Marta los abraza y los besa a uno por uno y les hace la señal de la cruz en la frente. Ellos responden con: “¡Hola abuela!” y se funden en un abrazo. Adrián, un pequeño de 7 años, pide empujar la silla de Eugenia, mientras una custodia de tres niños más la acompañan por un largo pasillo. Los abuelos del Hogar San Alberto llevan un gorro de Papá Noel y una sonrisa emocionada. Isabel, de 61 años, se agarra la cara cuando ve a tantos chicos juntos. “¡Qué hermosos son!”.
Los niños -que ya estaban esperándolos- los tratan con mucho cariño. Saltan, corren, se empujan... sus cuerpos no pueden más de la emoción. En el Hogar Eva Perón viven 11 chicos de 6 a 10 años y 9 niños de 11 y 12 años. Después de esa edad las opciones son: ser adoptados, volver a sus familias o pasar al hogar Belgrano para adolescentes, cuenta Cristina Véliz, responsable de personal. Hace 36 años que trabaja ahí y todavía se le llenan los ojos de lágrima cuando piensa que esos niños no estarán mucho más tiempo allí. “A veces los cruzamos en la calle y nos saludan. Lo único que una espera es que les quede el recuerdo de que alguien los quiso mucho”, dice.
Muy prolijos en hilera comienza el momento que estaban esperando: la entrega del regalo. Ricardo Di Clemente es parte del equipo de recreación del Hogar San Alberto y, muy entusiasta, va presentando a cada uno de los abuelos. “¿Saben cuántos años tiene Andrés?”, les dice.
“¡14, 54... 100!”, gritan los chicos. “¡Sí! Muy cerca, Andrés tiene 99 años!”, les responde Ricardo. Los chicos abren los ojos abrumados por la eternidad. Llega el turno de Margarita, quien recita algo en otra lengua que nadie entiende, pero todos ríen. “Sabe muchos idiomas”, aclara Ricardo. .
Desde su silla, Eugenia, le entrega una bolsa a Fabricio, de 7 años. Sus ojos brillan cuando saca una pelota blanca de cuero brillante. La abraza emocionado. Uno por uno todos reciben sus pelotas y sin perder tiempo comienzan a jugar en el jardín. Después de una foto grupal, los chicos les cantan un “Les damos las muchas gracias...” y los abuelos se emocionan. “Esto es oxígeno para nosotros”, confiesa Isabel. Para los niños es la felicidad.