La señora hacía cuentas sentada en el comedor. Tenía algo de dinero, pero no para cubrir el vencimiento de la tarjeta de crédito. Vocifera; le dice al cobrador que no le alcanza la plata, pero -antes- no mostró intenciones de arreglar cuando el mediador le propuso una forma de pago. Ahora está condenada a pagar el total; ya no puede siquiera cubrir el mínimo del resumen. Los intereses convirtieron el problema en una bola de nieve. La señora siguió despotricando y el mediador se cansó. Le bajó el martillo. Y la casa está al borde del colapso. Pero le abrió otra instancia de negociación. Como mostró voluntad de pago, se “bancó” la filípica kirchnerista y dio vuelta la página, a la espera de que -antes del mes- la señora vuelva al negocio, pero efectivamente para pagar. La deuda sigue existiendo porque, en la viña del señor, los especuladores también existen. Compraron la deuda argentina porque sabían que, al final del túnel, hallarían el caldero del duende. Ayer, el pragmatismo se impuso sobre la ideología. Aunque esta historia no necesariamente la escriben los vencedores (hasta ahora no aparecen).
El juez Thomas Griesa intentó desarticular el intento de la Casa Rosada de seguir desconociendo los fallos, que fueron ratificados por la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Pero también se sacó de encima el peso de tomar una decisión políticamente picante -usando la jerga tradicional argentina-: abrirle las puertas al default técnico de un país en recesión. En otras palabras, Griesa trató de quitarle la máscara a la gestión de la presidenta Cristina Fernández que se preparaba para mostrarse como víctima en esta historia. Pero hay otra lectura, la del oficialismo, que dice que -en realidad- la Argentina ganó tiempo y se posicionó en la negociación con los “holdouts”. El intento era volver toda la situación a fojas cero y seguir peleando contra los fondos buitre hasta el final del mandato. Y después...
El mercado huele que el Gobierno seguirá haciendo alharaca pero que va a terminar pagando el total del resumen de la tarjeta de crédito, antes del 30 de julio, cuando venza el período de gracia para evitar la cesación de pagos. Mientras tanto, la cancha se seguirá embarrando porque la gestión necesita decirle a sus militantes de que está vivo el pensamiento antimercado del modelo kirchnerista. Más temprano que tarde, la Argentina volverá a ese mismo mercado a pedir crédito. De otro modo, los argentinos estaremos condenados a ver billetes de distintos colores y denominaciones, de esos que alimentan la inflación y que se devalúan a razón de un 25% a un 30% anual.
Cristina Fernández, la actual titular de la tarjeta de crédito, tiene todas las condiciones dadas para acordar con los acreedores de los llamados fondos buitre, como con aquellos a los que prometió pagar regularmente los cupones de los bonos de las reestructuraciones de 2005 y 2010. El entorno político le ha dado ese aval, allí donde se ubican todos los candidatos presidenciables. Gran parte de ellos dijeron que la acompañarán en la decisión que adopte para arreglar definitivamente la deuda con los “holdouts”. Pero el problema sigue siendo interno, de la Casa Rosada y sus adherentes, porque la actual administración no quiere pagar los costos políticos con entidades a las que vino despotricando sistemáticamente.
En suma, no hay una estrategia claramente definida acerca de cómo terminará la historia con los fondos buitre. Mientras no se arregle esta situación, hablar de futuro será algo prematuro, casi utópico. La volatilidad seguirá dominando las decisiones económicas. Se abrió otra oportunidad para cerrar otro capítulo de endeudamiento, aquel que abrió Néstor Kirchner a fines de 2005 cuando le pagó todo al FMI. Lo malo sería que el presidente que se va le deje la mochila al que viene. Así, los argentinos estaríamos lejos de estar condenados al éxito, sino al eterno endeudamiento.