- ¿Estabas nerviosa?
- ¡Uy, sí, un montón! (se mueve en la silla como si un escalofrío le recorriera la espalda).
- ¿Por qué tanto?
- Y porque ahí afuera había millones de personas (exagera). Encima por las pantallas nos veían muchas más.
- ¿Y qué hacían antes de salir al escenario?
- Respirábamos hondo, así (inhala y exhala con mucho ruido). Y abríamos la cortina (el telón) a cada rato para ver si la gente seguía ahí.
- ¿Y seguía?
- ¡Más vale! Ja, ja, ja.
Resplandecen los dientes de 12 años de Yael Romero cuando se ríe al acordarse de ese día, de ese día mágico del último julio, cuando a ella -violinista- y a sus compañeros de la orquesta Maestro Arancibia se le cumplieron varios sueños en un puñado de horas. Invitados por el Ministerio de Educación de la Nación, el conjunto -oriundo del barrio 260 Viviendas, al sur de la capital tucumana- ofreció un concierto en Tecnópolis, frente a 2.000 espectadores que, extasiados, se paraban cada tanto para aplaudirlos. Eso fue maravilloso, coinciden todos, pero aún el día les tenía reservada otra sorpresa: la presidenta Cristina Fernández había visto el show en un bloque contiguo del predio, por teleconferencia, y se había emocionado tanto que pedía conocerlos. "Ahí dijimos: guauuu", resumen.
Para entender por qué Yael (como los otros) se estremece todavía con el simple recuerdo hay que escudriñar en el comienzo de la historia, en mayo de 2009, cuando en la escuela Maestro Arancibia se anunció que pronto iba a formarse una orquesta que tendría como sede a ese establecimiento y de la que podían participar los alumnos y los chicos del barrio. Hasta entonces la mayoría de ellos no sabía diferenciar un violín de una viola y desconocía la forma de un glockenspiel, pero aún así la convocatoria superó cualquier expectativa: 125 chicos se anotaron para formar parte de la orquesta y la lista de espera juntaba otros 135. Hoy el conjunto tiene 95 integrantes y, como no hay igual cantidad de instrumentos, los comparten en duplas y se turnan para practicar. "Nos fuimos dando maña -sonríe Susana García, directora de la orquesta-. Arrancamos estudiando una obra, 'A la rueda, rueda', y después progresivamente aumentamos la dificultad de los ensayos. Durante dos años no pudimos sumar integrantes porque el nivel de deserción era casi cero".
Los entonces aspirantes a músicos fueron aprendiendo las diferencias entre las obras renacentistas y las románticas, pero también muchas otras lecciones no necesariamente ligadas a la música. "La orquesta les enseñó a trabajar en equipo, a saber que cada parte del conjunto es importante y que si no se aprenden bien su partitura, toda una fila sonará mal. También les favoreció la concentración, la disciplina, el esfuerzo, el respeto y la cooperación con el otro. Y todo esto recala en sus hábitos de estudio y en el modo en que organizan sus tiempos", destaca García, que no trabaja sola: nueve profesores de los distintos instrumentos se encargan con ella de la formación musical y social del grupo.
"Aquí vemos todo tipo de casos: abusos, maltratos, padres que se desentienden de sus hijos, que no los alientan o que no van nunca a los conciertos. En medio de eso, nuestro trabajo es hacerles ver que lo que los rodea es simplemente eso, lo que les rodea, no ellos mismos. Que son importantes y que valen mucho. Por supuesto, también hablamos con el entorno y, en los casos graves, hemos hecho denuncias", añade.
Vos sí podes hacer esto
- ¿Por qué venir a la orquesta hace bien?
- Por un montón de cosas: porque tocamos música, estamos entre amigos y, sobre todo, porque nos olvidamos de los problemas.
- ¿El barrio tiene muchos problemas?
- Sí... Hay muchos chicos en la calle, escabiando o drogándose.
- ¿Qué te gustaría que hagan?
- Si entrasen a la orquesta, harían más constructivo su tiempo. Nicolás Aballay (18 años, chelista) es vehemente cuando habla y, junto con sus compañeras Erica García (22, violinista) y Maira Bustos (17, violista), coinciden en que la agrupación es el mejor pasatiempo de sus vidas. García es la muestra perfecta de eso: pese a que egresó del secundario hace tres años y ya trabaja -es moza en un bar- no hay sábado que falte a un ensayo. "Si me dieran a elegir entre mantener mi empleo y la música, elegiría sin dudar a la música. Mi sueño es ser profesora de violín", asegura.
La síntesis de esa pasión suelen ser los viajes, en donde los jóvenes combinan conciertos, recreación y convivencia. En estos cuatro años han viajado a Salta, San Juan y Mendoza, entre otras provincias, pero todos concuerdan en que la experiencia más linda, la más alentadora hasta ahora, fue la de Tecnópolis. "¡La gente se paraba para aplaudirnos!", recuerda todavía fascinado Aballay. "La Presidenta nos felicitó, nos abrazó y se sacó fotos con nosotros. ¡Yo la tenía al lado!", lo secunda Erica. "Están tan acostumbrados a ser relegados, a que les digan 'vos no podés hacer esto' o 'no hay lugar aquí para vos', que haber sido ovacionados por 2.000 personas los moviliza", reflexiona la directora.
Como broche de oro, los chicos viajaron al día siguiente a Mar del Tuyú donde todos vieron por primera vez el mar, otro temblorcito alegre del corazón. El día estaba nublado y el viento frío, pero aún así ellos se abalanzaron sobre el gigante azul grisáceo, escribieron sus nombres en la arena y algunos -los más valientes- se sacaron los zapatos y mojaron sus pies en el agua helada. Después de todo, de escalofríos también está hecha la felicidad.