Ubicado en medio de un pasillo, ese ascensor redondo y transparente se parece bastante a una cápsula del tiempo. Eso sólo si las cápsulas fueran redondas y viajaran por un tubo como lo muestran las películas. Aunque para Tomás Caride, de 17 años, y Sofía Carreras, de 13, más que un viaje en el tiempo es la posibilidad de deambular por todo el colegio sin barreras arquitectónicas.
Ese gran edificio en el que pasan varias horas a la semana ya no es un obstáculo para ellos. El aparato les permite a Tomás, que se mueve en silla de ruedas, y a Sofía, que tiene dificultades para caminar, disfrutar del recreo, comprar algo en el kiosco de la planta baja y moverse de un lado al otro sin depender de sus compañeros o preceptores. "Aunque Tomás ya tenía una guardia pretoriana que siempre estaba muy dispuesta a cargarlo por las escaleras y de paso hacerse bromas", cuenta Graciela Paz, directora del nivel secundario del Colegio del Sol.
"Los adultos a veces somos prejuiciosos. Creíamos que los chicos iban a abalanzarse sobre el ascensor, pero nada que ver. Tenían una curiosidad natural, pero saben el valor que tiene y que cualquiera podría necesitarlo alguna vez", comenta la directora.
"En los recreos ahora puedo bajar. Antes me quedaba y mis compañeras me compraban algo en el kiosco", relata Sofía, que siempre tiene algún curioso dispuesto a acompañarla durante el viaje.
Un cambio radical
Desde que sufrió un accidente en enero de 2012 su vida cambió radicalmente. Tomás estaba en un cumpleaños en la casa de un amigo cuando un grupo de jóvenes quiso colarse. El padre del dueño de casa no tuvo mejor idea que ahuyentarlos a los tiros. Disparó cuatro veces al aire, pero el tercer disparo impactó en la cervical de Tomás. Pasó varios meses en rehabilitación en Buenos Aires, pero no pudo volver a caminar y tuvo que aprender a manejarse en una silla de ruedas.
Sofía, por su parte, fue operada de un tumor y mueve con algunas dificultades. Si bien ellos dos son los usuarios casi exclusivos del ascensor, la directora reconoce que la inversión le vendrá bien a muchos más. Nunca se sabe cuando alguno se quiebra practicando algún deporte o se golpea y ya no puede usar las escaleras. Accidentes que entre los adolescentes suceden con frecuencia.
Pareciera que hasta que no nos sucede a nosotros o a alguien muy cercano, es imposible ponerse en el lugar del otro. Transitar la ciudad, el barrio, un edificio público o hasta el propio colegio se convierte en una odisea. "No te percatás de nada o no te importa", opina Tomás. Él conoce otro caso de un estudiante de un establecimiento de Yerba Buena que también usa sillas de ruedas y que no tiene más opción que permanecer cerca de su aula. Las barreras arquitectónicas se presentan, según Tomás, como una discriminación forzada.
Al adolescente le sobran las palabras de agradecimiento para sus compañeros de colegio. Después de la desgracia que vivió, Tomás pasó mucho tiempo rehabilitándose en el Fleni, un hospital neurológico con sede en Buenos Aires. En esos meses, sus amigos organizaron festivales de música y una maratón para juntar dinero que le ayudara al joven en su lucha para salir adelante.
Sin límites
Tomás ya tiene puesta su mirada en el futuro. Una vez que termine el secundario planea estudiar Administración de Empresas o Kinesiología. Además, le gustaría entrenar a otros chicos que también deben usar sillas de ruedas acerca de cómo manejarse por la ciudad.
"Lo más importante en tu rehabilitación es la experiencia; eso nadie te lo puede enseñar, sino que lo aprende cada uno", explica. Y sí que va a tener trabajo, sobre todo entre quienes deben circular por Yerba Buena, una ciudad poco accesibles no solo para las sillas de ruedas, sino para los adultos mayores y las mamás con cochecitos. Él vive ahí e intenta a diario ir de un lado a otro sin pedir ayuda.
Pese a las limitaciones que significa una silla de ruedas, Tomás asegura que ha podido continuar haciendo lo mismo de siempre. Ahora depende más de los amigos que siempre están dispuestos a darle una mano, por ejemplo cuando lo alzan para entrar a un boliche.
Los docentes destacan el admirable espíritu de superación que tiene el adolescente. "Nunca quiso un trato especial -revela Graciela Paz-. Él nos obligó a no hacer diferencias. Y cuando, como todo adolescente, comienzana alborotarse también le llamamos la atención".