En sus notas de viaje, el tucumano Juan Bautista Alberdi consigna, en el asiento fechado en París, el 16 de diciembre de 1855: “Hoy he sido presentado al Emperador Napoleón III. Me he puesto uniforme por la primera vez, y me he creído humillado, más bien que enaltecido, por el uniforme. No sé qué tienen los galones y la corbata blanca, de lacayos y sirvientes. Hallo más respetable el vestido simple y austero de la república”.
Napoleón III, cuenta Alberdi, “avanzó hacia mí para hablarme, dejando atrás el cortejo que le hacía compañía”. Afirmaba rotundamente que “el Emperador Napoleón me ha gustado. He llegado a él sin miedo, aunque embromado por la etiqueta y la falta del idioma. Me ha recibido con amabilidad y gracia; me ha preguntado por el estado de mi país; si siempre había en Montevideo muchos de sus compatriotas”.
Alberdi le contestó que “nos acercábamos al término de nuestros padecimientos, y que él y la Francia tenían en su mano el poder de hacernos llegar más pronto”. El tucumano se refería a la dramática lucha de la Confederación Argentina, que representaba como diplomático, para impedir que Buenos Aires fuera reconocido en Europa como un Estado independiente.
Napoleón III le contestó: “Me alegro que yo pueda tener esa influencia, porque deseo a su país la mayor felicidad”. Alberdi lo describe como hombre de “cara llena, un poco pálida, estatura regular, ojos expresivos, aire de hombre de juicio y bueno”. Mira “de frente, con blandura: su mirada no es esquiva, como dicen”. En síntesis, “Napoleón atrae: en mí ha producido ese efecto”.