El día que Luis Eduardo Falú se reunió con dos agentes del Servicio de Inteligencia, recibió la amenaza de que tenía 30 días para entregar una lista con los nombres de al menos 10 militantes. “Hacé una lista con los nombres de esos zurditos amigos tuyos”, le dijeron, según contó después a un familiar. Se negó, y poco después, el 14 de septiembre de 1976, lo secuestraron, a 50 metros de su casa, al mediodía, cuando volvía de su trabajo, en Gas del Estado.
Tenía 25 años, estudiaba Historia y había empezado hacía poco su militancia universitaria. Su hermana, Ana María Falú, y su primo, Emilio Mrad, declararon esta mañana en el juicio por crímenes de lesa humanidad en la Jefatura de Policía y la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga. En estas causas, que engloban a más de 200 víctimas, están imputados 41 personas, entre ex militares, ex policías y ex gendarmes, dos civiles y un sacerdote.
“Recorrimos todos los lugares posibles y apelamos a todo lo imaginable para saber dónde estaba ‘Lucho’. Mi padre y mis hermanos fueron al ingenio Ñuñorco, a la ‘escuelita’ de Famaillá, al Comando, a donde nos dijeran que podía estar, pero no recibimos respuestas”, contó Ana María. En su emocionado testimonio, relató que su familia fue perseguida, que ella tuvo que irse al exilio, y que su hermano, el músico Juan Falú, también estaba fuera de Tucumán cuando secuestraron a Luis.
“Mi padre habló con el ministro de Gobierno de (el entonces gobernador militar Antonio) Bussi, para decirle que no iba a pedir por la inocencia de su hijo, sino que quería saber dónde estaba, y que si había hecho algo, tenga un juicio justo”, insistió Falú, que terminó su testimonio con la lectura de una carta de agradecimiento a la abogada Laura Figueroa, “por su lucha incansable a favor de los derechos humanos”.
Quienes lo vieron en el centro clandestino de detención del Arsenal relataron que era uno de los detenidos que podía recorrer el galpón sin vendas sobre los ojos, y que él consideraba que era porque ya estaba condenado. A partir del testimonio de un gendarme, se cree que su cuerpo está en una fosa común, en el mismo lugar donde fue fusilado. Sin embargo, hasta ahora, su cuerpo no fue encontrado.
“No se llevaron a un hombre de armas, a un guerrillero peligroso. Se cargaron a un joven casi recién salido de la adolescencia, al que le gustaba cantar y que empezaba su militancia”, añadió la hermana de Luis.
Mrad, por su parte, relató que, días antes del secuestro, su familia le pidió que acompañara a “Lucho” a una reunión a la que había sido citado en el bar La Franco, en Barrio Sur, con dos hombres que decían ser del Servicio de Inteligencia. “Me senté en una mesa cercana. Mi tío (el padre de Luis) se paró al frente, en la vidriera de un negocio. Mi primo Ricardo y mi tío Napoleón Baaclini daban vueltas con el auto para ver que no le pasara nada. Desde ahí pude ver las caras de los dos hombres que estaban en la mesa con Luis. Uno era alto y con nariz encorvada; el otro, bajo y calvo -le dijo Mrad al tribunal-. Nunca los volví a ver, ni en fotos ni en la calle, pero no me olvidaré nunca de sus caras. Fue el principio de la muerte de ‘Lucho’ y del tormento psicológico de mi familia”.
A partir de esta declaración, el Tribunal Oral Federal decidió autorizar que el testigo haga un reconocimiento fotográfico para ver si, entre los imputados, están quienes se entrevistaron con Lucho en agosto de 1976. El reconocimiento se hará, ante un perito, el 22 de agosto a las 9.30.