MADRID.- Letizia Ortiz Rocasolano, una periodista plebeya por nacimiento y desde hoy reina de España por opción, parece destinada por su historia y convicción a acercar la desprestigiada monarquía a las calles. Hace sólo una década seguramente hubiera estado detrás de los micrófonos narrando por televisión la abdicación del rey Juan Carlos y el ascenso de quien ahora es su marido, Felipe de Borbón y Grecia, príncipe de Asturias.
Pero su historia comenzó a dar un giro de 180 grados cuando fue a cenar a la casa de un compañero de la Televisión Española (TVE) y le presentaron al príncipe.
Periodista de raza -su padre Jesús Ortiz y su abuela Menchu Álvarez del Valle también lo eran-, Letizia hizo una breve incursión en la prensa escrita (diario ABC y agencia EFE), pero su verdadero éxito lo alcanzó en la televisión.
Procedente de CNN, en la TVE cubrió hechos, como el hundimiento del barco “Prestige” frente a las costas gallegas, los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York y la invasión de Irak, que la llevaron a encabezar el noticiero de mayor audiencia de la principal red televisiva del país. Cuando estaba en la cúspide de su ascenso -se había doctorado en México y había sido reconocida como la mejor periodista menor de 30 años por Asociación de la Prensa de Madrid-, se enamoró de su príncipe y el 22 de mayo de 2004 se casó en la catedral La Almudena de Madrid. Antes, había estado casada durante un año y tras diez de noviazgo con Alonso Guerrero Pérez (profesor de Lengua y literatura en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, en el que había estudiado). A partir de ahí, dejó de dar noticias para convertirse en noticia. Comenzó a emerger una figura menos rígida a la de la realeza, como su suegra, la reina Sofía, y más cercana a sus orígenes de clase media y de un matrimonio de profesionales.
Así se la vio apoyando renovaciones tecnológicas, interesada en enfermedades raras, colaborando con distintos organismos que luchan contra la desnutrición, la segregación o la pobreza, y a la vez rompiendo el protocolo para ir la cine, asistir a conciertos o visitar exposiciones como la Feria del Libro vistiendo un informal vaquero.
Letizia ha mostrado un espíritu crítico y ha hecho gala de libertades que jamás hubieran soñado su suegra ni sus descendientes, exhibiendo una personalidad más cercana al hombre de la calle, al que viaja en subte, hipoteca su casa y enfrenta los problemas de la vida sentimental, divorcio incluido. Pero, aún así, los españoles no parecen quererla mucho. Pese a sus esfuerzos para asimilarse a la nobleza sin traicionar sus orígenes, como ella se lo ha propuesto, compite con su suegro como el miembro de la familia real peor valorado por los españoles. Pese a ello, Letizia, junto a Felipe, sigue tratando de llevar lo que llaman una vida normal, más alejada de las fastuosidades reales y más cercana a la cotidianeidad de los súbditos. Ambos llevan a sus hijas a la escuela, las acuestan en la noche y viven en el llamado pabellón del Príncipe. De esa residencia construida en el 2000, con más aroma familiar que la frialdad de los palacios, saldrá esta mujer para convertirse, a los 37 años, en la reina consorte. (Télam-especial)