"El helado", respondió tímidamente Matías cuando le preguntaron qué es lo que más le había gustado de la ciudad. Uno de frutilla y chocolate que comió con ganas. "Las luces", añadió Ángel en referencia a los focos de los postes y de las marquesinas que hacen que la noche sea menos oscura.
La semana pasada, un grupo de 10 alumnos de la escuela primaria N° 219 de Anca Juli, una localidad de alta montaña, visitó la ciudad. Era la primera vez que bajaban del cerro con sus maestros en una especie de viaje de estudios. Desde el miércoles hasta el viernes, recorrieron el casco céntrico, el jardín botánico y el museo Miguel Lillo, fueron al cine y comieron asado, entre otras cosas. Una agenda que los dejó extenuados, pero felices.
El mismo miércoles por la noche, después de dejar sus cosas en el Complejo Ledesma, probaron el helado. "Allá no hay heladeras así que no están acostumbrados a comer cosas frías", contó la directora de la escuela, Mercedes Barros. No son bulliciosos, pero ella pudo leer en sus caritas la emoción que sentían.
En Anca Juli, a la energía la obtienen de paneles solares. Es por eso que durante la noche no quedan iluminadas las casas. Incluso usan velas cuando la energía acumulada en los paneles se agota. "La oscuridad es profunda y no se ve nada", explica Mercedes.
Anca Juli está solo a 60 kilómetros de San Miguel de Tucumán, pero el viaje es largo y complicado. Los chicos salieron a las 7 de la mañana desde la escuela y recorrieron tres horas a caballo hasta Aguas de la Paloma. Desde allí, tres horas más en tractor hasta llegar a Ñorco donde los esperaba una combi que los llevó hasta Chuscha. Y desde allí un ómnibus de la línea 19 los dejó frente al complejo, una hora y media después. Fueron más de siete horas que parecieron interminables para Juan José, Ángel, Francisco, Mauricio, Santiago Romano, Alexis y Matías Pistán, César y Cinthia Nieva y Sonia Galarza.
Incluso, la travesía en colectivo les ocasionó mareos y varios terminaron descompuestos. "Ellos caminan o andan a caballo; jamás suben a un ómnibus", contó la maestra. Por lo general, cuando necesitan algo bajan hasta Chuscha. Salvo cuestiones médicas graves, jamás se les hace necesario venir a la ciudad.
En medio del verde del Instituto Miguel Lillo pudieron relajarse después de tantas horas deambulando por el centro. Y se sintieron locales reconociendo las tipas, los matos, el chal chal, esos árboles que tanto conocen.
Gesto solidario
Esta idea de la visita comenzó cuando un grupo de ciclistas llegó hasta Anca Juli a principios de año. "Pensamos en buscar alojamiento en la escuela; por lo general, siempre hay un sitio para quedarse", contó Pablo Rossi, uno de los deportistas. Ahí conocieron a Mercedes, la directora, que pasa tres semanas al mes en la escuela y luego una en la ciudad. "Nos conmovió mucho su sacrificio. Dejar todo para ir a enseñar allí. En un momento de la charla ella dijo algo que nos dejó pensados: 'algún día llevaré a los chicos para que conozcan la ciudad'", recordó Pablo. Ese fue el disparador para que entre todos pusieran manos a la obra y organizaran la visita de los chicos. En pocas semanas ya tenían todo arreglado: traslado, alojamiento, comidas, visitas, etc. Pasó el invierno y los chicos pudieron, al fin, realizar el viaje.