Los verdaderos jugadores saben que el 27 de octubre se definen futuros políticos, más allá del resultado que determinará una nueva integración del Congreso. Para José Alperovich lo que está en disputa es la posibilidad de una reforma de la Constitución para habilitarle un cuarto mandato consecutivo; Domingo Amaya otea la posibilidad de ser una alternativa de recambio en la lucha por la sucesión; y el radical José Cano aspira a consolidarse como el referente opositor para 2015. Los números dirán cuántos diputados para uno, cuántos para el otro, pero lo que importará a los fines de aquellos intereses es el clima posterior, el que determina quién ganó y quién perdió en función de esas aspiraciones escondidas. El resto es cháchara del folclore electoral, como la pelea entre amayistas y alperovichistas en el Concejo. "Algunos quieren ver sangre", reflexionó un edil peronista en alusión a los que observan los desencuentros de ocasión a la sombra de un quiebre político. No habrá glóbulos rojos estampados en las paredes de la interna oficialista pero, seguro, habrá heridos. De esta partida de fondo nadie saldrá enterito.
En esa "pelea" por acomodarse hay que observar algunos gestos, propios del peronismo, que nacen a la sombra del oportunismo político. El partido es el que viene generando las alternativas de recambio aprovechando su concepción movimientista, generando opciones de derecha o de izquierda. Esta característica pendular es exitosa, además, porque la oposición no genera alternativas fuertes o creíbles. En fin, esa disputa entre pares se expone con mayor claridad a nivel nacional, donde para el kirchnerismo de la zurda, Sergio Massa pasó a ser el demonio de la derecha neoliberal. Y eso que compartieron el Paraíso, o el Infierno. Lo sorprendente es que el peronismo se divida y que la oposición no lo aproveche para ponerse el cinturón de la victoria. En Tucumán esa división ideológica del enemigo interno no es tal, tampoco la lucha es tan desembozada aún; aunque después del 27 de octubre podría salir a la luz. "Podría", porque de mejorar la performance opositora, los peronistas antes que buscar culpables -lo que están practicando en un juego innecesario de lealtades y traiciones- tendrán que unirse antes que dividirse. O soportarse más.
En ese marco, algunos están haciéndole favores al adversario. Alperovich es quien más asume conductas que pueden traerle un dolor de cabeza durante los comicios y convertirse -en los análisis posteriores- en yerros políticos. Tal vez no los evaluó, o tiene algo bajo la manga. Convirtió en "enemigos" a los amayistas, por lo tanto, los puso en la otra vereda, los instaló como opción distinta al alperovichismo. En el PJ es la única alternativa seria, porque no hay otros que tengan estructura como para pelear el primer puesto. Claro, hay que animarse. La actitud de Alperovich es riesgosa en un tiempo en que parece que la palabra cambio, aunque más no sea de imagen, está ganando espacio. Lo cierto es que el intendente tiene un aliado" indirecto en el mandatario. Y el gobernador, además, no actúa como un jefe de todos, sino como el de una facción, lo que lo expone como un contendiente más. Otra: si sus jugadores no consiguen los 30.000 votos que pidió, ¿a quién habrá que echarle la culpa?, ¿quién deberá asumir los costos? Si se consiguen, el triunfo será sólo suyo, pero si esos votos no aparecen, o suman a otra boleta, entonces Alperovich ya no podrá aspirar a la reforma y pasará a formar parte del ejército de los dirigentes que están cayendo en desgracia electoral y política, como Cristina.
En ese caso, de verificarse, debería mostrar cuán político es, porque los recursos ya no serán centrales para montar una estructura de poder.