La pachorra comprimida por una siesta inconclusa desaparece de un chasquido cuando entra en juego la distancia entre el amor a las raíces y un panorama futuro de éxitos. Matías Kranevitter se aferra a la mesa del comedor familiar como si fuera una almohada. Está cansado y quizás también algo melancólico sabiendo que el 2 de enero deberá despedirse de su gente. Quizás “Colo” esté acopiando sensaciones y aromas caseros porque pronto la pretemporada de River será su principal objetivo. “Que nos vaya bien, que tengamos un año positivo, no como éste que se va”, pide el volante central, también pretendido por Atlético Madrid no bien inició su periplo en el “millonario”.
“Fui a probarme a River y en ese momento, hace seis años, me ofrecieron ir a España a ver qué pasaba. Yo fui quien dijo que no. Mi sueño era jugar en River y debutar en Primera. Ahora lo estoy disfrutando”, razona con la emoción de quien acaba de ganarse la grande.
Hace seis meses Matías dio un paso importante en su carrera. “Firmé mi primer contrato profesional”, cuenta sin que se le mueva un pelo. “Soy el mismo y seré el mismo. No tengo por qué cambiar”, despeja dudas acerca de la fama y de sus tentaciones. “No, no va a pasar. Pienso en mi familia. Quiero que ellos estén bien, que tengan todo lo que necesiten”, se pone en modo maduro este chico de apenas 20 años.
Ramón Díaz fue el que abrió las puertas a la grandeza. Se la jugó por él, y él respondió. Antes de asentarse entre los titulares, Kranevitter tuvo que dejar vencer a dos peso pesados: el capitán Leonardo Ponzio y Cristian Ledesma, tipos con años y experiencia en el fútbol europeo. Tuvo su premio, ese que debe convalidar cada siete días.
“Cuando entrás por el túnel te das cuenta de todo el sacrificio de años. De estar lejos de la familia, de los amigos, de tu provincia. Por eso debo entrenarme mucho para seguir siendo tenido en cuenta por el entrenador”. La sobriedad de su discurso desnuda una perseverancia no apta para cualquiera. “Es difícil estar tanto tiempo lejos. Sé que si hago lo que tengo que hacer, puedo jugar. Tengo que hacer una buena pretemporada y arrancar de cero”. “Colo” entiende que no tiene ganado el puesto. En River nada es sencillo, concuerda el hijo de Sandra y Claudio, y hermano de Rosa, de los gemelos Andrés y Hernán, de Lucas y de Gastón.
Puede que Matías no esté solo por mucho tiempo en el departamento donde vive, a seis cuadras del Monumental. “Voy a ver si lo llevo a Andrés. Anda bien, es delantero. Gastón (enganche) quiere quedarse en Atlético. Juega en la Primera de la Liga”, explica el mejor amigo de Eder Álvarez Balanta. “Es un crack. Paso mucho tiempo con él en las concentraciones. Es una excelente persona”, idolatra al colombiano.
A no más de 50 metros, el pasaje Jujuy se topa con el fairway del hoyo 9 de Alpa Sumaj (Jockey Club). En zona donde los chicos no cuentan ovejas en sueños sino pelotitas de golf, Matías cambió la marcha y se decidió por la número cinco. “Antes era bueno, ahora no tengo tanta práctica”, reconoce algo impotente. Ayer jugó el torneo de caddies y no le fue bien, pese a sus nada despreciables 78 golpes (sin handicap).
Una de las virtudes de Kranevitter es no bajonearse si la mano viene cambiada. En el Sudamericano Sub 20 de San Luis, siendo clave en la Selección, Argentina no logró el boleto al Mundial y terminó en fracaso total. Fue un golpe duro, muy parecido a cuando Matías Almeyda decidió llevarlo a una pretemporada pero no darle rodaje. “Tuve la posibilidad de irme a Rusia y a otros clubes de Europa pero deseché las propuestas. Un jugador que vive tantos años en un club se tiene que ir bien y de la mejor manera, así todos estamos contentos”.