La combinación de alta inflación con fuerte recesión más riesgo de default pone a la crisis actual en el nivel de las que tuvieron lugar en 1989, sobre el final del gobierno de Raúl Alfonsín, o la de 2001, al promediar el gobierno de Fernando De la Rúa. La crisis económica de 2009 tiene una categoría menor y se parece más a la recesión que tuvo Carlos Menem en 2005. Las similitudes entre las tres primeras es que el Gobierno debe enfrentar crisis económicas después de haber perdido una elección intermedia. Respecto a 2001, hoy es cierto que los bancos están mejor, pero también es cierto que entonces no había inflación y ahora sí la hay, y que en aquel entonces la infraestructura estaba nueva y en cambio ahora cerca del colapso. Pero quizás la mayor diferencia es política: en 1989 y 2001 gobernaba el radicalismo; en cambio ahora lo hace el peronismo, que históricamente ha tenido mucha más eficacia en el manejo del poder.
Respecto a estas crisis, ha pasado exactamente un cuarto de siglo desde la acontecida en 1989 y algo más de una década de la que tuvo lugar en 2001-2002. Son muchos menos los que tienen memoria histórica de la hiperinflación que quienes vivieron el default. Pero la mayoría de aquellos que hoy toman decisiones económicas vivió esa crisis y en ellos la experiencia está mucho más presente. Los presidentes de empresas, los productores agropecuarios, los banqueros, tienen memoria de la crisis 2001-2002. Además, el detonante de la crisis nuevamente es el default o la inflación, como en 1989.
Por esta razón, quienes tienen más de 50 años ven estos dos problemas, inflación y recesión; en cambio, los que tienen menos de esa edad tienden a ver la crisis sólo en el espejo de 2001.
Pero las expectativas muchas veces están influidas por la esperanza o la necesidad. Los mercados prefieren negar que haya un riesgo de default -por lo menos hasta el 23 de julio- y apostar a que finalmente habrá un acuerdo. La memoria histórica de la última crisis es tan dura que se prefiere pensar que no sucederá el default o, si finalmente tiene lugar, sus consecuencias serán más leves. En mi opinión, hay cierta irresponsabilidad en no querer asumir la realidad: que un default de acuerdo a la experiencia propia o ajena tendrá igualmente efectos sociales muy negativos en términos de pobreza y empleo.
La gente ya está viviendo la crisis: inflación, dólar paralelo, recesión y otros factores recrean un escenario de este tipo. Pero es posible que las reacciones más relevantes se disparen después del 30 de julio si finalmente Argentina cae en default. Además, el discurso del gobierno seguirá siendo que no se ha entrado en default porque el país ha mostrado voluntad de pago. Pero esto podrá servir transitoriamente en lo interno; en lo externo, las conductas respecto a la Argentina serán que ha entrado en default.
Creo que en la Argentina no hay guerra de pasados, porque la regla general es que no se aprende de las experiencias. Los fenómenos que por lo general cambian las sociedades, como la hiperinflación, el alto desempleo, el hambre, perder una guerra, la violencia interna, en el país se han sucedido sin que la experiencia genere cambios. Que un país tenga 40% de inflación anual tras haber sufrido una hiperinflación devastadora un cuarto de siglo antes no se da en otros casos; que un país afronte el riesgo de un nuevo default a 12 años del anterior, el cual lo llevó al mayor nivel de pobreza y desempleo de su historia, tampoco se da en otros países. La incapacidad de aprendizaje es la característica de Argentina.
La gente normalmente opta por la inflación a cambio de mantener el empleo, siempre y cuando aquélla no llegue al 10% anual. Cuando supera estos nieles, la inflación suele ser más urgente que el desempleo y algo de esto empieza a suceder ahora en Argentina. La inflación la sufren todos y el desempleo sólo algunos, pero no siempre la sociedad es solidaria.