“Maxi” Rodríguez caminaba de la mano de Dios a patear su penal y ellos emprendían la marcha a la Plaza Independencia, confiados en que ninguno de los dos fallaría su misión. Entonces cuando allá “La Fiera” hizo historia divina, acá ya era todo alegría y una emoción incomparable.
Tanto sufrimiento puertas adentro merecía tremendo desahogo afuera, en el pulmón del microcentro, donde todos respiraron ese hermoso aroma a final. Todos fueron miles y miles. Grandes, chicos y aquellos a turucuto, agitando la bandera, quizás todavía sin entender lo que “Maxi”, Messi, Romero y compañía acababan de escribir en San Pablo.
En ronda alientan Micaela, Camila, Agustina, Josefina, Rocío, Mateo, Gianina, María José, Lucas y Tatiana. Entre dos y 10 años tienen. “Yo tengo 28 y me acuerdo de mundiales pasados, pero hace 24 que no llegamos a esto. Para ellos, mis hijas y sobrinos, será la primera vez y es impresionante ver cómo lo disfrutan. Están entusiasmados, pendientes, preocupados. En el partido los ves comiéndose las uñas, hasta se conocen los nombres de los jugadores y después te piden venir a la plaza a festejar. Todo eso es emocionante”, dice María, de Choromoro, que llegó con esta banda que no se calla un segundo, desde Villa Alem.
“Yo no me acuerdo mucho de goles y esas cosas, sólo tengo memoria de los festejos del ‘86 y ahora tengo la oportunidad de estar acá con mi sobrina Abril, que tiene seis años y no vio algo igual”, cuenta Alicia Córdoba, recordando que cuando Maradona gambeteaba ingleses ella salía a festejar por su barrio de Alderetes. “Antes no tuvimos la oportunidad de venir a la plaza, pero ahora con ella lo voy repetir seguro. Dedicándole todo esto a mi papá, que está muy enfermo pero le gusta mucho el fútbol”, dice, y se quiebra entre el alborto “Ali”. Llora, por una mezcla de alegría y recuerdos del “viejo”, mientras le saca fotos a su vecina de 12 años. “No sabíamos si íbamos a pasar los penales o no pero ahora sabemos que vamos a ver una final del Mundial”, dice Emilce, que también por primera vez rodeada de tantos hinchas.
Eugenia Gramajo tiene 34 años y recuerda a la Argentina campeona, pero ni a esa Copa la vivió como a esta “semi”, entonces disfruta el doble. “Antes no tenía noción de todo esto. Ahora soy más grande y lo tomo como una fiesta”, dice abrazando a Julieta, su hija de 11 igual de chocha por la primera vez en la plaza y la nueva final de la Selección. “No encontrábamos en qué venir y en el barrio pararon un colectivo y el chofer nos subió a todos. Veníamos cantando como si fuéramos los dueños, a descargar por todos los nervios que tuvimos y valieron la pena”, añade.
Los chicos, en el medio de una verdadera marea humana, son los que más posan para la foto por sus papás babosos de verlos tan alegres. Es el caso de Cristian Arévalo, que llevó a todos a un costado y los llena de flashes con una camiseta argentina que dice Cande, Luna y Gaspar. “Le hice poner los nombres de mis hijos en la espalda, y el de mi mujer Marilé en el pecho”, cuenta este papá de 39 años que vivió los festejos pasados junto con amigos y que ahora los disfruta con sus hijos. “Los traje para que vean lo que se vive y se volvió una experiencia única”, dice el de Santa Teresita, cerca de Lola Mora, anticipando promesa para el domingo de final con Alemania: “volvemos a la plaza y a la camiseta la pongo en un cuadro”.