuesta de aquel a quien se cura.