En una última definición entre dos credos opuestos, Bélgica se ganó el derecho de pasar a cuartos de final y de enfrentar a nuestra Argentina. Sí hizo méritos para llevarse el boleto a cuartos de final, sí, aunque la justicia recién le haya sido favorable ante Estados Unidos en tiempo suplementario.
Desde lo emocional y técnico, fue un partido bárbaro entre dos equipos que apostaron a la suya y mantuvieron la paridad en el cierre de los 90’, porque la suerte le jugó a favor al ganador en la última bola, y porque las “águilas” tuvieron en Howard a la Muralla China.
Bélgica apostó a moverse como lo acostumbra: trasladó la pelota por los costados y la centralizó de a ratos; cuando llegó a zona de gatillo buscó el último pase antes de probar al arco. De hecho, Howard debe haber terminado con chichones en sus manos, le quemaron los guantes a un morocho que respondió abajo, al vuelo y de media distancia. Tuvo la noche perfecta el arquero. Lástima que los europeos entraron mejor parados en el arranque del suplementario.
Lukaku durmió a Besler sobre tres cuartos, corrió y buscó el toque de la muerte. Intento inútil de despeje de la zaga y remate cruzado de De Bruyne. Bélgica sabe pescar. Y matar. Casi sin darle respiro al Tío Sam, volvió a golpear con el 2-0 de Lukaku, de contra. El match era cosa juzgada, y pensar que Wondolowski pudo hacer la del chileno Pinilla contra Brasil. A los 92’ perdonó debajo del arco. Green revivió a Estados Unidos, que fue de guapo. No le alcanzó.
Contra Argentina, Bélgica bregará para que Hazard maneje al equipo; rezará para que el desconocido y peligroso Origi desnivele como ayer, pedirá para que Van Buyten y Mirallas acompañen y para que Kompany siga marcando el ritmo en una defensa que parece sólida pese a que de vez en cuando sus huecos se revelan como galaxia desconocida si Fellaini deja de controlar el medio como acostumbra.
Bélgica es superior a Suiza. Habrá que cortarle rápido la inspiración y hacerle entrar en pánico con el fútbol que le gusta a la gente.