El hablar de sí mismo es un elemento fundamental en la interacción: las personas cuando se encuentran lo primero que hacen es presentarse. Y lo hacen no sólo a partir del lenguaje, sino de la postura corporal, de cómo estamos vestidos, de las cosas que llevamos. Todo ello indica quién creemos que somos y cómo nos gustaría que el otro nos vea. Empleando una analogía referida a las redes sociales: antes de interactuar construimos un "perfil" de nosotros mismos y, por supuesto, ese perfil es público. La construcción de una identidad virtual que se dispara cada vez que decimos "yo soy..." y hablamos de nuestra profesión, de nuestra familia, de nuestros gustos, pauta la interacción: a partir de decir quién soy puedo decir quién creo que es el otro, y manifestar mis expectativas que deberán congeniar con aquello que el otro piensa de mí y con lo que él espera de la interacción. Por supuesto, se manifiesta "naturalmente" en la comunicación. Además, esta autoconstrucción discursiva de la propia identidad refuerza esa identidad social que me otorgo; y si es legitimada por el otro, afirma la seguridad que me define como persona. Hablar de uno mismo está presente desde los inicios de la vida social. Lo que ha cambiado es lo que uno cuenta de sí; esto es lo que marca las diferencias entre lo privado y lo público: lo que queda reservado al círculo más íntimo, la propia idea de pudor o de humildad, o aquello "de lo que no se habla", todo eso cambia con el tiempo, con las sociedades y con las culturas.
Una acción que se muestra no sólo en la palabra
Por Raúl Arué, Sociólogo.