En los pagos de Acheral, la luna de Atahualpa ya no sólo besa el cañaveral; ahora, diversificación mediante, entre abril y septiembre el astro se reparte también entre los campos de citrus y, en menor medida, en las plantaciones de arándanos. En las tierras que han inspirado la poesía de Yupanqui no sólo ha cambiado el paisaje productivo: el caballo, el sulky, el famoso arriero de "Don Ata" han sido arrasados por la moto; el abigeato ha sido usurpado por el motoarrebatador; y en la plaza "Atahualpa Yupanqui", por las siestas, no hay rondas de guitarra, sino alumnos con sus netbooks del plan "Conectar igualdad" que aprovechan el wi fi público.
Frente a tantos cambios, sin embargo, una tradición casi centenaria permanece y se transmite de padres a hijos. Todos los veranos, cuando termina la cosecha en Tucumán, 600 hombres y mujeres de Acheral, junto a otros 27.000 trabajadores "cíclicos permanentes temporarios" del resto de la provincia migran a Río Negro, Mendoza, San Juan y La Rioja, buscando completar el año laboral. Muchos de ellos, como Lorena Vizuara (26) y como Gabriela Palomino (37) son tercera o cuarta generación de golondrinas que recogen manzanas y peras en Río Negro, en los viñedos de San Juan y Mendoza y, en menor medida, en los olivares riojanos.
Famaillá y el municipio de Monteros (del cual Acheral es parte) son los grandes "aportantes" a las cosechas de estación en las otras provincias.
En Acheral, comuna con un padrón electoral de 3.500 votantes y una población estimada en 7.000 habitantes (dos años después del Censo 2010, todavía esperan conocer los datos desagregados por comuna), uno de cada 10 trabajadores temporarios del campo vive los dos o tres últimos meses del año como un entretiempo sin trabajo; un entretiempo sólo mitigado por los $ 600 mensuales del interzafra.
Según el director de Programas Especiales de la secretaría de Trabajo de la Provincia, Pedro Lazarte, son 50.000 los "temporarios permanentes" que quedan sin empleo entre cosecha y cosecha. A ellos está destinado el interzafra, impulsado por el Ministerio de Trabajo de la Nación en acuerdo con los gremios del campo (Uatre y Fotia) y con la provincia, a través de municipios y comuna. Si el trabajador no migra, recibe su mensualidad hasta marzo inclusive; si lo hace, el Estado le aporta el viaje de ida y al momento de la partida se suspende el estipendio mensual. Se estima que son 27.000 los migrantes temporarios tucumanos de este verano 2013; de esa población, alrededor de 21.000 migran "sobre seguro": trabajo acordado y garantizado en alguna "chacra" de las provincias receptoras, transporte asegurado por el Estado y continuidad del aporte de obra social, por convenios con los sindicatos del sector.
Al Gobierno, el transporte le significa una erogación de $12 millones. Y Lazarte apunta: "es una inversión; se estima que el dinero que vuelcan los migrantes cuando vuelven a la provincia son entre $ 300 y $ 350 millones, que se vuelcan al consumo interno".
Otro mapa
Uatre y Fotia se reparten la torta de los golondrinas y aportan, respectivamente, 16.500 obreros del limón y 4.500 del azúcar. Otra radiografía de las transformaciones del mapa productivo de Tucumán, que hasta 1966 absorbía 13.000 trabajadores del surco ocupados por los ingenios (3.300 permanentes y 9.700 transitorios), sin hablar de los 8.000 permanentes ocupados por los cañeros independientes y los 42.000 transitorios, de los cuales el 35% eran migrantes de otras provincias (Norma Giarraca, Bidasecca y Mariotti, "Trabajo, migraciones e identidades en tránsito)".
Pedro Vallejo (53) es uno de los rostros de esa estadística. En 1966, año de cierre masivo de ingenios, Pedro cumplía siete años. Nacido en Acheral, hijo de madre santiagueña y de padre tucumano, Pedro refleja la estirpe del golondrina que a los 10 años tomó el machete por primera vez, y que a los 12 ya trabajaba en el surco. Cuenta que ha tenido una infancia dura. Que los tres hermanos siguen todavía trabajando en la caña, pero que desde los 15 años, todos los eneros, parte a Río Negro (antes fueron Mendoza, La Rioja, Salta). "Ibamos mi señora -Silvia Maidana- y mis tres hijos, de 24, 26 y 15, respectivamente", cuenta.
"No es buena la vida del golondrina; con los años lo envejece; míreme a mí a los 53 años", apunta Pedro, con tono y rostro cansado. "Sin embargo, gracias a los 27 años en Río Negro tengo esta casa", añade. Y a Silvia, que sigue la entrevista, el orgullo se le nota en la cara. Les ha tomado 20 años construirse esa casa amplia y luminosa con por lo menos cuatro cuartos y dos baños a la vista, con un barcito enclavado en el centro de la cocina; un led de 44 pulgadas presidiendo el living, una imagen de Santa Rita bendiciendo la casa y fotos del hijo, Sebastián. Él terminó la ENET de Monteros, es operador radial y tiene pendiente seguir la carrera de ingeniería que dejó inconclusa por un accidente. Al frente de la casa de Acheral, los Vallejo han montado una verdulería. En el fondo, en el vivero de Silvia, estallan las margaritas al sol. "Es bueno estar en casa", se dice Pedro a sí mismo. Y "se" promete que este será su último enero como golondrina.