Nicolás Ellena tenía 19 años, nació en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, pero estaba radicado en La Plata desde 2012, cuando llegó con sus ilusiones de estudiar Ingeniería.
Agustín Irustia (17) es hijo del presidente de la Federación Sanluiseña de Voley y el año pasado fue distinguido como deportista del año. Lo consideraban una verdadera promesa para ingresar a las ligas nacionales.
Priscila Ochoa (16) es hija del vicepresidente del club Atlético Lafinur de San Luis, y jugaba al voley como central en su equipo. Había integrado la selección puntana en los juegos binacionales.
Gabriel Rodriguez (20) era el único hijo de una maestra de Henderson, un pueblo bonaerense de 9.500 habitantes, y de un mecánico de quien heredó su pasión por las motos. Por las noches, ponía música en las fiestas del pueblo.
Las historias de los cuatro jóvenes se unieron en la tragedia. Son las víctimas mortales del rayo que el jueves a la tarde cayó en el balneario “Afrika”, de Villa Gesell. Los tres hombres murieron en el acto, en tanto que la adolescente falleció ayer a la mañana en el hospital de esa localidad balnearia.
Buscando explicaciones
En Villa Gesell ayer nadie hablaba de otra cosa que no fuera de la tragedia. Desde la mañana temprano, la gente comenzó a acercarse a la carpa N° 5 del parador “Afrika”, el lugar exacto en el que cayó el rayo. Todos se mostraron conmocionados. “Estamos como de luto. Anoche (por el jueves) no salieron los chicos y hoy no sabíamos que hacer. Vinimos a ver como estaba todo en el balneario”, dijo una turista.
Alrededor de las reposeras plásticas, la Policía había dispuesto una cinta que perimetraba la zona. Alguien había dejado sobre una de las sillas un ramo de flores de agapanto. Durante todo el día, los turistas desfilaron por el lugar, tratando de encontrar una señal que explique lo que había pasado.
Unos daban testimonio de la corrida de los bañistas antes del rayo, durante la furiosa tormenta, y opinaban que lo más lógico había sido que las víctimas se refugiaran en la carpa (una estructura de lona y madera); y otros discutían sobre las supuestas condiciones transmisoras de electricidad de la arena. Una guardavidas, Karina, renegaba porque no tienen elementos mínimos para emergencias y porque no se hacen nunca ejercicios de salvataje. “Tuve que hacerle respiración boca a boca, sin boquilla, a una chica que estaba sangrando”, explicó.
En un extremo del parador, una familia del barrio porteño de Flores puso sus reposeras en la arena. “Conocemos a los dueños del parador. Hemos venido a hacerles el aguante porque ellos no son responsables de esto”, contó Alicia. “Mirá -dijo Héctor, de Capital Federal- por más que lo intentes, no vas a entender lo que ocurrió. Yo me fui cinco minutos antes del estallido, y después de esto te digo, aprendé a aprovechar el tiempo que se te da, porque nunca sabés qué puede pasar”.