De sus 94 años de vida, apenas 12 le dedicó a la función pública. Y lamenta haberlo hecho: afirma que esa experiencia no le aportó ningún valor humano. Dice, incluso, que sobran los dedos de una mano para contar los amigos que le dejó la política. "Yo no quería la gobernación, pero las circunstancias...", repite un par de veces, durante la conversación. José Domato resultó electo gobernador -por medio del Colegio Electoral- el 2 de diciembre de 1987. En las urnas había ganado el radical Rubén Chebaia; pero no había logrado el número de electores suficientes -por aquellos años, la elección era indirecta- para que sea consagrado. A raíz de ello, debieron ir al Colegio Electoral; y allí, tras arduas negociaciones, José "Renzo" Cirnigliaro cedió sus electores a Domato, y este fue ungido gobernador.
Su mandato -plagado de sacudones, como el autoacuartelamiento de policías, liderado por Mario Oscar "Malevo" Ferreyra- debía culminar el 10 de diciembre de 1991. Pero el 18 de enero de ese año, el ex presidente Carlos Menem decidió intervenir la provincia, que quedó a cargo de Julio César "Chiche" Aráoz.
A las 8 del jueves, Domato abre la puerta de su casa e invita a pasar a LA GACETA. Admite que no suele dar entrevistas; y aclara que prefiere el diálogo al acartonado formato pregunta-respuesta. Señala al periodista unos muebles de jardín y le pide que se siente; se dirige hacia una pared, toma una cuerda y realiza "su actividad física diaria": corre el toldo que protegerá la charla del sol, que desde temprano se muestra abrasador. Finalmente, se sienta. A sus pies, luego de saltimbanquear un buen rato, se echa Picha, una cachorra Fox Terrier, regalo de sus nietos.
"Nací en 1918, en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Pero a los 24 ya me vine para el NOA; viví un tiempo en Salta, y luego vine a Tucumán. Podría decir que 70 años de mis células son norteñas, y 25, porteñas", bromea. Cuenta que conoció esta región antes de recibirse de ingeniero agrónomo. "En los viajes de campo que hacíamos con la facultad me tocó venir dos veces. Me gustó mucho; sobre todo Tucumán, que por ese entonces, hacia finales de los 40, todavía era un jardín esplendoroso", añade.
Pese a haber llegado a la primera magistratura de la provincia, Domato no cuenta con una larga trayectoria como político; y mucho menos, en la función pública. "Entre 1952 y 1954, me desempeñé como ministro de Agricultura, Obras Públicas e Industria de la Provincia; semejante Ministerio para un novato de 34 años", cuenta. Además de esto, fue presidente del extinto Banco de la Provincia de Tucumán (1973-1974), subsecretario de Agricultura de la Nación (1975), presidente del Senado provincial (entre 1983 y 1987; en los hechos, vicegobernador) y gobernador (1987-1991). Sus únicas funciones en el Estado; y la última, inconclusa, por la intervención.
- Teniendo en cuenta cómo resultó esa gestión, ¿hubiese preferido que designen gobernador a Chebaia?
- A nadie le gusta perder una posición, mediante los procedimientos públicos, como son las elecciones. Mucho menos si es a manos del antagonista político duro. Y el radicalismo, por medio de Chebaia, era muy duro: él planteaba la controversia con vehemencia. Es un político de raza, y yo un aficionado a la política; en un debate abierto me habría ganado por lejos; pero en el Colegio Electoral no se dio ese debate. Aunque no deseaba ser gobernador, aunque no tenía esa ambición política, ni jamás pensé en que alguna vez gobernaría una provincia tan politizada como esta no quería perder con él.
- Si no se había planteado ser gobernador, ¿cómo llega?
- Un día llegan a mi casa (Fernando Pedro) Riera y "La Negrita" Rivas (Olijela del Valle). Y él me dice que quería que sea gobernador. Le digo que no, que no sé nada de la política, que no tengo bases, nada. Convenimos en que sería senador. Y así fue; durante cuatro años el Senado me reeligió como presidente. Tiempo después, Riera me pide que lo acompañe a la Fotia. Tenían montado un mitin para votar allí el candidato a gobernador. Y Riera pidió hablar. Él era un caso extraordinario: hombre débil, ya estaba enfermo, flaquito, chiquito, encorvado; pero hablaba que era una majestad. Y la gente lo escuchaba, se captaba las voluntades. Él dio un speech, dio las razones por las que, a su criterio, yo debía ser el candidato -razones que no repetiré, pero que recuerdo muy bien, porque me tocan muy profundamente (se quiebra)-. Y persuadió a la Fotia para que me votara. Por eso fui candidato. Y sin aparato gané.
Sin alegrías
En especial, Domato no recuerda con alegría sus dos últimos cargos públicos. - ¿Se arrepiente de esos días?- Sí. Hubiera querido no haber pasado ese episodio de mi vida, que llevó cuatro años en el Senado y casi otros cuatro en la gobernación. No agregó ningún valor que yo considere humano y noble a lo que sabía pensar. Me envenenó la vida. En política funciona el que borra el "no" de su lenguaje, el que de entrada no da ninguna opinión que pueda comprometerlo, el que elude cuando las papas queman. Y yo soy todo lo contrario; creo que las cosas difíciles merecen ser analizadas de frente; y ser resueltas por bien o por mal. Me ha hecho mal. Me sobran dedos de una mano para contar los amigos que me dejó. - ¿Cómo ve al kirchnerismo?- Creo que hizo cosas buenas; quizás en un balance final haya más bueno que malo. Pero el ciclo de fuerza, de imaginación, de creatividad pasó. Temo incurrir en algún error grosero al decir esto, pero creo que este movimiento ya dio de sí todo lo que tenía, y que hubiera hecho muy bien en no seguir.
- Sobre la situación en la Provincia, ¿qué opina?
- No sé; Tucumán es una provincia complejísima; y no se pueden vaticinar movimientos. Nadie hubiera vaticinado que íbamos a tener el gobernador que tenemos; un hombre que tiene poco de político, pero mucho de comerciante -en el sentido sano del concepto-. Muchas de las cosas que (José) Alperovich hace, que no llegan a ser malas, no tienen nada de bueno: son neutras. Este gobierno dejará varios progresos materiales: casas, caminos, mejoras en cuestiones sanitarias. Todo eso es valioso, pero no estoy convencido de que en un balance final vaya a ser positivo; habrá un empate entre lo bueno y lo no tan bueno. Dios quiera que me equivoque.